Éramos libres, y nos abstraíamos entre los fuegos y la justicia. Rugíamos en las horas muertas del crepúsculo para nutrir el espacio mudo, para despertarnos vivos y conectarnos en armonía con nuestra madre iniciadora.
Éramos fuertes, imparables y valerosos, nuestra patria era el origen sereno de la diosa Maga. Ella era inspiración, engendrada del eminente y más puro amor. Era la Tierra, y en cada paso que dábamos, nos envolvía con su plenitud.
Pero la guerra, injusta, llegó a nuestras vidas.
Fuimos monstruos, aborrecidos en nuestra sincronía y danza, enemigos del bien común. Fuimos cazados, perseguidos, malditos, repudiados... La masacre fue eterna y sangrienta, irrumpieron nuestras moradas, y nuestra ley, a punta de lanzas afiladas y espantables gritos de aliento, se deshizo en la fugacidad del momento.
Querían la Tierra. Querían acaparar nuestra preciada Tierra.
Y cuando vinieron por mí, me sentí muy poderoso, iluminado. En mi plexo confluían las energías ancestrales, la rabia desatada por mi familia muerta y particularmente, la pasión por mi diosa creadora.
La pugna fue densa. No bajé en ningún momento los brazos y me llevé a muchos al olvido. Pero aún así, no podía escapar del irremediable presagio. Las flechas atravesaron mi cuerpo y con la cabeza en alto, caí lacio sobre las piedras. Se escucharon clamores en festejos, aullidos de alegría. Mi raza había sido exterminada...
(...)
Muchos años después, un día 15 de marzo, volví a nacer. Sólo que ahora, yo era uno de ellos...
Thor
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