11 de abril de 2014

Mugre por doquier

De lunes a domingo, se levanta de madrugada, a esa hora donde duermen todavía las aves, los árboles, el cielo y los zapatos. Tiene que salir abrigado ya que en el trabajo el viento golpea fuerte contra su pecho. 20 años en el rubro ya acostumbraron a Camilo las dificultades del oficio: el hedor insoportable, el cansancio acumulado y la poca paga.
Camilo siempre supo a lo que se enfrentaba al aceptar el contrato. El trabajo no dignificaba, era visto por otros como un recurso humano, como un número, un peón. ¿Pero al fin y al cabo, no todos somos eso en esta sociedad?
Se pasea colgado de un extremo del camión saltando y trepando, subiendo kilos y más kilos de desechos producidos por una cultura desechable. Él es el encargado de limpiarlos, él es el salvavidas que rescata día a día a la “humanidad” de su auto-hacinamiento. Un héroe anónimo y camuflado.
Cada vez, un sentimiento desgarrador y nostálgico recorre la espalda de Camilo al lanzar esas interminables bolsas de basura. Está presenciando la extinción de la raza. Tiene miedo. Ya no sólo en las horas laborales ve basura, ahora, la ve en todas partes: en la tele, en los centros comerciales, en la publicidad, en las calles, en la gente...
Hacen falta más basureros, piensa Camilo en una noche fría de invierno mirando perdidamente Santiago, la ciudad que no duerme.

Thor

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien escrito, un retrato de una metrópolis como Santiago y el camino que nuestra sociedad esta siguiendo.