11 de abril de 2014

Stuprare

Vivir y la casa está vacía. Hablar y soñar que se va llenando. Son las voces espíritus y los cuerpos, deseados. Sólo mariposas hay, y gritan bajo el zaguán el nombre "existencia". Se oye un canto desde el otro lado, en el muro contiguo a la calle. Canto de flores enamoradas. Les cantan a las mariposas para que regresen. Les cantan para saber si realmente existen. ¿Seré acaso una flor? Porque estoy cantando para obtener respuesta, soñando que el mundo está invadiendo esta casa. Pero aquellas flores están despiertas, y están seguras de lo que quieren y rechazan. Reciben respuestas, tactos y besos. Una explosión corporal  que  reposa en el borde de cada pétalo. Una ratificación de lo concreta que ha sido la existencia entre ambas.
Entonces…entonces solo me queda enmudecer mi propio canto, la fantasía y el deseo. En un primer caso: morir dentro de un ataúd impersonal. En el segundo: vivir en silencio, envuelto por una vorágine de masturbación y vacío. Pero surge aquella inquietud visceral, de por qué tener que elegir entre tales vías tan imperfectas, y peor aún, por qué creer que mi elección me sumiría en un efecto desagradable y hostil. Al fin y al cabo, solo soy un muro interior de esta casa: el oído que quiso convertirse en ser humano, para no solo escuchar ciertos cantos sino que también para ser violado por ellos.

Javier Velasco


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