PRESENTACIÓN
En una primera instancia, nuestros esfuerzos y nuestras ganas de crear un espacio dedicado exclusivamente a la literatura se canalizaron en un rudimentario blog. Hoy, ansiosos, avanzamos en el camino de la autogestión y entregamos a un público anónimo una desinteresada propuesta cuyo inocente objetivo es concebir un flujo de cultura literaria. De cierta manera, somos hormigas, que, entregadas a una causa mayor, vamos ciegamente edificando un universo paralelo, invisible para quienes viven ajenos a nuestros gritos.
Esta revista, en un primer momento, surge del amor, de este sentimiento tan propio en el cual hallamos regocijo al despojarnos de nuestras obras y así, liberándonos/liberándolas finalmente. Acto seguido, la revista aflora para el (la) lector(a), y en cierta medida, está dirigida y pensada para él (ella). Los motivos son varios e inciertos, puede que inconscientemente se quiera generar ganas e incentivar la creación literaria, como también puede que se muestre únicamente con el fin de entretener y provocar interés en la lectura.
Resulta apropiado mencionar que todo el “material” expuesto en la revista (escritos, ilustraciones, fotografía, etc) es de carácter original perteneciente a jóvenes autores. De proyección en un futuro cercano, cabe decir, que la revista busca fundar una dimensión y círculo donde se desarrolle un trabajo creativo y colectivo caracterizado por su horizontalidad.
Literatura Nómade
La bienvenida
El mate ya está servido.
Las hojas comienzan a hablar.
Me miran,
me observan,
me suplican pensamientos,
me exigen intención.
No será un libro por ser un libro,
menos un puñado de hojas rayadas,
será un fiel testamento.
Vivirá en la micro; en lo cotidiano.
Vivirá en el sueño; en lo extraordinario.
Será la cuerda floja entre la bruma y la esperanza.
Dormirá una vez en su vida,
y para siempre.
Y cuando arda entre lenguas de fuego
reiré, pues al fin seré yo.
Lak Ant
Necesidad
Debo escapar de mí. Lo necesito. Dar un paseo, alzar los ojos y soltar.
Primero el lánguido y pesado cuerpo, los brazos y los hombros, las
rodillas y los pies, la espalda y el estrés. Y cuando ya me siente viento y
esté al borde de ser desprendido de mi rama, soltaré mi mente...
He ahí el vuelo verdadero y eterno.
Anónimo
19 de julio - 20 de julio
Soñé que ya no me querías que todo lo había perdido y qué miserable y triste fue el despertar mucho frío y anhelaba un abrazo tuyo unos besos o al menos unas tímidas caricias que pudiesen desmentir tu desinteresada ausencia y es que no estás aquí para susurrarme palabras de alivio entonces caigo irremediablemente en un pozo vacío de la desmemoria donde mi última imagen de ti es lejana y lúgubre que ni siquiera me mirabas a los ojos ni jugueteabas con mi pelo ni querías bailar ni podía olfatear ese amor que tu exhalas cuando estamos o estábamos y ahora no logro tranquilizarme porque me ha entrado la duda de ti de todo y tu voz no existe ni tampoco tus dedos y tengo que esperar nervioso inquieto un nuevo encuentro contigo en el mundo real o en el onírico da lo mismo, ya que a estas alturas no existen diferencias por eso estoy escribiendo esto porque estoy confundido y ahora sólo quedo atento si al verme donde sea sonríes como antes y te acercas suave linda radiante a mí y con sólo una interacción de nuestras miradas me dirás que todo está bien que todo está bien...
Anónimo
Lxs gigantes
Para ellos éramos insignificantes, pequeñxs niñxs salvajes revoloteando y saltando a sus pies; de hecho, nos querían por lo mismo, por ser tan inquietos... Lxs gigantes seres cuya piel era tosca y surcada han vivido más genera- ciones que nosotros. Ellxs nos enseñaban y nosotrxs escuchábamos, lxs mirábamos y aprendíamos... De lxs hijxs de Gea, nosotrxs nos creímos superiores, pensábamos que ya no nos quedaba más por asimilar, cuando en verdad, solo empezábamos a hacerlo. Reíamos y decíamos que ya habíamos crecido, que ya no dependíamos de los árboles, los vimos como objetos y dedujimos que los podríamos utilizar. Empezamos a cambiarlos, a mutarlos, a matarlos. Ya no los veíamos como unxs sabixs, no los veíamos como unxs amigxs, como hermanxs. Fuimos ingratxs. Aun así ellxs nos querían, nos protegían del frío, del hambre, de los desiertos.
Y seguimos pensando así. El hambre crece, los desiertos avanzan devorando todo con su seca boca, las tierras de hielo se evaporan, el frío duerme a nuestro lado. Lxs gigantes nunca han dejado de hablarnos; nosotrxs dejamos de escucharlos, pero todavía podemos aprender. En el silencio, se susurran constantemente... En el vaivén del viento se pueden escuchar... - Nosotros los cobijamos con nuestras ramas, los protegimos con nuestras hojas... Hicimos lo que pudimos. Ustedes nos negaron, nos olvidaron, nos mataron para y por sus propios caprichos... Aun así los entendemos, les decimos y esperamos que escuchen... Aún estamos a tiempo-.
Tempi
[...]
Oh Ícaro, llévame al rincón de las estrellas
despójame de las cuerdas que ahorcan mi mente,
borra los mapas impuestos por otros,
yo te ayudaré a volar más cerca del sol sin caer...
