Hasán, hombre rico y poderoso, abandonó su fortuna y su
rango para estudiar con el maestro Abdul Effendi. A pesar de todo el trabajo y
de la evolución que llevó a cabo al lado de Abdul Effendi, éste observó que no
se liberaba de su orgullo, defecto que le venía de la muy elevada posición que
ocupaba con anterioridad. Abdul Effendi decidió darle una pequeña lección. Le
llamó y le dijo:
-¡Ve la mercado y tráenos cuarenta kilos de tripas de cordero!
¡Pero debes traerlas cargándolas sobre tus espaldas!
Hasán se fue hacia el mercado, que estaba situado en el otro
extremo de la ciudad. Una vez allí compró las tripas y las cargó sobre sus
espaldas. Sanguinolientas como estaban, no dejaron de mancharle de la cabeza a
los pies y fue en este lamentable estado hasta que atravesó media ciudad a fin
de hacer entrega de su cargamento. Como era conocido como un hombre muy rico,
cada transeúnte con el que se topaba le hacía pasar un verdadero suplicio. Por
más que tratara de no parecer preocupado, sentía una profunda humillación.
A su llegada, el maestro le ordenó que llevara las tripas a
la cocina para que prepararan con ellas una sopa para toda la hermandad, pero
el cocinero anunció que no tenía un caldero lo bastante grande que pudiera
mantener semejante cantidad de despojos.
-¡Eso no es problema! – repuso el maestro mirando a su
discípulo -. ¡Ve al charcutero de la ciudad y pídele que te preste un caldero!
Y Hasán, totalmente manchado como iba de la cabeza a los
pies, se vio obligado a dirigirse al establecimiento del charcutero, que estaba
situado en el otro extremo de la ciudad. De nuevo cada transeúnte que se
cruzaba en su camino sometió su orgullo a dura prueba. Mortificado por tanta
humillación, trajo el caldero a la cocina y acto seguido fue a limpiarse. Un
poco más tarde el maestro le llamó y le dijo:
-¡Ahora, vuelve a hacer el camino del mercado y pregunta a
todos los transeúntes con los que te cruces si han visto a algún hombre llevar
un montón de tripas sobre sus espaldas!
Él hizo la pregunta a todas las personas con las que se
cruzó y todas ellas le respondieron negativa o muy evasivamente: nadie había
visto a ese hombre y los que lo habían visto no se acordaban ya de su cara. De
vuelta a la Hermandad, el maestro le pidió que repitiera la experiencia a lo
largo del camino del charcutero. También allí el resultado fue idéntico. Nadie
se había fijado en un hombre manchado de sangre que llevaba un caldero. Cuando
Hasán informó a Abdul Effendi del resultado de su pesquisa, éste observó:
-Como ves, nadie te ha visto. Tú creías que la gente se
fijaba en tu vestimenta, pero no era así. Eras tú quien proyectaba tu mirada en
los demás.
Esa misma noche, el maestro dio una gran fiesta y convidó a
sus invitados a tomar la sopa diciendo:
-¡Probad con nosotros esta noche la sopa de la dignidad y de
la grandeza de Hasán!
Cuento Sufí (del libro La Sabiduría de los Cuentos, de
Alejandro Jodorowsky)
1 comentario:
Buenisimo! abajo el ego!
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