Vivir y la casa está vacía. Hablar y soñar que se va
llenando. Son las voces espíritus y los cuerpos, deseados. Sólo mariposas hay,
y gritan bajo el zaguán el nombre "existencia". Se oye un canto desde
el otro lado, en el muro contiguo a la calle. Canto de flores enamoradas. Les
cantan a las mariposas para que regresen. Les cantan para saber si realmente
existen. ¿Seré acaso una flor? Porque estoy cantando para obtener respuesta,
soñando que el mundo está invadiendo esta casa. Pero aquellas flores están
despiertas, y están seguras de lo que quieren y rechazan. Reciben respuestas,
tactos y besos. Una explosión corporal
que reposa en el borde de cada
pétalo. Una ratificación de lo concreta que ha sido la existencia entre ambas.
Entonces…entonces solo me queda enmudecer mi propio canto,
la fantasía y el deseo. En un primer caso: morir dentro de un ataúd impersonal.
En el segundo: vivir en silencio, envuelto por una vorágine de masturbación y
vacío. Pero surge aquella inquietud visceral, de por qué tener que elegir entre
tales vías tan imperfectas, y peor aún, por qué creer que mi elección me
sumiría en un efecto desagradable y hostil. Al fin y al cabo, solo soy un muro
interior de esta casa: el oído que quiso convertirse en ser humano, para no solo
escuchar ciertos cantos sino que también para ser violado por ellos.
Javier Velasco
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