25 de noviembre de 2014

Extractos escogidos de "Rayuela" de Julio Cortazar

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"porque aunque hiciéramos tantas veces el amor
la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este
placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la
inmovilidad. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a
abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del
mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la
negaba.
En esos días del cincuenta y tantos empecé a sentirme como acorralado entre
la Maga y una noción diferente de lo que hubiera tenido que ocurrir. Era idiota
sublevarse contra el mundo Maga y el mundo Rocamadour, cuando todo me
decía que apenas recobrara la independencia dejaría de sentirme libre. Hipócrita
como pocos, me molestaba un espionaje a la altura de mi piel, de mis piernas, de
mi manera de gozar con la Maga, de mis tentativas de papagayo en la jaula
leyendo a Kierkegaard a través de los barrotes, y creo que por sobre todo me
molestaba que la Maga no tuviera conciencia de ser mi testigo y que al contrario
estuviera convencida de mi soberana autarquía; pero no, lo que verdaderamente
me exasperaba era saber que nunca volvería a estar tan cerca de mi libertad como
en esos días en que me sentía acorralado por el mundo Maga, y que la ansiedad
por liberarme era una admisión de derrota. Me dolía reconocer que a golpes
sintéticos, a pantallazos maniqueos o a estúpidas dicotomías resecas no podía
abrirme paso por las escalinatas de la Gare de Montparnasse adonde me
arrastraba la Maga para visitar a Rocamadour. ¿Por qué no aceptar lo que estaba
ocurriendo sin pretender explicarlo, sin sentar las nociones de orden y de
desorden, de libertad y Rocamadour como quien distribuye macetas con
geranios en un patio de la calle Cochabamba? "

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"En un pasaje de Morelli, este epígrafe de L’Abbé C, de Georges Bataille: «Il 
souffrait d’avoir introduit des figures décharnées, qui se déplaçaient dans un
monde dément, qui jamais ne pourraient convaincre.»
Una nota con lápiz, casi ilegible: «Sí, se sufre de a ratos, pero es la única salida 
decente. Basta de novelas hedónicas, premasticadas, con psicologías. Hay que
tenderse al máximo, ser voyant como quería Rimbaud. El novelista hedónico no 
es más que un voyeur. Por otro lado, basta de técnicas puramente descriptivas, de 
novelas, ‘del comportamiento’, meros guiones de cine sin el rescate de las
imágenes.»
A relacionar con otro pasaje: «¿Cómo contar sin cocina, sin maquillaje, sin
guiñadas de ojo al lector? Tal vez renunciando al supuesto de que una narración 
es una obra de arte. Sentirla como sentiríamos el yeso que vertemos sobre un
rostro para hacerle una mascarilla. Pero el rostro debería ser el nuestro.»"


3

"Por la mañana tendría que ir a lo del viejo Trouille y ponerle al día la correspondencia con Latinoamérica. Salir, hacer, poner al día, no eran cosas que ayudaran a dormirse. 
Poner al día, vaya expresión. Hacer. Hacer algo, hacer el bien, hacer pis, hacer
tiempo, la acción en todas sus barajas. Pero detrás de toda acción había una
protesta, porque todo hacer significaba salir de para llegar a, o mover algo para 
que estuviera aquí y no allí, o entrar en esa casa en vez de no entrar o entrar en la 
de al lado, es decir que en todo acto había la admisión de una carencia, de algo
no hecho todavía y que era posible hacer, la protesta tácita frente a la continua evidencia de la falta, de la merma, de la parvedad del presente. Creer que la 
acción podía colmar, o que la suma de las acciones podía realmente equivaler a
una vida digna de este nombre, era una ilusión de moralista. Valía más
renunciar, porque la renuncia a la acción era la protesta misma y no su máscara. 
Oliveira encendió otro cigarrillo, y su mínimo hacer lo obligó a sonreírse
irónicamente y a tomarse el pelo en el acto mismo. Poco le importaban los
análisis superficiales, casi siempre viciados por la distracción y las trampas
filológicas. Lo único cierto era el peso en la boca del estómago, la sospecha física 
de que algo no andaba bien, de que casi nunca había andado bien. No era ni
siquiera un problema, sino haberse negado desde temprano a las mentiras
colectivas o a la soledad rencorosa del que se pone a estudiar los isótopos
radiactivos o la presidencia de Bartolomé Mitre. Si algo había elegido desde
joven era no defenderse mediante la rápida y ansiosa acumulación de una
«cultura», truco por excelencia de la clase media argentina para hurtar el cuerpo
a la realidad nacional y a cualquier otra, y creerse a salvo del vacío que la
rodeaba. Tal vez gracias a esa especie de fiaca sistemática, como la definía su
camarada Traveler, se había librado de ingresar en ese orden fariseo (en el que
militaban muchos amigos suyos, en general de buena fe porque la cosa era
posible, había ejemplos), que esquivaba el fondo de los problemas mediante una
especialización de cualquier orden, cuyo ejercicio confería irónicamente las más
altas ejecutorias de argentinidad. Por lo demás le parecía tramposo y fácil
mezclar problemas históricos como el ser argentino o esquimal, con problemas
como el de la acción o la renuncia. Había vivido lo suficiente para sospechar eso 
que, pegado a las narices de cualquiera, se le escapa con la mayor frecuencia: el 
peso del sujeto en la noción del objeto. La Maga era de las pocas que no
olvidaban jamás que la cara de un tipo influía siempre en la idea que pudiera
hacerse del comunismo o la civilización cretomicénica, y que la forma de sus
manos estaba presente en lo que su dueño pudiera sentir frente a Ghirlandaio o
Dostoievski. Por eso Oliveira tendía a admitir que su grupo sanguíneo, el hecho 
de haber pasado la infancia rodeado de tíos majestuosos, unos amores
contrariados en la adolescencia y una facilidad para la astenia podían ser factores
de primer orden en su cosmovisión. Era clase media, era porteño, era colegio
nacional, y esas cosas no se arreglan así nomás. Lo malo estaba en que a fuerza 
de temer la excesiva localización de los puntos de vista, había terminado por
pesar y hasta aceptar demasiado el sí y el no de todo, a mirar desde el fiel los
platillos de la balanza. "


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