Hoy día, fue completamente igual a todos los días, tal vez
esa sea la razón por la que ya olvidé el mes y el día en que estamos.
Me levanté temprano, como siempre, con el sol pegando en mis
parpados, haciéndome sudar por el calor y de este modo finiquitando con el
sueño. Caminé por el parque, como todas las mañanas, y en el preciso momento en
que la sombra del gran árbol se juntaba con la del monumento, ella se cruzó por
mi vista, con su habitual andar despreocupado y sus largos cabellos al aire.
Luego de aquel agradable espectáculo, continúe con mi camino. De un lado para
otro, en movimiento, observando, pensando, en silencio…
A fin de cuentas, después de grandes paseos, regresaba a
donde pertenecía, donde existía un pequeño lugar para mí, mi cómoda y austera
cama.
Me ha sorprendido fuertemente lo diferente que pueden ser 24
horas, de día hace un calor insoportable, pero de noche hay un frío que te
congela. Precisamente, esta noche, sentí que la pequeña brisa citadina enfriaba
mis pies desprotegidos. Me costó mucho dormirme ya que recordé aquella mujer de
antaño, que vivía dos cuadras hacia el sur. Recordé que era mi amiga, y me
cuidaba mucho, pero se murió de hipotermia el agosto pasado. Le tenía gran
aprecio, y fue muy triste cuando supe de tal infortunada noticia. Me imaginé su
cuerpo congelado e inmóvil, asesinado por el mundo. Un pequeño escalofrío
recorrió mi espalda antes del reposo.
Cuando desperté, creo haber escuchado pequeños pájaros
susurrar; fue raro. Generalmente, escucho bocinas, sirenas, o el bullicio de la
gente, entre otros. Al rato, sentado en el parque, observando a la gente
caminar, apareció ella, a la misma hora por supuesto. Sin embargo, por primera
vez con un rostro de tristeza, con el rastro de sus parpados levemente
hinchados, como si hubiesen estado llorando. Mi cuerpo quiso actuar pero la
inercia fue aún más grande. Solo quería preguntarle si le ocurría algo, pero mi
temor a la incertidumbre me inmovilizó. Se fue alejando progresivamente hasta
perderse entre la multitud. En soledad, dije en voz alta: “Algún día, venceré
mis miedos, y te ganaré a ti, inseguridad”.
Esta mañana, desperté energético, me mojé el pelo y la barba
en un regador del parque, ya que el sol estaba pegando fuerte. Más ansioso que
otras veces, esperaba el pasar de esta bella mujer, creo que me interesaba
observar su rostro pues ayer su pena me había provocado algunas dudas e
inquietudes.
En efecto, a la misma hora de siempre, la divisé a lo lejos.
Parecía otra mujer, se había puesto brillo labial y se había amarrado el
pelo. A diferencia de ayer, caminaba con
entusiasmo, casi sonriente. Vestía una falda blanca como la nieve con una
polera color rojo salmón. Sus ojos bien abiertos avecinaban un buen día. Cuando
pasó exactamente delante de mí, se detuvo bruscamente. Con cara de sorpresa,
buscó apresuradamente algo en su cartera, y al darse cuenta de que no lo tenía
y que al mismo tiempo la estaba observando, me lanzó una mirada con vergüenza,
y se regresó por donde había llegado. Fue la primera vez, que nuestros ojos se
saludaron. Fue la primera vez que la ví dos veces en un día. Fue como un
déjà-vu, sin embargo, en su segundo viaje, no me miró.
En la tarde, no caminé. Me quedé sentado en el mismo banco
de la mañana, no sé muy bien por qué. Creo que no tuve ganas de vagar por la
ciudad o tal vez fue mi inconsciente que pugnó por permanecer varado, esperando
un posible regreso de nuestra dama a su destino, pero ella no llegó.
