La vi en mis sueños, lo juro.
La vi de azul, blanco y desierto.
Me ha rodeado con sus piernas,
ondulan en vertiginosa
y purgada impudicia.
Aquellos cabellos negros
que se mojan en mi boca.
El reflejo de su cuerpo
se repite en un espejo
y la veo venir, ir y volver
mordiéndose los labios.
Entro en ella como un dios
entro en su hogar milenario
y entro en ella olvidando mi nombre,
con el suyo en la punta de mi lengua.
Su cintura son mis brazos
y mis dedos son su cuello.
Soy de ella hasta los huesos.
Soy de ella y se lo digo;
hasta el día de mi muerte.
Pero entonces me silencio.
El corazón me palpita,
y me pregunto ¿Después?
Anónimo
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