Surquemos juntos los cielos,
tracemos nuevos destinos,
seamos uno con todo
que todo sea uno con nosotros.
Como el fénix ardamos en pasión y deseo,
que el odio no nos aplaque
que con la ira liberemos al mundo
del cáncer de las construcciones.
¡Despojémonos de nuestro ropaje!
Que nuestros cuerpos dejen de oler
a flores plásticas y fantasías inventadas,
que nuestros cuerpos se reúnan,
y descubramos el placer mutual,
de los cuerpos y el gozo.
Tempi
El mudo
Silente pudiendo no serla, esta habitación no ha sido rota por mi voz porque la he dejado en el olvido. De mis palabras extravié el sonido. Y aun así: ¿De qué serviría aplaudir si no puedo gritar? ¿De qué sirve golpear las paredes si no puedo maldecirlas, o quejarme de su silencio sepulcral?
No recuerdo ni el tono, ni el volumen, ni el timbre de lo que pudo ser la respuesta a tu pregunta, o el gatillo de alguna conversación donde te pediría que alejaras de mí este mutismo, o más bien la mala memoria de mis cuerdas vocales. Que alejaras de mis manos el aplauso, o de mis puños el odio con el que he eclipsado la inquietud verbal de estar quieto.
Pero ahora, con la boca cerrada, recuerdo el vuelo de aquellas palabras que se disparaban por entre mis labios hacia tu oído, por debajo de mi lengua, de forma veloz y a veces torpe, con miedo de ser atrapadas por las cerraduras calladas de mi cuerpo.
Chicha Ruidosa
Desliz en el más allá
Por debajo de la mesa, ella acariciaba tierna e inocentemente su rodilla. Sus dedos eran suaves y lentamente formaban pequeños círculos imaginarios que codificaban cósmicas señales de amor. Ella lo miraba fijamente a sus ojos y con la otra mano rozaba su brazo derecho para tener su atención gracias al cálido contacto.
Él la ignoraba sin querer. Tenía inconscientemente su vista clavada en un intrascendente desajuste del tablero horizontal de la mesa, que tenía en su centro (no-centro-realmente) un cuadrado de cerámica azul mal pegado. Simplemente, un eslabón suelto dentro de una infinidad de mesas del local sin ninguna importancia. Casi como en un acto de recogimiento, él había depositado su vista en un punto fijo y se había vuelto a mirar sus espontáneos y curiosos pensamientos.
Ella lo llamaba entre murmullos por su nombre, sin embargo, él no lograba captar su afectuosa presencia. No tardó mucho rato en molestarse y hasta en un momento, preocuparse. Resultaba extravagantemente raro que no sintiera el peso de su mirada ni respondiese a sus ordinarias señales.
Él se hallaba lejos. Distante. Había extrapolado su mente y su cuerpo, dejando este último totalmente desarticulado y desactivado. Sus sentidos carecían de funcionalidad y digamos que por un momento, su alma se apoderó del presente espacio-temporal dejando inmovilizado a su gran máquina de juguete.
Allá arriba, ni siquiera se escuchaban claras voces ni fuertes razonamientos. Era un griterío sin cesar. En las grandes columnas de piedras, bailaban sin temor las musas de la locura en un desorganizado blues. En la tarima, yacían susurrando los arcángeles y los mensajeros, los leviatanes y los soldados, las aves con los muertos. Volaban soles, estrellas, hojas y frutas por los aires, haciendo de la imagen un sensacional espectáculo. Por allá detrás, allá por los cerros, se alcanzaba apreciar una diminuta silueta que agitaba sus manos al compás de la escena.
Ella lo sacudió mientras le lanzaba su rápido y seco apelativo.
Él dio un leve brinco y volteó violentamente su rostro.
Se miraron por primera vez a los ojos.
Ella le preguntó si estaba bien.
Él le respondió naturalmente que sí.
(Pero en realidad yo estaba mintiendo maquinalmente).
Elías Roth
De lejos
Íbamos tan simples
recorriendo los juegos
del amor.
Tan ciegos y locos
que nada nos podía
distraer.
Ella iba descalza
bailando sin temor a las
miradas.
Yo de lejos
observaba con júbilo
el tímido presente.
Yo también
quería
danzar.
Sin embargo
aún tenía puestos
mis fríos calcetines.
Elías Roth
La desmemoria
Nunca nos enseñaron a olvidar, simplemente nos dejaron susceptibles al dolor y al desvarío. Nadie se acordó del futuro que inminente tocaría nuestra puerta con un fusil en mano. Mis manos en la nuca dejan desprotegida mi eterna coraza. Probablemente será extirpada y vendida. Entonces triste, tendré que mañana recoger nuevos frutos de la esperanza.
Emilia Rayen
(no) Soy yo
Un aullido fue
lo que me despertó
pero cuando me asomé
por la ventana
no había nada
cerca.
Tres veces más
mi noche se interrumpió
y yo buscando en vano
al torturador de mis sueños,
sin saber
que aquellos gritos
eran/son
YO.
Thor
Compartid@
Yo le amo.
Y más que amarlo demasiado,
lo amo bien.
No lo amo de una manera sino de mil.
Lo amo aquí, allá, atrás, adelante, encima, abajo...
Lo amo queriendo a otras y a otros.
Lo amo cuando encuentra linda a Gabriela,
a Raquel,
a Isabel,
a Valeria...
Y, ¿Cómo no?,
Si hasta yo las encuentro bellísimas.
