Si nadie precedió el juicio de la muerte, entonces la vida nunca llegó a nacer. Tuve que vivir 20 ilusos años para venir y darme cuenta que yo era un simple e ignorante botón. El espacio por el cual me deslizaba con dificultosa fluidez, estaba perfectamente delimitado. Y de ninguna manera, podía yo escaparme de mi prescrita y circular condición. Es más, cuando intenté despegarme del sentido práctico que hacía funcionar a la máquina, de los brazos me ataron, como si de un loco se tratase. Y así fui estacionado e inmovilizado en el olvido.
Las voces si que nunca me las arrancaron, pero cuando gritaron y suplicaron por ayuda, fueron tristemente ignoradas. Los dioses estaban dormidos, ocupados, dispersos.
Y en ese posterior y resignado silencio, floreció la condenada ficción. Me disfracé de mero espectador, un individuo más entre las butacas, poniendo en tela de juicio a cualquier payaso que buscara embaucarme. Me transformé, inevitablemente, en duda, desajuste, rebeldía y perdí mi tiempo en resolver problemas que nunca existieron. Admitir la carencia de toda explicación significaba palpar la confusa redención de mi vida.
Yo era un simple botón que quería entender mi ojal...
Thor
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