Vivía en un submundo, en una cloaca hecha de rocas, en donde la única luz que iluminaba esta sucia grieta era el pálido resplandor de sus reflexiones, del dolor intrínseco que le carcomía en su mente por ver que a su alrededor no habían más que sombras, es decir, era el pálido resplandor de un simpático, pero inútil, aleteo de un naufrago en alta mar que ansía desesperadamente un puerto donde poder anclar, el resplandor de una pregunta en sus ojos, de un porqué.
Este viejo agricultor conocía la consecuencia, su soledad, pero anhelaba entender la causa. En ese mismo instante con intuición, como cuando un bebe recién nacido logra reconocer a su madre por su simple olor, comenzó a contemplar su alrededor en busca de su respuesta. Pero entre tanta oscuridad sólo vio hormigas que le subían por los talones alimentándose de él sin compasión. Confundido y en un impulso irrevocable de ira tomo su bastón y lo lanzo con sus imponentes manos, las que terminaban en unas sucias y gruesas uñas que daban muestra de haber fracasado y vuelto a levantarse tantas veces, como tantas veces vio el atardecer al arar la tierra mientras ya pensaba en la siembra del día siguiente. El pobre viejo hombre sufrió de excesivo afán por el trabajo, por el ser bien visto , por la lucha de ideales que el no compartía, pero que sabía que debía compartir. Decepcionado de si mismo y defraudado de su búsqueda, este compacto hombre, de pequeño tamaño, y piernas tan firmes que se le asemejaban a las raíces de un gran y portentoso árbol, decidió sentarse. Aquel agricultor, que acostumbraba cosechar año a año sus más grandes pesares, esperanzas y amores, al intentar equilibrarse con sus largos y longevos brazos, los que eran casi tan largo como sus piernas, viéndose así con un aire más simiesco que humano, notó que algo le impedía apoyar sus posaderas en el frío y rocoso suelo. Pues, éste viejo ser humano, cargaba en su lomo una mochila. Una mochila de colosales proporciones, que de tan sólo mirarla causaba ya la sensación de contener algo más que enormes rocas, más que un puñado de logísticas creencias, modismos culturales e inquietudes prolongadas por el transcurrir de su vida. Una mochila que parecía cargar todos los pecados mundanos, cargar todo lo que pudiese llegar a imaginar un pintor al sentir un pincel entre sus dedos mientras lo unta en el bote de pintura, parecía cargar los incontables verbos y adjetivos que cruzan en la mente de un escritos, en una fría y brumosa noche de otoño.
Fue ahí, despegándose la mochila de la piel, que aterrorizado comenzó su frenética y agobiante búsqueda. Buscó y buscó sin detenerse, pero entre más indagaba más temor sentía , pues comenzaba ya a entender la causa, a entender el porqué. Jadeante, tumbado en el piso y casi sin aliento nuestro agricultor ceso su búsqueda. Ya comprendía, e incluso, justificaba su soledad, pues tenía su tan anhelada respuesta. El problema yacía en que en éste enorme peso que cargaba en sus hombros tenía de todo, menos su alma.
Lak-Ant.
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