Lo amo porque respeta, porque es mi amigo.
Entonces, podré conocer a miles,
pero sólo él tiene eso, que causa una primavera en mí.
Sam
Bohemio, músico y revolucionario de papel
El cigarrillo que más se disfruta es aquel que se consume lentamente antes de caer en un sueño profundo. Es el equivalente a la realización de ese deseo que nos lleva lentamente, como si de un acto sexual se tratase, a matarnos. No existe nada más terrible que el tedio, ni nada tan mortal como la vida misma. Nacimos, vivimos, morimos. Y sin embargo, nues- tra vida se reduce a actos de suicidio. Aquel que vive más tiempo es el que menos hace, sin embargo el que más vive es aquel que más participa. Porque vivir más no significa llegar a los ochenta sano como una lechuga y preguntarte que has hecho con tu vida. Vivir más es hacer más, y hacer más significa, inevitablemente, morir más joven. La vida mata. Pregúntale a tu Pepe Grillo. Probablemente te dirá que haces bien en medirte, en controlarte. Te dirá que comas sano, que no tomes mucho, y que por nada en el mundo se te ocurra caer en la tentación del placer fácil que proporciona la droga, el sexo casual, o simplemente el ocio. Es más, lo más factible es que ese pequeño insecto esté hablándote ahora mismo, endulzando tu oído con palabras dignas de un santo varón. Te estará diciendo que este texto es basura escrita por un idiota con insomnio y problemas de infantilismo, que debería estar estudiando en vez de escribir esta mierda. Bohemio, músico, y revolucionario de papel.
Rosecin
Los prismas de la infancia
-“Hueles a tierra”-señaló mi padre.
-“Sí, es que estaba jugando a las escondidas”-expliqué.
-“¿Y tenías que revolcarte en el barro para esconderte?”-
-“Pero mírame –respondí -no estoy sucio, solo huelo a barro, a madera quizás”.
-“Ve a ducharte, Diego. Y no vuelvas a responderme”.
-“Sí, papá”.
Me marché con el paso delicado y aéreo propio de esos años de infan- cia. Lo último que hice fue darme vuelta para averiguar si mi padre seguía azotándome con esa severa mirada. Y sí, lo estaba haciendo. Solo atiné entonces a girar la cabeza nuevamente y dirigirme al baño para cumplir con el deber impuesto.
Hoy es el deber impuesto lo que me oprime. Primero con mi padre, hoy con la condición de adulto que me rige. No tengo hijos, y no planeo hacerlo. ¿Para qué? ¿Para condenarlos a un mundo etéreo y sin sentido?
Lo último que me dijo mi padre, minutos antes de su muerte, fue que extrañaba mi niñez.
Javier Velasco
Los pies sobre la tierra
Yo quería ser uno de esos gigantes, esos que eran temidos por los ancianos de la comunidad. De joven me contaban increíbles leyendas de aquellos seres. Tengo aun memoria de la primera vez que vi a uno: mi cuerpo se detuvo y quedé anonadado con el semejante tamaño de aquél monstruo. En un comienzo tuve miedo, pensé que podría aplastarme en cualquier momento, pero poco a poco del miedo nació la curiosidad. Desde aquél encuentro, comencé a espiarlos y a estudiar sus costumbres, me obsesioné... Recuerdo haber pasado días enteros pensando cómo sería ser tan grande. De toda mi gran familia, debí haber sido el único en fantasear con ellos. Me distraje lo suficiente.
Fue la última noche de la época de recolección, antes de las Grandes Lluvias, que sucedió. Fue muy rápido todo, no alcancé ni a pensarlo, ni menos a medir todas las consecuencias que traería, pero lo hice. Esa noche mirando las lucecitas en el cielo, una gran línea blanca cruzó la oscuridad. Aluciné. Deduje que era una señal del más allá para mí, y en consecuencia, pedí un deseo.
A la mañana siguiente, había dejado de ser una hormiga de la Comunidad Horizontal del Cuadrante Syghlt y me había transformado en un coloso, autodenominados “humanos”.
Nunca una mañana había sido tan bizarra. Era como si mi imaginación tomara vida. Desperté sobre un césped a medio cortar, el sol me hizo desvincularme con mi estado somnoliento debido al calor. En un comienzo, pensé que seguía soñando, sin embargo, luego me di cuenta que aquello era real: mis extremidades se habían transformado en entes corpóreos, había perdido mis antenas, mis patas, mi ser…
¡Me convertí en un gigante! grité lleno de emoción, pero el sonido que produje me causó más desorientación y misterio que expresión de alegría.
Después de un rato tendido reconociendo mi cuerpo, me preparé para moverme. Los primeros intentos en levantarme fueron inútiles, no tenía equilibrio alguno. Probé mirando al cielo y también, a la tierra, y a pesar de ello mis fuerzas no lograban soportar mi gran peso. Decidí arrastrarme, por instinto tal vez, y pude avanzar.
Estaba excitado, empezaba a controlar mis energías y movimientos. Fui aprendiendo.
Todo era nuevo para mí, en este día mágico, nada calzaba con nada. Con lo que más mi mente alucinaba era mi enorme visión. Era indescriptible el cambio, mi mundo dio un giro totalmente inesperado: la profundidad de mi percepción, la infinita gama de colores, los tamaños de las cosas… Aún no lo podía creer, todo aquello era tan irreal. Algo en mi interior me incitaba a pensar que era una jugarreta de mi mente, algo temporal, un día lleno de mística e incomprensiones quizás. Pero, desgraciadamente, no lo fue…
Thor
Primitivo
Signos grabados en piedra
Ritos alrededor del fuego.