Puede que parezca una locura, pero con el pasar de los días,
me fui encantando con esta desconocida caminante. Me entusiasmaba verla
caminar, y antes de ir a “nuestro encuentro” me ponía mi única y gastada
chaqueta. Cuando la divisaba, la observaba fijamente, de pies a cabeza, y
comencé a descubrir cada día algo nuevo. Su color de pelo, sus ojos, sus
delgados tobillos, su tan erguida espalda, sus aretes, sus muñecos, sus codos,
su cintura… Toda su belleza saltaba a mis a ojos. Sentía que esa pequeña
instancia mañanera, me daba fuerzas para seguir. Me regocijaba de amor el
corazón y de este modo, lograba combatir contra esta miserable vida.
En lo que restaba del día, gastaba las horas recreando un
mundo paralelo en mi imaginación, donde cabíamos los dos, enamorados y felices.
Gabriel, un amigo que vive en la vereda de enfrente, me
advirtió que tuviera suma precaución. Que esta pequeña obsesión terminaría por
herirme, puesto que gente como ella no está al alcance de personas como
nosotros… Recuerdo que no volví a hablarle.
Cuando comenzó el invierno y las frías mañana, tuve miedo
que ella no apareciera, pensé que adecuaría su rutina, optando por no cruzar el
parque a bajas temperaturas. Afortunadamente su día a día, no cambió, de allí
en adelante, sus caminatas estaban acompañadas de grandes abrigos y bufandas
para protegerse de aquel viento tan traicionero.
Una noche particularmente fría, soñé con ella, pero esta vez
estábamos juntos, ambos caminábamos por el parque, riéndonos, abrazados,
felices. Yo vestía de camisa y corbata, sin embargo, sorpresivamente, en el
banco donde me siento, me hallaba yo, mirándonos fijamente. Desperté en
seguida, confuso y exaltado. Entre vueltas y vueltas, no logré conciliar el
sueño. En el momento en que el primer rayo de sol, cruzó la ciudad, me levanté
apresurado. Tenía el tenue presentimiento de que hoy, la vería acompañada por
alguien, otro hombre quizás, y el sólo hecho de pensarlo me ponía nervioso.
La escena fue peor de lo que me esperaba, ella no llegó. En
un comienzo, pensé que con estas heladas había estado enferma, luego pensé que
en el camino, había tenido un accidente, y así, poco a poco, comencé a
desesperarme. Caminé en busca de ella, por toda la ciudad. Aunque mis piernas
caminaban impulsivamente, no tenía claro qué haría si lograba encontrarla.
Durante la puesta de sol, ya llevada largas horas caminando,
me detuve a descansar. Mi inquietud y agotamiento reducían significativamente
mi respiración. Miré a mi sombra, y le prometí que si en un futuro, ya sea,
cercano o lejano, volvía a ver aquella mujer, pondría todo mi empeño en
saludarla y hablarle.
Con largos insomnios y profundos dolores de cabeza, viví una
o dos semanas ausentado de su ser. Ya no se paseaba por el parque, ni de día ni
de noche. Pese a ello, las esperanzas de volver a verla no morían.
Un día despejado de invierno, un pequeño mirlo se posó a un
costado de mi cama, e hizo sutiles silbidos que lograron despertarme. Al
levantarme, me di cuenta de que era más tarde de lo normal, entonces, me dirigí
de inmediato al parque. En el preciso momento en que me senté, la vi. Mi cuerpo
reaccionó rápidamente, mi pulso se aceleró y mis pies comenzaron a moverse en
dirección a ella. No podía impedirme, mi mente no tenía el control sobre mis
actos.
Cuando me encontré al lado de ella en la calle, no supe qué
hacer. Logré balbucear un incomprensible y tímido saludo. Ella, al percibirme
cerca, alterada, me lanzó una mirada con desdén y decididamente, apresuró sus
pasos evadiendo mi presencia.
En ese instante, anonado supe que no existía un lugar en la
tierra para un pobre, ingenuo y soñador vagabundo.
Thor
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