“Ha llegado el momento de despedirme una vez más de la
ciudad. Sé a qué atenerme: si me quedo será una manera de entregarme a la
intolerancia y a la intransigencia, de botarme entre ellas para ser
despedazado, de lanzarme entre sus brazos para ser crucificado en un nuevo
sacrificio inútil. No es ése mi destino. Debo salvar una fuerza que viene de
muy lejos, que atraviesa los bosques del Neolítico y las capillas del medioevo,
una fuerza que está en mí, que habita en mi interior como un canto
ininterrumpido. Es mi deber salvar esta fuerza milenaria que he heredado
involuntariamente.
Estoy sentado en la última fila, despidiéndome de mi ciudad
en secreto. Adiós, Bogotá, ciudad apocalíptica de las mil heridas, ciudad
venenosa que te ensañas con los que no te comprenden, ciudad de dulce crueldad,
ciudad travesti de maquillajes incomprensibles. Llevaré tu veneno en mis
entrañas con la más profunda jovialidad.
Evoco estos dos versos dolorosos: Y es entonces cuando peso mi exilio / y mido la irrescatable soledad
de lo perdido”
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