Caza para la subsistencia, no por juego,
Incertidumbre por el clima que vendrá.
Organización es lo que se tendrá
Para nómademente el continente atravesar,
Para saber que la tierra más allá de la montaña va,
Para seguir a los mamuts y el mar atravesar.
Hacemos un poblamiento respetuoso con el entorno,
Vamos formando parte de él sin imponernos.
Nos vemos dentro de un cosmos,
Cuidaremos no desequilibrarlo
Valorando lo que nos trae,
Rindiendo homenajes a su divinidad,
Sin crear necesidad más allá de lo esencial,
Animales somos y eso nada más.
Hasta el día en que la avaricia del hombre se apodera
y camina en busca de conquistar la tierra,
Se embarca y a dónde estamos llega,
Disfrazado de hermano su maldad encierra.
Nos esclaviza, menosprecia y nuestras tradiciones quema.
Pasan los años y el rumbo no cambia:
Ahora en la actualidad los alambres de púa son su legado,
En defensa de la propiedad monetaria
De nuestras tierras nos mantiene alejados.
Tré
La luna de la mañana
“Muchos nacen, pero pocos logran vivir. Los muertos son, irónicamente, los que más temen a la muerte”.
Esa mañana despertó, sin haber soñado nada, era un jueves más, o lunes, para él no había diferencia. Apagó el despertador (cuyo sonido odiaba, pero, ¿qué más da?), se levantó y dio inicio a su día. A las siete de la mañana la luna seguía en el cielo, pero él no la vio, tampoco a los pájaros de aquel árbol afuera de su casa. El día anterior había llovido, y el aire estaba mejor que nunca, pero, ¿cuándo se ha visto a un muerto respirar?
Estaba subiendo a su auto cuando vio a su vecino saliendo de su casa, lo saludó, le sonrió (él sonreía mucho, pero nunca sonreía), y subió su auto, aunque en lo último que pensaba era en manejar. Por la vereda de una de las calles por las cuales manejaba todos los jueves, o todos los lunes, iba caminando una pareja, tomados de la mano, hablan de las maravillas que hacia la lluvia con el aire y de lo linda que se veía la luna a esa hora. El hombre se les quedo mirando y, sin saber muy bien porque, en un acto casi instintivo, apagó la radio y bajó la ventana, a lo mejor descubría porque estaban tan felices, pero lo único que escuchó fue el ruido de una bocina, a cada instante más fuerte, giró su cabeza hacia el parabrisas y vio un auto en dirección contraria a unos cuatro metros, y fue ahí, en ese segundo eterno, cuando supo que había llegado el momento que temió, e inconscientemente anheló, por mucho tiempo, pero ya no más. Sabía que no se iba a morir, que ya estaba muerto, que nunca vivió. “ahora podré mirar la luna un poco más de cerca”, pensó.
Mandu
El otro carrito
El Kevin se pone siempre en la misma esquina, Bellavista es un lugar prendido así que le va bien. Lleva en su carrito un pote con mostaza y otro con kétchup, acompañando las sagradas frituras que son el sal- vavidas de cualquier borracho a la deriva. El veinteañero se mueve con cuidado y anda siempre alerta con los pacos, se conoce todas las movi- das y a todos los que trabajan en su rubro. El Matías y la Nicole son sus amigos de infancia y compañeros de venta fuera del carro. Hay noches buenas y malas, o muy malas, en donde el Kevin solo consigue vender sopaipillas.
N.G
Como el disparo de mi cámara
Mi nombre es Rodrigo, soy chileno y tengo 19 años de edad.
Hace algún tiempo tuve que abandonar mi país, mudarme muy lejos, ya que mi madre fue detenida durante la represión militar. Supe la historia de un golpe y sentí en mi cabeza cristales molidos.
He aprendido mucho en Norteamérica, me he percatado de la precaria situación de mi continente, de mi pueblo y de mis hermanos latinos. Una fuerza indomable se levanta en mí, nadie tendrá el coraje para detener mi vuelo.
Hoy con mucho esfuerzo he juntado los recursos para volver a mi querido país, ese que me vio nacer un 7 de marzo de 1967 en Valparaíso. Llevo en mi mochila un par de cosas, dos cámaras fotográficas y mi anhelo más preciado, relatar al mundo entero, a través de imágenes, la triste realidad que acongoja a mi Chile.
He llegado a Lima, Perú, pronto visitaré a mi abuelo en Arica, el viejo me ha de extrañar un montón. Quiero darle una sorpresa que nunca olvidará…
No tengo miedo de disparar mis fotos, son como estrellas fugaces que vi de niño, como destellos que quedarán en mi mente y en mis manos. No temo retratar lo que ocurre, mi valentía me hace mucho más grande que aquellos uniformados con fusiles. Sé que poseo un arma superior, mi cámara, mi sueño.
No dudo en alzar la voz para guiar al compañero desorientado, al pobre agobiado por el profundo miedo que infunde un rostro lleno de ira que porta en sus manos la bandera de exterminio. ¡Oh! que rabia siento al oír que la gente oculta sus domicilios por miedo a la persecución, pronto me escucharán, me observarán, me seguirán…
Es el día 2 de julio de 1986, escucho voces que dicen que lo peor ya pasó, que pronto vendrán nuevos aires, pero esos aires los construyo yo y mi gente, no cesaremos de protestar, no dejaremos de luchar por la justicia y la verdad, tal como lo hiciera Guevara.
