Luciérnagas
Patricia Águila
Yo soy la que ha partido.
La que nunca ha estado.
La ráfaga de viento que no han parido.
La lluvia que trae, la lluvia que mata.
La lluvia que cedió sus gotas, que rindió su risa.
Dime que lloran tus ojos, Dímelo porque tengo el alma vacía.
Dímelo.
Para llenarla de tiempo, Para cubrirla de brisa.
Dime que hay forma aún de tomar tu cuerpo.
De perderlo conmigo.
De dejarlo en tantas otras bocas.
El amor, es un puerto en el que solo desembarcan las locas.
Búscame, Búscame, entre barullos y penumbras.
Cuando ya no valga la pena.
Cuando todo este perdido.
Búscame sin verdades, sin silencios, sin condenas.
Hazlo aunque mis lágrimas te confundan, y el camino sea un golpe unísono que nos desconsuela.
Búscame en todos los objetos, bajo todos los umbrales.
Búscame cuando ya no quede tiempo, cuando los espacios crezcan.
Cuando ya no esté ni cerca,
Estaré en todas las cartas, en cuantas lagrimas crujan sobre el papel
Pude haber hecho el amor con él esa noche.
Pero preferí hacerlo conmigo.
El alcance de mi cuerpo y la textura de lo que pudo ser alguien.
Me dijo, que la flor no se marchita tras el invierno, muere cuando lo decide.
Cuando el sol se paga.
Cuando las cumbres callan.
Cuando los pájaros ahogan sus penas, en el último de los bebederos.
Tengo entrañas que cuelgan, como sangre seca de alguna vieja herida.
Tengo entrañas solitarias y hambrientas de tiempo.
No las parí nunca.
Las tengo aquí conmigo.
Ellas hablan de las y los no nacidos.
De los que jamás entraran a sus universidades.
Ni tendrán Fonasa o Afp.
Tengo entrañas que cuelgan, como piel disecada de las manos ásperas de algún despellejado.
Ellas son como mi viejo cajón de ropa.
Lleno de telas, algodón y lana.
Pero hay días, como en todo, en que no me pongo nada.
Y se quedan ahí esperando.
Una polilla que les cante.
Un arrullo de silencio, de alguna mano amada.
MORIR.
Morir en el único espacio que conozco.
Para eso nací.
No pido otro final.
Quiero una Caminata que no sepa de vueltas.
Una que se hace siempre al lado del camino,
para no estorbar el paso, para que no estorben el mío.
No quiero cargar en mi espalda, viejas y viejos beatos.
No quiero sus cánticos ni súplicas.
Quiero silencio.
Que mis pasos sean espacio inconcluso y camino.
Para eso nací.
No pido otro final.
Morir en la única tarde que recuerdo.
Entre viento y arena.
Morir como la estrofa de una ranchera, reacia y mal cantada.
¿Cómo adivinar lo que éramos?
Si estábamos aquí y allá,
en tantas y en ninguna parte.
Estábamos seguros.
SOLOS.
Enamorados de todo,
de alguien
de nadie.
Caminábamos,
Sin mirarle los zapatos,
Sin pedirle su peso pa'l hogar de cristo.
Su coffee break
Su juguete 3B pa' la navidad.
Pero, ¿Cómo adivinar lo que éramos?
Si nos mataron aquí y allá.
En tantas y en ninguna parte.
Somos un saco de huesos.
Un riel.
Un desierto.
Y en esta oscuridad perenne,
el único grito que ansió escuchar es el tuyo.
NO SOY LÁPIDA.
NO SOY RECUERDO.
NO SOY DESIERTO.
NO SOY DE LOS Y LAS QUE EN PAZ DESCANSA.
Métase por la raja, su paz de monumento.
YO NO TRÁNSITO POR LA CALLE QUE LLEVA MI NOMBRE.
NO ESTOY AHÍ.
ESTOY AQUÍ JUNTO A MIS MUERTOS.
Yo Soy.
La Ramera de Judea.
