12 de abril de 2014

La mesa

Después de largos años de utilidad, la mesa cayó en desuso. Jaime, el auxiliar, la cargó hasta el montón de desechos. Pasó una semana hasta que llegó el momento de convertir a esa mesa en cenizas. Un minuto antes de ser calcinada, el desecho recordó su milenaria vida.
Nació adentro de una fruta, la cual crecía pasivamente colgada de un árbol, en medio de un bosque virgen. El viento fue el encargado de hacer caer el fruto. Por su parte, el tiempo y la humedad hicieron que la semilla se encontrara con la tierra y comience a germinar. Luego surgieron sus primeras raíces, limitadas de espacio ante tanta vegetación. La siguiente aparición fueron las primeras dos tiernas hojas, sostenidas por un diminuto tallo.
Este pequeño no era nada más que maleza ante sus vecinos: gigantescos robles, pinos aferrados a fuertes raíces, cipreses con un sinfín de ramificaciones, eucaliptos portadores de cientos de nidos, ancianos alerces, sabios abedules, eternas araucarias, y magníficos baobabs.
Poco a poco, la maleza sin entender cómo empezó a crecer. Un día su vecino más cercano, un fuerte avellano, a través del soplido del viento en sus hojas, comunicó un mensaje al pequeño. Le dijo que las raíces son el fundamento para su crecimiento, que vuelque toda su energía en hacerlas crecer. Así fue como sin darse tregua, entre tardes de reflexión, mañanas de absorción y noches de ejercicios el joven iba creciendo. Siguiendo esa rutina, un atardecer llegó a un excelente plan para vencer el denso submundo de raíces que lo ahorcaban cada día más, decidió hacer crecer sus raíces sólo en largo, manteniéndolas muy pequeñas en cuanto a ancho. Así sus raíces, escabulléndose entre lo que se encuentren, llegarían al infinito, dónde se encontrarán solas y podrán ensancharse sin problemas.
Pasaron cientos de años, y la maleza añorando ser un eterno fue creciendo, convirtiéndose en un árbol ya, y no en una maleza indefensa. Aún más tiempo pasó para que sus raíces llegaran al infinito. Al llegar, estas comenzaron a engordar de manera impresionante y, de este modo el árbol comenzó a crecer disparadamente hacia su anhelado sol por los días, y su dulce luna por las noches. Así fue como se convirtió en el ente más grande del bosque, feliz de sentir a los monos balanceándose por sus ramas buscando sus frutos, de dar hogar a múltiples pájaros, de que sus gruesas cortezas sean la morada de millones de insectos, feliz de vivir y dar vida.
Todo bien hasta que el fenómeno de deforestación, guiado por la mente humana se presentó en el bosque, prometiendo ocupar cada recurso de la mejor manera. Lo primero fue un incesable ruido: grandes maquinarias en funcionamiento, sierras atravesando árboles, acompañadas luego de estruendosas caídas de estos. Monos, pájaros, liebres, conejos, ciervos, búhos, zorros, gatos monteses, castores, topos, venados, gritando desesperados huyendo del derrumbe. Sonidos secos de balas dirigidas a osos, pumas, lobos, jabalíes, quienes pretendieron en vano frenar el despoblamiento. Lo segundo que observó el árbol fue ver como lo que durante toda su vida fue un horizonte verde, se convirtió en un peladero.
Era cuestión de tiempo para que le tocara a él caer, y eso le producía una profunda tristeza. Llegó la sierra, atravesó su corteza, luego todo su cuerpo. Uno, dos crujidos bastaron para que cayera al suelo, y así se convirtiera en naturaleza muerta. Ahora era el turno de las maquinarias, debían dividir al árbol en pedazos, movilizarlo, cargarlo en diversos camiones y transportarlo. En uno de esos camiones se fue la mente del árbol, viajando entre caminos a paso lento, hasta llegar a una industria de mesas. Se convirtió en mesa y fue vendida a un liceo junto a otras de su tipo.

Ahí conoció más de cerca a la especie humana. Duró solamente 15 años a servicio de ellos debido a las condiciones a las que a veces se debía afrontar. En la sala 302 año a año llegaba un nuevo curso de sexto básico, un conjunto de niños traviesos. Soportó más de una vez a algún pequeño que saltó sobre ella, así como los monos lo hacían. La diferencia era que antes era un árbol resistente y ahora una frágil mesa de colegio. Más de una vez fue lanzada al suelo o penetrada por un compás, maniobrado por un algún cabro ocioso. En 15 años también fue golpeada con ira, rallada, pateada, pisoteada, y así sufrió varias acciones más que lograron su rápido deterioro. En ese tiempo también conoció a diversas personas, aprendió de geografía, matemáticas, historia, lenguaje y artes plásticas. Fue limpiada semanalmente por un tibio paño húmedo maniobrado por Jaime, el auxiliar. Él mismo, luego de una orden transportó una a una las mesas de esa sala para desecharlas. Llegaron otras en su remplazo. Pasó una semana hasta que llegó el momento de convertir a esa mesa en cenizas. Un minuto antes de ser calcinada, el desecho recordó su milenaria vida…


Tré

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