Son las 8 de la mañana, voy caminando junto a mis amigos y mi en- trañable compañera, mi amante, Carmen Gloria. Juntos seremos el cambio, la luz de la llama libertaria arderá como un rojo amanecer, como la victoria de toda nuestra lucha. Me acompaña mi fiel cámara, en ella van todos mis recuerdos desde que regresé a mi país, desde que descubrí mi misión en esta vida.
Una patrulla militar nos sigue muy de cerca, ha logrado dispersar a los demás. Junto a Carmen Gloria corremos, intentamos zafar, pero nos han capturado, no sé donde nos llevan. Hombres altaneros y descontrolados nos gritan, nos insultan, estamos atrapados acá adentro, no veo nada, solo sé que subieron con nosotros los elementos incendiarios que usaríamos para la barricada.
Nos bajan del retén a patadas, nos dan golpes con fusiles que rompen mis extremidades, mientras lloro y grito algo de piedad para Carmen. Son golpes que calan los huesos, que destruyen el ímpetu, que ahogan el grito de libertad…
Tendido en el suelo con mi cara ensangrentada miro a Carmen, ella se ve destruida, es como si secaran el sereno mar que rompe en las orillas de mi ciudad natal, eso me revienta el corazón, ya me debe quedar poco.
No sé qué hora es, que día, ni donde estoy. Tampoco tengo la certeza de que los que empiezan a rociarnos de pies a cabeza con combustible inflamable, sean seres humanos.
El fuego arde en el rostro de mi compañera e irrumpe en mi piel, en mis pulmones y entrañas, siento como desgarra mis órganos de a poco, como va agotando mis fuerzas para seguir.
No creo en el odio, creo en un despertar, creo en mis ideales, creo en mis amistades infranqueables, confío en mis deseos de revolución, en el amor que me ha enseñado mi madre y en la esencia de mi pasión, la fotografía. Hoy mi alma vuela lejos, como el disparo de mi cámara…
El teniente Pedro Enrique Fernández Dittus, jefe de la patrulla mili- tar, ordenó que los cuerpos humeantes fueran cubiertos con frazadas y subidos a uno de sus vehículos. Posteriormente, fueron lanzados en una acequia de las afueras de Santiago, en el sector rural de Quilicura. Fueron encontrados por efectivos policiales y trasladados de urgencia a la Posta Central. El 6 de julio, Rodrigo Rojas De Negri muere a causa de las que- maduras mortales en su cuerpo, Carmen Gloria Quintana sobrevive con quemaduras de alto grado en su rostro.
En memoria de Rodrigo Rojas De Negri, ejecutado durante la dictadura de Augusto Pinochet.
N.G.
Die Wüste der Wölfe
Evito mirar atrás. Siento como mi sombra me carcome. Camino hacia la luna… ¡AYÚDAME! Estoy perdido... y los árboles se ciernen sobre mí como otras sombras danzantes que buscan el placer de mi carne ensangrentada, observándome... Odio las sombras. Aullidos rompen el silencio, aullidos que buscan la muerte de la luna... mi luna. Cada vez escucho sus pisadas más de cerca... ¿Tendrán ya mi olor en sus sangrientos hocicos?, ¿Me podrá ocultar la luna? El sueño me fatiga, no puedo correr más... Ella se oculta. ¿De mí?, ¿Le habré fallado? Ruidos... ¿Me habrá dejado de amar? Presiono mi mano contra mi pecho buscando mis latidos. ¿Sigo vivo? Escucho sus respiraciones agitadas. ¿Estarán cerca? Escucho sus pisadas. Caigo al piso. Alzo mi brazo. ¡ALÉJENSE! les grito, ¡LOS DETESTO, VÁYANSE! Siento la sangre en mi boca. Escoce mi garganta. Se acercan. Me rodean. Bajo mi brazo. Es inútil defenderme. No veo cuantos son, 5? 6? 10? Las lágrimas comienzan a surcar mi rostro, recordando mis años, mi vida. Siguen su danza, oliendo mi sudor, mi sangre, mi miedo. Les grito. Les imploro. ¡Me arrodillo ante ellos!
Se acerca uno, quedando cara a cara contra mí. Bajo la cabeza, mi cuerpo se resquebraja por el miedo. Acepto mi destino, sometiéndome a la muerte. El grisáceo ser abre el hocico. Huelo su saliva. Posa su boca en mi cuello y gentilmente me desgarra la piel. ¿Qué ocurre? ¿Por qué sigo vivo? Un hilillo de sangre recorre mi cuerpo. Saborea mi sangre. Me mira a los ojos. Me sacude un escalofrío. Se acuesta a mi lado. Cada uno de ellos lo imitan. Y entonces alzo mi cabeza. Veo un círculo de lobos, yo al medio. La luna ya no existe, las sombras me cobijan. Sus lobos me están cuidando. No soy un ajeno. Soy uno más de ellos. Sonrío. Una carcajada aparece súbita por mi pecho. Amo a mi manada. Amo las sombras. Odio la luna. Soy uno más... Soy uno más...
