Sus padres casi siempre salían. De noche, de día, de tarde.
Rubén se quedaba con su nana, es decir solo. Ésta, siendo nula compañía para
él, lo obligaba a mirar horas y horas el páramo de enfrente, en su mesita de
bebé, inmóvil. Como un muñequito, pero vivo vivo. Pero ese vivo se iba yendo
poco a poco, cada vez que Rubén miraba el triste páramo, un pedazo de vitalidad
y jovialidad se perdía, ya que al año, el niño tenía mucha energía, y la
gastaba sin embargo en mirar aquél paisaje.
Los padres de Rubén eran gente ocupada, con muchísima vida
social, el sólo los miraba como unas especies de visitantes diurnos, muy raudos
visitantes, que le mimaban un rato, le tomaban y daban algunos cariños, y a
veces, no muy seguido, jugaban con él. Pero Rubén estaba ya acostumbrado a su
rutina de mirar el páramo, de vez en cuando se imaginaba cosas, cosas sin
sentido, colores por ahí, un dinosaurio en medio y pelotas con olor a plátano
que rebotaban por el pasto. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención a
Rubén, era un arbusto con algunas rosas, que se divisaba a la lejanía.
Dentro de su espíritu de niño en plena formación, Rubén se
aburría mucho, pero era muy bien educado y callado, no se quejaba, lo único que
a veces intentaba pedir a gemidos y murmullos ininteligibles para su nana, era
alcanzar ese arbusto, o una de sus rosas, y jugar con ella.
Un día sus padres salieron de la ciudad, creando un agujero
en ese momento del día destinado para Rubén, lo que le generó a éste un gran
desconcierto, y por ende llanto. La nana desesperada, con muy poca tolerancia y
paciencia, intentó pasarle algunos juguetes, lo sacó de su mesita y lo dejó en
la alfombra, intentado sin ganas y con cinismo hacerle callar. Pero el llanto
de Rubén no cesaba, éste tenía una catarsis emocional, ya que sin sus padres y
sus mimos, y las ganas de poseer esos puntos rojos que se divisaban, se sentía
totalmente disconforme con su situación de bebé, lo cual le daba más pena aún.
Su nana sin saber que hacer, ya enojada, empezó a buscar algo que lo calmase,
un adorno, una jarra, hasta un cuchillo de mantequilla le pasó a Rubén. Pero
nada servía. De pronto, la nana tuvo una idea, se dijo que como el niño pasaba
tanto tiempo mirando ese desaliñado páramo, quizá algo le llamó la atención de
éste. Pues sí, le trajo una rosa. Rubén, no pudiendo creer lo que tenía
enfrente, empezó a reír a carcajadas de alegría, y empezó a agitar la rosa,
viendo como de a poco sus pétalos caían. Era un hermoso espectáculo. Su nana
calmada y satisfecha por su inteligente acción, volvió a la cocina a mirar su
telenovela.
La mañana siguiente llegaron los padres del niño, los cuales
fueron percibidos por la nana a causa de un grito de espanto. No entendía que
había pasado, intentó explicarles lo que ocurrió. Los padres desesperados
llevaron al niño al médico, el cual les anunció qué Rubén tenía un estómago muy
bien formado, de la talla correcta y de peso también, a no ser por las espinas
clavadas en él, se podría haber dicho que gozaba de plena salud.
Eiti Leda
No hay comentarios:
Publicar un comentario