La que colgaste mientras las turbas vitoreaban: ¡BRUJA!.
La que quemaste, bajo tu mentada cruz santa.
La desollada por Hereje.
Por infiel a tu virgen blanca.
La que nació morena.
La que pare huachos.
La que llora muertos de ojos café.
La que bajo primero de la cruz.
La que te negó tres veces, y no se le quemo la boca.
Peinemos de sueños nuestros cabellos
mientras los ojos están dormidos.
Mientras el tiempo extiende sus alas y arropa
de palabras nuestro plumaje.
Esperando que las cicatrices ya no duelan cerca del fuego.
Esperando que ardan brasa a brasa aun cuando se arrastren cerca de las marejadas.
Peinemos de sueños nuestros cabellos
mientras los ojos están dormidos.
Mientras lluvia limpia las pisadas que dejaste sobre mi cama.
Ha de ser que es otoño y aún no he despertado.
Le temo al mar.
A su exacerbada curiosidad.
Le temo porqué sus golpes desnudan todo.
Dejan a la vista nuestras cicatrices.
Le temo a su hermosura ardiente.
A su mirada fría.
A su voz tenue.
Hay en ella un caudal y a la vez un canto sombrío.
Le temo y no puedo mirarle.
La muerte en él es cruda.
Como la asfixia de una idea.
Sigilosa, Imperturbable.
Ya no tengo corazón de quinceañera.
Se lo llevaron el lunes 4 de diciembre,
De una calle sin número,
De una ciudad cualquiera.
Vendí mi tele.
Mis, miss 17.
Hasta el discman que a mi papi le dieron por navidad,
En la empresa.
Vendí.
Mi caballero, Mi señorita.
Hasta mi últimas alitas de pajarita.
Pa' juntar las ochenta lucas.
Aunque el curita dijo:
RESIGNACIÓN
Un regalo de dios es nomás hijita.
Ya no tengo corazón de quinceañera.
No vi mi parto.
No deje huellas.
Y en el único solemne espacio que tengo,
¡Lloro!
Acaso,
¿TAMPOCO ME VAN A PERDONAR QUE LLORÉ, PORQUE YA NO PUEDEN HACERME ANIMITA?
Porque ya no tendré grutita.
Ni templo.
Ni señoras que cuando recen, tengan en su pecho mi estampita.
YA NO TENGO CORAZÓN DE QUINCEAÑERA.
SE LO LLEVARON EL LUNES 4 DE DICIEMBRE.
DE UNA CALLE SIN NÚMERO.
DE UNA CIUDAD CUALQUIERA.
Había muchas cosas que decir.
Pero muchas más que callar.
Callar, escuchando ese Silencio.
Ocre y diminuto.
Resistente al cambio, al polen, a la Vida.
Apegado a lo infranqueable.
A lo palpable en sueños y tan lejano en la vida.
Exacerbo mis rimas en esta prisión.
Fresca y ferviente.
Refinando la poca vida que me entregan.
Pinto murales que jamás saldrán de mi cabeza.
Una tristeza desgarradora ahonda en mis penas.
Como si no las conociera.
Como si siempre hubieran sido mías.
La Veo entre mis libros y sus historias.
La Veo como el Pasado a los anticuarios.
La Veo mientras afuera Llueve.
Sencilla y hermosamente.
Las gotas golpean con ahínco.
Haciéndonos creer que hoy mueren.
Sin Legado, Sin Tragedia.
Algunas irreverentemente Plausibles.
Se inhiben ante las rejas.
Que solo ellas pueden ver.
Y que me golpean cuando intento atravesar las puertas.
He perdido mi capacidad de ver en la oscuridad.
He perdido las ansías del miedo.
Los golpes del viento.
He perdido tanto.
Que algo que no conozco gobierna mi alma.
Y me tiene perdida en sus recuerdos.
Soy lo más parecido a la pomposa neblina,
que no permite ver el otro lado del río.
Mis arboles están llenos de intriga.