Tempi
Cualquier papel
Hola
soy yo de nuevo
acariciándote otra página
de tu suave cuerpo
No te miento
aun soy el mismo
que grita
en la tinta
desesperado
y no he logrado
matar aquellas voces
que a veces
tanto te asustan
Pero
aún doy la batalla hacia la cordura
Tú lo ves
has seguido de cerca mis lunas
Te has deleitado
con mis esporádicas
chispas de irrealidad
como también
has oído
los profundos lamentos
No te des la tarea
de pensarme
con ya sólo
ser tangible
me es suficiente
Ya he vuelto
a divagar
Y
tu
lo presentías
sabías que esto
no daba para más que eso
simples vueltas
Ahora
soy
mudo
por
timidez.
Thor
Dualidad del cotidiano
Sangre fría sangre tibia. Caigo en la inseguridad de sus labios. Me pregunto si acaso sus besos serán reales, si sus ojos que tiernamente miran los míos no serán disfraces de una gitana malvada. Púas son sus dedos que agitan mi pelo y recorren mi cuello. Flechas son sus palabras. Ataque fugaz. Tiemblo de miedo. Un miedo tan dulce como la miel.
Arrayán
Armonía en sol menor
Me siento solo
me lleva el desierto
me arden los pies...
te regalé mi silencio
mi bulla y mi centro
te haces agua,
es solo un espejismo,
te haces llanura,
es solo sed....
Hablaría de oasis
pero la arena entró en mis ojos
deseo un tornado fatal
pero solo tengo al sol...
(y me rio)
recuerdo el olvido
(rio sin parar)
olvido el recuerdo
(y giro)
olvido el olvido
(giro sin parar)
miro al cielo
y en las nubes un olivo
Me siento solo
me llevó el desierto
me arde la piel.
Isabel
Marcado
Hace un par de días una tipa me arrojó un beso, pude percibir con la brisa el suave eco de sus labios, esos que enrojecidos por el rouge, esos que entre llamas manchan las colillas de los cigarros pisados en la calle cubriéndose inocentes de ese rojo hirviendo y fundido. Esos labios que guardarían el mundo entre sus comisuras invadieron mi rostro con una violencia impensada. Pude notar más tarde entre segundos una risa en escándalo de la tipa en cuestión, una forma perfecta de quebrar semejantes uniones tan sensibles de carne descosida, la situación fue espantosa, como aquellos colmillos carnívoros nacían maléficos de la dulzura simple de los labios tétricos. Desaparecí en el instante, al llegar a casa note la marca, se quedó en su sitio.
C. Tinto
Mamihlapinatapai
Los dos se encontraron en medio del bosque, no se habían visto nunca. Jamás pensaron que fuera a existir un ser similar. Jamás creyeron que se verían a si mismos en otro cuerpo. Al verse los dos dejaron todo lo que estaban haciendo, dejaron las rudimentarias herramientas y armas en el suelo. Al principio se agacharon creyendo que era un animal hostil.... Pero no. No con esos ojos, con esa mirada... Nerviosos los dos se hacen un amago de saludo... No saben como reaccionar... No saben que hacer, todo es muy extraño... irreal... onírico... Se yerguen. Se observan cautos, conociendo y reconociéndose en el otro. Una... No. Dos sonrisas aparecen reflejadas entre los entes corpóreos. Se movió. Quitó las ramas que obstaculizan sus piernas y da el primer paso... Se acercó lentamente... Que extraño parecía todo... Cuerpos desnudos mostrándose a las miradas. El sol que comienza a decaer se revela en sus pieles. Si... Esbeltos seres se acercaron a darse a conocer... Sin saber como hacer- lo, sus gestos hablaban comprensivos, a la vez que sus palabras eran inentendibles... Pasado un tiempo, de una manera u otra se encendió una llama en el suelo, iluminando la penumbra, siendo apoyada por los mismos astros; el sol ya no rebotaba en sus pieles. La llama dividía a la recién conocida pareja... No se entendían con palabras, sus miradas lo decían todo. Se observaban cuidadosamente, cada expresión debía significar algo... Sus ojos, sus brazos, sus genitales, sus pechos, sus piernas debían significarle algo... Tan parecidos, tan distintos, tan lejanos, tan cercanos... La piel amarilla por la luz del fuego se encontró con su contraria. Se sintieron... Que extraño se sentían sus dedos al recorrer la piel de otro ser...
Que extraños besos se daban... Nunca lo habían hecho... No sabían por que lo hacían, pero querían seguir... Los sabores de la piel... del sudor... Ése día, algo maravilloso descubrieron... Se llevaron a cada uno en su memoria, se guardaron en sus oídos, recuerdan siempre sus sabores...
La marca será eterna.
Esa noche germinó un nuevo silencio... No era el silencio que genera la falta de animales corriendo o la de pájaros graznando. Era un silencio que le seguía al respirar acompasado de los dos cuerpos unidos, era un silencio que los envolvía, que los protegía. Y este silencio, era de ellos.
