Boletos de vida




Prólogo

Después del viaje, nunca supe qué realmente entregar, ni qué recibir. Fue como si todo se hubiese quedado entre esos dos meses que parecieron años. Una vida con nacimiento y muerte incluida, un recorrido tanto físico como interior por los recovecos de los mundos vivos. Habité y viví cada presente como nunca antes, y exprimí cada segundo que Dios me regaló, cada bendita intromisión que aparecía en el camino. 
Fui libre, y por sobre todo, fui feliz. Feliz de ser yo mismo y de ser nadie, de ser todo y a la vez tan insignificante, cual hoja desprendida de su árbol madre. Volé como un ave, fluí como el agua y broté como una flor. E irremediablemente, me llené de luz y vida. 
La historia se dibujó sola en un espontáneo movimiento, y yo sólo tuve que abrir los ojos y el corazón para empaparme de otros ojos y  otros corazones que me amaban desinteresadamente. 
Boletos de vida no puede de ninguna manera dar cuenta del viaje, sería una pretensión muy ambiciosa. De hecho, por lo mismo dudé mucho tiempo sobre el qué hacer con los escritos de aquellos días pasados, escritos que al leerlos, sólo me transportaban a los parajes de mi memoria, y no a un re-sentir realmente profundo. Es más, aún no puedo yo dilucidar en mi presente inmediato aquella maravillosa energía que vibra detrás de las susodichas líneas. Sin embargo, me convencí, o más bien me convencieron de no ser tan duro conmigo mismo, de poder regalar estas sinceras palabras sin pensar en el ideal después.
Espero entonces, con toda humildad, que aquellos que se interesen por leer estos esbozos de vida, puedan disfrutar, o quizás atisbar el disfrute que yo sentí al caminar entre los hermanos argentinos, bolivianos, peruanos y chilenos. 





Mendoza

Cruzamos la dicha frontera por costumbre maldita,
Por líneas que dividen en vez de unir,
Mejor es remar para el mismo lado,
La tierra no debe dejar de ser nuestra para corresponderles a otros.
El viaje es entonces la reconquista de la tierra,
Liberarla del yugo del opresor,
Sucumbir los muros imaginarios entre nosotros.
Hilamos la historia del desencuentro latinoamericano,
De la magia poderosa de cada pueblo.
La palabra será vehículo del aprendizaje,
La mente en cambio, vigilará cauta el devenir de los días.


Yala

Pasan los pocos días y yo ya me siento de aquí,
Parte del no lugar, del viaje pasajero cual tren en tránsito,
No importa si llueven o se acaloran las horas,
El alma yace libre y se expande cada vez que se reconoce nueva e ignorante.
El futuro ha sido bendecido una y otra vez por los distintos dioses de estas tierras,
Por tanto sólo queda preocuparnos por los segundos que van pasando, el viento que cruza.
Es el corazón quien llama, el motor y volante de la huella,
Y así entonces se va marcando la rueda, en un delicioso y elegante movimiento.
Ahora si me siento fuerte no es por el aire que llena mis pulmones,
Ni por la vista amiga que preciosa se presta al aliento de un muerto de hambre,
Sino que es por el newen que nutre el ímpetu viajero,
Las energías recibidas por quienes amables cruzan mi camino.


Purmamarca

Me deslicé entre los montes para convertirme en brisa,
Dulce brisa pasajera,
Crucé ríos y caras amigas, y la mente se templó con las gotas que se posaron sobre mis hombros heridos.
Me transformé entonces en Sol,
Pleno Sol y montañas,
Cada vez más cerca de los ojos que abrigan,
De los pincelazos que adornan las noches.
Pero yo en otros tiempos fui ruido, un virus más de la ciudad,
Una necia polilla que revolotea contra la falsa luz, una y otra vez.
Por suerte me contagié de las historias,
Del futuro que esperaba atento a la vuelta de la esquina, escondido de la inercia mundana.
Son puntos blancos, una semilla que brotó.
Subo y subo, y ahora el viento me eleva.


