“Hueles a tierra”-señaló mi padre.
-“Sí, es que estaba jugando a las escondidas”-expliqué.
-“¿Y tenías que revolcarte en el barro para esconderte?”
-“Pero mírame –respondí -no estoy sucio, solo huelo a barro,
a madera quizás”.
-“Ve a ducharte, Diego. Y no vuelvas a responderme”.
-“Sí, papá”.
Me marché con el paso delicado y aéreo propio de esos años
de infancia. Lo último que hice fue darme vuelta para averiguar si mi padre
seguía azotándome con esa severa mirada. Y sí lo estaba haciendo. Solo atiné
entonces a girar la cabeza nuevamente y dirigirme al baño para cumplir con el
deber impuesto.
Hoy es el deber impuesto lo que me oprime. Primero con mi
padre, hoy con la condición de adulto que me rige. No tengo hijos, y no planeo
hacerlo. ¿Para qué? ¿Para condenarlos a un mundo etéreo y sin sentido?
Lo último que me dijo mi padre, minutos antes de su muerte,
fue que extrañaba mi niñez.
Javier Velasco
No hay comentarios:
Publicar un comentario