Tempi
El extremo
1.- Desperté una noche en Santiago. Aún no recuerdo cuándo me quedé dormido ni el día en que llegué a esta ciudad. Tampoco sé muy bien de dónde vengo. Sé quién soy, o creo saberlo. En mi casa ya estaban todos despiertos, aunque a algunos los mecía el sueño de vez en cuando, en ciertas horas de flaqueza. Pero a fin de cuentas ya se habían despertado, y eso era lo que importaba. Yo, en cambio, fui el último en hacerlo, aun- que siento que mi vigilia será tenaz y definitiva, a diferencia de las otras. Alguien toca la puerta. Es el vecino y viene a pedirnos ayuda porque su perro se ha escapado. Mi padre lo hace pasar al mismo tiempo que sale él a la calle a ver, inútilmente, si es que el perro podía aparecer. Quizás él también quería escapar. Entonces, habiéndome recién levantado, acabo topándome con el vecino en el umbral de la sala de estar. Me saluda afectuosamente, como siempre. Pero yo no respondo de la misma mane- ra; hoy me parece irreconocible, lo veo de otra forma, como si recién ahora pudiera distinguir cada arruga e imperfección en su rostro, con cierto escrutinio pesimista y hostil de mi parte. Es por eso que me queda mirando con ojos inquietados (aparte de la causa que lo traía hasta mi casa), con su mano estirada y una sonrisa aún vigente. Falsa, pero vigente. Luego me incorporé: ¿Cómo estás?, disimulé (o al menos creí hacer- lo). Bueno… aquí medio preocupado por lo del perro. ¿Te pasa algo? Mi silencio se vio quebrado por la voz atolondrada de mi madre.
2.- Hace un par de días que no puedo quedarme dormido, pero debe ser por el aparente desfase que tengo. Mi vigilia sí ha resultado ser tenaz pero ahora, sin embargo, siento náuseas. No tengo hambre, ni mucho menos sueño. Pero creo que necesito dormir, para despejarme un poco. O abstraerme, más bien. Algo breve y ligero eso sí, no vaya a ser que se me pase la vida nuevamente. Estar tanto tiempo despierto es irritante y creo pasar más tiempo con el ceño fruncido. La desesperación aun no me toca, pero por como van las cosas… ¿Es música lo que oigo? Pareciera ser algo de Mahler. Impecable, por cierto. Mahler… así se llama el perro extraviado de mi vecino, que en mis padres creyera haber encontrado el consuelo frente a su soledad. Aunque deseo que se marche, que se marche, que se marche. Bueno, a mis padres ya los empieza a vencer el sueño. Y una luz total va prosperando sobre sus rostros. ¿Estarán cayendo también?
3.- Cinco días sin dormir y creo que esto ya llegó demasiado lejos. Soy más que irritable; “colérico”, según la gente. Y no sin razón: cada interpelación termina en mi furia, en peleas, en golpes tentativos. Ya no se me puede decir nada. Y me estoy odiando pero no lo puedo controlar, no me logro corregir. Es como si hace cinco días hubiera abierto los ojos y con ellos los poros por donde brota mi beligerancia. Soy hosco en mi propio hogar y el mundo me es insostenible, y él mismo me grita y me advierte sobre mi vida, sesgada en su visión de la realidad y absurdamente combativa. Como si tratara de debatir sabiendo que no tengo argumentos y que el otro sí los tiene. Pero qué estúpido, siempre tratando de tener la última palabra, por más etérea que fuese.
4.- Me fui de mi casa. Supongo que las razones ya han sido explicadas. “¿Te pasa algo?” Aquella pregunta aún circula por mi mente. Pero ahora puedo responderla porque he podido, finalmente, quedarme dormido.
5.- Qué tranquilidad: me he vuelto un ser más apacible, parecido al de siempre. Tengo lucidez frente a mis interrogantes. Qué inquietud: me he mirado al espejo y he vuelto a reconocer este rostro. Nada ha cambiado pero ya nada es lo mismo que antes.
Chicha Ruidosa
¿Círculo o espiral?
Frente al precipicio, mi abuelo distinguía a dos tipos de personas, a los que decían que el cansancio era una consecuencia directa de que nunca se había avanzado tanto, y a los que lo atribuían a la ignorancia de una o más fuerzas. En la misma instancia, mi padre separaba el mundo entre los adictos y quienes jamás tuvieron esperanza. Y ahora que estoy aquí, en este punto, también se me ocurren dos tipos de hombres. Están quienes creen que es posible precipitarse progresivamente y quienes no reaccionan ante el vértigo.
Diego Huberman
Estrella fugaz
Trepamos el árbol, tú de un lado, yo del otro. El gran tronco cubría tu desnudez de mis ojos, que a decir verdad no la pretendían en todo momento como el norte al sur o el calor al frío, solo la buscaban para sacralizar el brillante contenido del cuadro. Subimos como simios de luz aquel interminable tallo, empujados por una lúcida embriaguez que de- scorchó, a raíz de un beso, la sensación de identidad. De un suave golpe, nos vimos desplazados desde nuestro punto fijo a orillas del reloj, hasta la copa del imponente árbol, donde, como una antigua herida, se abría el cielo en su más cruda versión: la blanca luz circulaba como sangre fresca entre las venas abiertas del oscuro vacío, que ahora, como nunca antes, parecía moverse y fluir vertiginosamente, aunque acarreando a su vez la vasta tranquilidad que regala un meticuloso y estudiado equilibrio. Ahí arriba fue donde el amor nos hizo a nosotros, justo en ese punto en el que dos rayos de opuesta procedencia se encuentran cara a cara, como dos tigres solitarios que se reconocen en un baile, rondándose el uno al otro, e ignorando que en el mismo instante, de lo que antes eran sus colas, confluyen agitadas un sinfín de coloridas nebulosas construyendo un destellante espiral de energía, esperando cual galaxia, ser condensada aunque sea, en una mirada.
Diego Huberman
Para tu Dios
En cada palabra vivía mi existencia, en cada verso mi inherencia y en el párrafo convivían. Mi realidad se escribe sola, obra de esta belleza prodigioso que me inunda y ahoga. ¡Pausa!... Todo acabó cuando llegaron letras que nunca había visto, que escribían cosas que no existían, que adornaban la forma de cómo nos mataban. No sé cómo ni cuándo, en el momento que quise escribir, ya habían atado mis manos, mas no mi percepción.