Caballo de la quebrada 

No tenía yo que ser de su misma especie para comprender su dolor,
Sus ojos lo delataban con áspera profundidad,
Y me rogaba entre silenciosos gritos cualquier mínima ayuda.
Todos sus minutos sufrían,
Y hacían llorar en mí cada injustificado sentimiento de culpa.
Estaba yo inmóvil sin saber muy bien qué hacer,
Su agobio era el mío,
Sus ataduras, las mías pasadas.
Le desnudé la condena, y entre los húmedos pastos marchó.
Me dio las gracias y entendimos,
Lo poco que había que entender claro,
Pues sabía yo lo que era ser un animal en cautiverio,


Y él ahora, lo que es un reo que escapa.


Humahuaca

Fuimos todos niños,
Y en aquella inocencia quedaba afuera cualquier invasivo ego,
Sus miradas eran sanas, amables, directas,
Y sin el uso de las palabras compartíamos el agradable ir y venir.
La pureza se escondía detrás de sus risas,
Y sin esfuerzo alguno me invitaban a su inherente distensión.
Yo me unía sin pensarlo dos veces,
Sus sinceras energías me hacían bien,
Me transportaban al pasado que olvidé,
Aquellos días sin tiempo, aquél mundo sin nombres.
Sin embargo, lentamente fue cayendo la teja de la realidad,


Y al despedirnos, fui volviendo a mi inescapable condición de hombre adulto.


Iruya

Me senté cercano a la cima,
La ilusa cima que siempre nos pide ir más allá.
Alcé tímido la mirada,
Y no supe hacia dónde mirar.
Me sentí ínfimo, cual haz de luz desértica,
La cordillera me rodeaba majestuosa,
Y el azulado inundaba las divagantes direcciones.
Iruya, vasto cordón de tierra,
Secreta vida poderosa,
Pasa tu gente y paso yo también,
Digo madre, digo Dios, le digo a sea quien esté,
Salud, gracias, bendición.


Ojo del Inca

La noche se encendía por vez primera,
Irradiaba luz, gloriosa luz que recorría cualquier corrupto tesoro de penumbra.
Era la luna llena,
Fina y perfecta esfera de magia.
Vibraban las horas alrededor de precisas brasas,
Y me alimentaba yo del poder y del calor nocturno.
Se entabló un predestinado canal energético
Y el tiempo se dejó estar.
Fue haber vuelto a nacer.



VIII

De a poco fui conociendo al silencio,
Ese iluso vacío que incendiaba cualquier armonía subversiva.
Me sentía a gusto en su vastedad,
Y de cierta manera, él convocaba mi templanza,
Oscura, vaga y prófuga templanza.
Y en eso mi calma florecía en su reino,
Reino mudo donde las palabras ensuciaban la perfección,
Molestaban al encaje sin desmesurado esfuerzo.
Ruidos, desgastes del medio.
El silencio resultó entonces ser un tesoro,
Un dios a quien acudía en busca de paz,
Un fruto del jardín prohibido.




La Paz

Bardo de las señales.
Eran alegrías provenientes de todos lados, azarosa energía, pero bendita al fin y al cabo. Las líneas se cruzaban con calce júbilo y se respiraban perfectas fusiones de contrasentidos. Era una fuente infinita de maravilloso goce, del interés explorador que reventaba los silencios. Yo por mi parte, siempre he preferido esperar, o por lo menos, examinar desde el lejos, apreciar el instante sin casi ni mancharlo. Las caras eran buenas, de sincero guiño, pero sin querer me recluía en la mono conciencia. Por suerte, en la soledad no hay engaño, y una cierta tranquilidad aquietaba cualquier posible desencajo.
Se reconocían entre sí aquellos libres navegantes,
Perfectamente desorientados de cualquier atadura que remita a su remota indecisión.
No había manera que el camino no estuviese bendito,
Cada pisada calzaba minuciosamente,
Y la dicha contagiaba las pequeñas ventanas.
Mi espíritu se dejaba deslizar con el viento,
O con el fluir que hacía vibrar los días,
La vida era inacabable, y saltaba a nuestra sorpresa,
Yo simplemente confiaba y dejaba aflojar.