Sus raíces perturban mi cerebro, con
historias que no deseo conocer.
Pero penetran en mí, fecundando la duda.
Fecundando la esperanza de quebrantadas
primaveras.
Atrapando en sus umbrales la muda satisfacción
de lo inesperado.
Y las canaletas de los sueños se quedaron vacías.
No había tornillos que las sostuvieran, ni agua que por ahí corriera.
A su alrededor con cerros de excremento levantaron ciudades.
Las moscas muertas sirvieron de bancas.
Puesto que los desechos ya jugaban en los parques.
Niños risueños agitaban sus manos en los columpios que pronto caerían.
Y solo dejarían polvo que algunos perros usarían para afrontar la noche.
De los cerros emanaba pólvora color espalto, que hacía de las nubes
soledad condensaba.
Las vecinas miraban con espasmo como las madres se convertían en
ventanas, apostadas frente a los cerros sin otro consuelo que cerrar
los ojos que ya eran bisagras.
El tiempo se acompañó de las polillas que hicieron lo suyo.
Las viejas estructuras se derrumbaron como lápidas en el más
completo silencio.
Llegaron los otoños, los inviernos y las primaveras.
Pero nada ha cambiado.
Los desechos de los parques continúan en los cerros.
Que ahora llaman escuelas.
A la niña le dijeron.
¡He aquí tu Dios, Dios trino de misericordia!
Y he aquí tu iglesia, ese pequeño cristo circuncidado.
Debía ser enrielada bajo pulcras cruces de oro.
Avasallada, Santificada.
Santificada por sangrar.
Sangre Roja de amor.
Sangre roja de fe.
Sangre que santificada fue en tu nombre, y el hombre tomo este como esposa.
Bendito fue el fruto de tu vientre.
Bendito tu útero, lleno de viento y tristeza.
A la niña le dijeron.
He aquí tu iglesia, Dios trino de fe y misericordia.
Había que santificarla.
Vivía de un incandescente fuego.
De una interminable Hoguera.
Algo de sigilo ha quedado en ti.
Algo de ternura.
Algo austero, que no quemó el papel.
Algo de mí.
Y para mi compañero, basta tu amor incondicional.
Tu fe.
Tus ganas de creer.
De saber, que somos uno en un mundo de dos.
Que somos y que jamás dejaremos de serlo.
Para así no embargar en nosotros vacíos insondables.
Ni simulacros de amor, ni afectos consternados.
Para saber que estás.
Para escuchar tu voz entre las turbas.
Para volver a ti, aunque los ecos se hayan silenciado.
Aún no es tiempo de encontrarnos.
Nos hemos perdido demasiados instantes.
Sé que tú mirada y la mía aún se buscan.
Porque la verdad, es que no nos hemos ido.
Nos sobran despedidas.
Aún no es tiempo de despedirnos.
Que aguarde un poco, el destino que nos separa.
Que bailen todas nuestras palabras inconclusas.
Nuestros perdones olvidados.
Somos muros.
Muros aledaños, cercados y fuertes.
Aún no es tiempo de despedirnos.
Soy el cielo que acampa en las riveras.
Esos ojos que atraviesas las paredes y se posan en lo que no sueñas.
Un suspiro de silencio.
Una carta no entregada.
Un pasaje no comprado.
Ese follaje recién parido, que se extiende bajo los últimos orgasmos de flor maldita.
Soy sombra de algo lejano.
De algo lejano y Ausente.
La letra muerta echa epitafio, una tumba donde existió
más vida que historia.
Porque no todas las Vidas fueron Vidas, ni todas las
Historias fueron Historias.
Hubo en ellas como en todo un engaño.
Que cercenó con manos disecadas las sombras de esos
recuerdos apacibles y austeros.
Dejando en la madera incrustada la mirada de los rostros
que ha morir se niegan.
Dicen que Hay Historias que por querer serlo pasaron
a mejor vida.
Como hay Vidas que por dejar de serlo hilvanaron sin quererlo
una historia.
