De lunes a domingo,
se levanta de madrugada, a esa hora donde duermen todavía las aves, los
árboles, el cielo y los zapatos. Tiene que salir abrigado ya que en el trabajo
el viento golpea fuerte contra su pecho. 20 años en el rubro ya acostumbraron a
Camilo las dificultades del oficio: el hedor insoportable, el cansancio
acumulado y la poca paga.
Camilo siempre supo
a lo que se enfrentaba al aceptar el contrato. El trabajo no dignificaba, era
visto por otros como un recurso humano, como un número, un peón. ¿Pero al fin y
al cabo, no todos somos eso en esta sociedad?
Se pasea colgado de
un extremo del camión saltando y trepando, subiendo kilos y más kilos de
desechos producidos por una cultura desechable. Él es el encargado de
limpiarlos, él es el salvavidas que rescata día a día a la “humanidad” de su
auto-hacinamiento. Un héroe anónimo y camuflado.
Cada vez, un
sentimiento desgarrador y nostálgico recorre la espalda de Camilo al lanzar
esas interminables bolsas de basura. Está presenciando la extinción de la raza.
Tiene miedo. Ya no sólo en las horas laborales ve basura, ahora, la ve en todas
partes: en la tele, en los centros comerciales, en la publicidad, en las
calles, en la gente...
Hacen falta más
basureros, piensa Camilo en una noche fría de invierno mirando perdidamente
Santiago, la ciudad que no duerme.
Thor
1 comentario:
Muy bien escrito, un retrato de una metrópolis como Santiago y el camino que nuestra sociedad esta siguiendo.
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