Selva

Hace un rato que escuchaba su llamado,
Su inconfundible e impecable sinfonía que me invitaba a ser uno más del eterno pulso.
Yo por mi parte quería que mi grito no retumbara,
Que no incendiase el espacio de sonido,
Sentirme minúsculo frente a tanta gloria indómita.
Venir a la selva era venir a empaparse de vida,
A olvidarse de la propia historia para acudir al presente.
Ese presente que no puedo yo (d)escribirlo.




Coroico

Es el baile de las mariposas,
Entre cada árbol,
Entre cada florido pedazo de tierra que habita la selva.
Revolotean sin azar, en perfectos e imaginarios espirales,
Se toman de las manos,
Giran,
Viajan,
Se deslizan por el aire como hojas en el viento.

Es el baile de las mariposas,
El canto de los grillos,
El rugido de los miles que nutren este poderoso lugar.


San Buenaventura

La muerte es pan de cada día,
Vive descubierta en frente de sus narices,
Al acecho de un tropiezo.

El río empuja con más fuerza,
La lluvia inunda, las piedras caen.

Pero el miedo no se instala en los corazones.
La muerte no es opción,
Y ahora es sólo un viejo mañoso
a quienes todos le hacen el quite. 



San José de Uchupiamonas

Era la voluntad quien nos tiraba, voluntad de conocer más a fondo lo intacto de la cultura. Caminábamos con esa idea revoloteando en la cabeza, chocándose a la par con la incertidumbre que nos encontraba a cada paso. El llegar dificultoso fue sólo una etapa, primeriza, física, condicional.
El permanecer fue el que se tornó intenso, dejando de lado el ritmo y las vibras propias del viaje. Se atisbó la introspección forzosa, pero dulce pensamiento, pues aquí el silencio bastaba para comunicar, y nosotros, escandalosos, éramos cual ruido incógnito.
A primeras, o segundas, se nos permitió caminar por entre ellos, pisar sus pastos, beber de sus aguas, comer de sus tierras. Pero tuvimos que recurrir a la palabra para trenzarnos, esforzarnos para darse a la comprensión. De mínimas y múltiples formas, nuestras no tan distanciadas costumbres se chocaban, y nuestro ahora día a día se dificultaba. Sean amables o inseguras, sus miradas arrastraban cierta juiciosa intriga, cierto “este muchacho no es de aquí”.
Sin embargo, la malicia no hacía presencia, era de esperarse a la entrada de un forastero a una vecindad. Pues aquí son vecinos de sangre, de historia, desde el claro hasta la muerte. Era yo un obvio desencajo, alejadísimo de su propio centro de poder.
Aun así, reíamos cuando había que reír, callábamos cuando había que callar, y yo aprendía en camuflados instantes. Debía existir una inconsciente aceptación social, por lo que no podía yo fluir libre y desvergonzadamente por entre la gente, y me mantenía entones cauto y respetuoso. Por suerte, me refugiaba en los niños en toda su plena energía. En aquellos momentos, no cabían barreras, era simple pureza, un infinito jugar en su más sincera expresión.
***
Con el pasar de los días, en aquél círculo familiar, ya andaba tranquilo, tenía yo un puesto en la mesa, un plato destinado para mí. Con más cierta razón me venía a la cabeza la idea que mi camino era Dios, pues la puerta la cual vine a golpear, era la precisa. Me sentía cómodo, en confianza, seguro y alejado de cualquier lamentable prejuicio.
La sinceridad tenía hambre, a veces enojo, y muchas veces silencio, y yo empezaba a entender casi todas sus visibles y diversas expresiones.
***
Conocimos por parte de los días, al no tiempo, a largas mañanas e ininterrumpidas noches. El viaje parecía haber quedado atrás, pues de una extraña manera nos íbamos acostumbrando al olvidado reloj de la comunidad. Las casi 10 calles de san José parecían desiertas, y en aquella ausencia se dejaba entrever la quietud. (…)
***
Hoy en la última noche de vigilia, pienso en las caras que vi y que me vieron, en la historia que aprendí. Valiosos son los pulsos que guardo en la memoria, una apertura hacia la ilimitada mente. Mañana vuelvo a caminar por gravedad obvia, pero no miento que me sobran las ganas de quedarme un par de semanas aquí, para ver si hubiese sido aceptado, o no.