Y Aquí estoy yo, Ausente.
Ausente como una Golondrina frente a la pendiente.
La Loca, atrapa y atrapa moscas,
Con su red de flores.
Cinco puntas se savia viva,
Cortan el aire.
¿Qué hará la loca con tanto cadáver?
Aquí huele a podredumbre, me dice.
A invierno lacio.
A mancha de vino y aceite,
Que de algún vestido viejo no sale.
¿Cabe en tu pupila tanta lluvia?
¿Tu desnudez de frío sabe?
Que no te vistan ahora mi loca linda.
Cae como granizo en tempestades.
A ti te parió la noche.
Te pario sin tierra.
Sin madre.
Sin sombra.
Te pario como en los barrios las madres traen al mundo
Tempestades.
Un ataúd decía mi abuela tiene dios para las locas.
Un lugarcito en el cielo, pa’ que mi niña se vista
De comparsa y arrabales.
Ayer se fue y en lo común de la fosa,
Pusimos mistela, harina tosta’, matico.
Que a mi loca no le falte fiesta,
Que a mi loca nunca me la calmen.
Tengo una pena, que no es pena.
Pena que duele, pena que mata.
Es la quietud de la hoja marchitada, de la soledad evaporada, de las vírgenes inmaculadas.
Soy Mujer y lo merezco.
Por tener vagina y hambre de sexo.
Esa es mi pena mujer, la sangre pisoteada.
Cubierta con lágrimas de ayer, borrada.
Que así lo escriba la historia.
Que así lo lloren los historiadores.
Que así lo recuerden las chiquititas, que nacerán hoy más tristes, más bonitas.
Aquí estoy mujer, más triste.
Veo la llaga en tu piel y la memoria que no tuviste.
Somos muchas, pocas, bastantes.
Somos la estrella de belén, la lumbrera distante.
No hay epitafio, ni adiós en nuestra tumba.
¿Putas no Putas, qué más da si seguimos cargando la misma culpa?
Pero, pregúntate mujer de quien es el vientre.
¿Si de un hijo de puta o de una puta consciente?
Con su red de flores.
Cinco puntas se savia viva,
Cortan el aire.
¿Qué hará la loca con tanto cadáver?
Aquí huele a podredumbre, me dice.
A invierno lacio.
A mancha de vino y aceite,
Que de algún vestido viejo no sale.
¿Cabe en tu pupila tanta lluvia?
¿Tu desnudez de frío sabe?
Que no te vistan ahora mi loca linda.
Cae como granizo en tempestades.
A ti te parió la noche.
Te pario sin tierra.
Sin madre.
Sin sombra.
Te pario como en los barrios las madres traen al mundo
Tempestades.
Un ataúd decía mi abuela tiene dios para las locas.
Un lugarcito en el cielo, pa’ que mi niña se vista
De comparsa y arrabales.
Ayer se fue y en lo común de la fosa,
Pusimos mistela, harina tosta’, matico.
Que a mi loca no le falte fiesta,
Que a mi loca nunca me la calmen.
Tengo una pena, que no es pena.
Pena que duele, pena que mata.
Es la quietud de la hoja marchitada, de la soledad evaporada, de las vírgenes inmaculadas.
Soy Mujer y lo merezco.
Por tener vagina y hambre de sexo.
Esa es mi pena mujer, la sangre pisoteada.
Cubierta con lágrimas de ayer, borrada.
Que así lo escriba la historia.
Que así lo lloren los historiadores.
Que así lo recuerden las chiquititas, que nacerán hoy más tristes, más bonitas.
Aquí estoy mujer, más triste.
Veo la llaga en tu piel y la memoria que no tuviste.
Somos muchas, pocas, bastantes.
Somos la estrella de belén, la lumbrera distante.
No hay epitafio, ni adiós en nuestra tumba.
¿Putas no Putas, qué más da si seguimos cargando la misma culpa?
Pero, pregúntate mujer de quien es el vientre.
¿Si de un hijo de puta o de una puta consciente?
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