Tumupasa

Aún tenía cosas por enseñarnos la tierra del más acá,
Dejarnos en claro que aquí se vive en su reino, en su indómita fuerza;
Y que sus aguas azotan los caminos,
Y que con la lluvia pone una vez más en jaque al intermitente humano.
Antes de irnos, la selva nos daba su irónica despedida,
Y nosotros, esperábamos atenderla.


El camino

Nuestros pies cansados marchaban sobres sus ya desvanecidas huellas,
E íbamos entendiendo en silencio que el viaje debía continuar,
Que los vientos han de reconquistar nuestras velas.

Pero de una extraña manera,
La vuelta había cambiado su matiz,
O quizás nosotros veníamos en otro tono,
Sintonizados a la armonía en la cual nos dejamos por un tiempo arrastrar.

La vida había sido única y ahora no sabíamos cómo reaccionar a ella.


Vueltas

Volví con la lengua muerta
Casi olvidada en los rincones del contacto.
De una juiciosa manera me afinaba al silencio,
No como ausencia sino cual presente inaudito.
Quizás el comunicar fue mutando poco a poco a cierta perfección mucho más elevada que el simple hecho de intercambiar comprensibles gemidos, algo así como compartir segundos, o sentimientos indescriptibles.


Sorata 

Las aguas eran cálidas,
De una gran riqueza hogareña,
Las lluvias mojaban tiernas mis cansados segundos,
Y el poderoso río me devolvía el de antaño aliento.
De una lineal forma, el tiempo me traía de regreso a la siempre vida,
A los viejos agradables pasillos.


Cuzco

Me perdí entre las calles por desentendido,
Por entrever en vez de lanzarme hacia afuera.
Pero cuando me entreví quieto,
Gané la posición,
El centro estaba nítidamente claro,
Las luces daban de frente luna llana,
Y yo sabía qué línea pensar,
Hacia dónde mirar.


Ollantaytambo

Me dirigía al cielo,
Subiendo concienzudamente por transitadas huellas,
Y cada pisada era una purga en la historia de otra vez.
El viento soplaba de frente y desnudaba mi conciencia,
Contra todos, seguía caminando a la redención. 


Duda

La incertidumbre del paso de los días iba muriendo en contados cálculos,
En las malditas costumbres preescritas.
Yo dudaba y no sabía a quién obedecer,
Si al viaje pasado o a los latidos azarosos.
Pero quedaba claro que una cierta pausa debía aquietar los días,
Asentar la vida, aplicar los cantos.
El problema era dónde y su futuro,
Decisiones, pisadas, puertas.
De todas formas, el camino se abría solitario y esplendido.


Machu picchu

Nos elevábamos con y hacia la luna,
Y cada piedra contaba la historia de miles de almas pasadas.
Mi viaje era el de ellos,
Era revivir el oculto cariño de los dioses,
De los roces con el sol.
Majestuoso cada espacio insignificante,
poderosas fuerzas de fe. 


Arica

Veía cómo el sol recorría el péndulo,
Cómo se levantaba brumoso por detrás del desértico monte,
Y cómo se posaba más allá del mar.
Era el ciclo yo pensaba,
Y luego pensaba si yo también era o no.


Ruedas

Las ruedas me iban trayendo de regreso,
De regreso a las preguntas,
Al lugar de donde yacen los cuentos pasados.
¿Pero de dónde venía realmente yo?
La tierra es toda, y yo soy una simple intervención humana.
Los momentos eran duros, y casi todos idealizaban la vuelta al siempre mañana,
Pero habían de esos insurrectos, soñadores,
Que me invitaban al bendito naufragio, al palpar de Dios.
Pero aun así renegaba, con lágrimas entre las dudas,
Y entonces se enmudecían los gritos,
Que ahora pasaban a ser prisioneros del reloj.
A pesar de todo, eran vida,
Fuente caprichosa que endulzaba al espíritu,
Que esperaba paciente el momento preciso para bañar los espontáneos caminos.



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