Tintaya
Vestido
Brota la sangre,
desmedida,
que bombea su pecho,
y que ve la luz,
en su fragil boca.
Su vestido como estandarte,
de una sociedad hundida,
que se entromete con su lecho,
su vestido manchado,
de su sangre antes viva.
El/la pobre travesti,
pensaba que podría,
exponer su ser,
con tamaña porfía.
No creía que la sociedad,
Matarlo, lo haría.
Tempi
De trece en trece
La lluvia golpeaba su ventana y lo inundaba una sensación de soledad. No se sentía mal. La noche estaba hecha para él o ella y la lluvia. El sonido de las teclas le proporcionaba la acústica necesaria para con- formar fragmentos húmedos y la luz tenue que irradiaba su oxidada lámpara era el sol de las piezas en invierno, tan minúsculo y destellante que los ojos al mirarlo detenidamente imitaban al torrentoso cielo de afuera, triste e incontemplado. Las noches como estas le daban por escribir, lo atemorizaba conciliar el sueño por el infantil motivo de pensar que el viento sería capaz de expulsarlo de su pieza, de azotarlo contra la arena fría o ahogarlo en espuma.
Las primeras noches sufrió su partida. Los dolores de espalda no le permitían dormir con tranquilidad y a menudo se paseaba de un lado a otro de la pieza contando en voz alta de trece en trece para agotar a la mente. El método era ineficaz. Y es que la recordaba tanto cuando llegaba la noche, era una cosa de locos. Sentía su aroma y su respiración, lo atormentaba la silueta que ya no estaba en la pared, recostada con soltura sobre aquella estructura de madera, entera de sombra, bella penumbra. En ocasiones era eso lo que extrañaba más, su figura reflejada a contra luz en su ahora espaciosa pieza. El volumen del cabello figurando justo bajo el marco de la ventana, sus pies diminutos contrastando con el ancho de sus caderas, sus brazos larguísimos apropiándose ya no sólo de la pared sino que tragándose el techo en cada movimiento buscándolo a él o ella, que aún seguía con los ojos abiertos intentando acoplarse a su sombra.
Las segundas noches, que ya no recordaba si eran de lluvia o de silencio aún la extrañaba, pero a esta altura las sombras ya eran formas propias de la habitación que no permitían figuras humanas y eran las “cosas” en ella las que lo acompañaban en sus devenires nocturnos. Un cuadro burdo pegado en la pared aledaña, libros a los pies, montones de ropa sobre el cubre camas, fotografías en el respaldo, hilachas roñosas colgando del techo y las líneas y años de la madera que conformaba su nicho. En su conjunto esto lo invadía, le hostigaba el ser y lo inmovilizaban en su colchón a observar durante horas como se desprendía de la vida humana para maravillarse de la belleza de las “cosas”. Era una relación de difícil asimilación, lo apasionaba librarse de las cargas que supone el Ser al mimetizarse con su cuarto inerte y expectante, aunque sabía que algo añoraba, algo extrañaba, ya no recordaba qué. Trece, veintiséis, treinta y nueve, cincuenta y dos, sesenta y cinco…
Las terceras, las cuartas y las siguientes noches que vinieron lo extrañaron a él o ella. Ahora si llovía a cántaros. Las figuras cobraron vida propia y comenzaron a jugar con su alcoba, el pequeño sol en su velador de al lado iluminaba la pieza completa mostrando diminutas partículas de polvo estelar girando alrededor del. Las fotografías comenzaron a escribir la historia de sus viajes en breves relatos detrás de sí mismas y los protagonistas de los libros a sus pies se juntaron a conversar de aquella lejana y deteriorada silueta conformada por el sol de la habitación y el reflejo de un fugaz cuerpo que chocaba con los anillos y líneas de la madera. Algo recordaban, pero desde su posición hecha de tinta y hoja, era mejor dedicarse a contar de trece en trece.
Trece, veintiséis, treinta y nueve, cincuenta y dos, sesenta y cinco…
Tabor
La bienvenida
El mate ya está servido.
Las hojas comienzan a hablar.
Me miran,
me observan,
me suplican pensamientos,
me exigen intención.
No será un libro por ser un libro,
menos un puñado de hojas rayadas,
será un fiel testamento.
Vivirá en la micro; en lo cotidiano.
Vivirá en el sueño; en lo extraordinario.
Será la cuerda floja entre la bruma y la esperanza.
Dormirá una vez en su vida,
y para siempre.
Y cuando arda entre lenguas de fuego
reiré, pues al fin seré yo.
Lak Ant
Necesidad
Debo escapar de mí. Lo necesito. Dar un paseo, alzar los ojos y soltar.
Primero el lánguido y pesado cuerpo, los brazos y los hombros, las
rodillas y los pies, la espalda y el estrés. Y cuando ya me siente viento y
esté al borde de ser desprendido de mi rama, soltaré mi mente...
He ahí el vuelo verdadero y eterno.
Anónimo
19 de julio - 20 de julio
Soñé que ya no me querías que todo lo había perdido y qué miserable y triste fue el despertar mucho frío y anhelaba un abrazo tuyo unos besos o al menos unas tímidas caricias que pudiesen desmentir tu desinteresada ausencia y es que no estás aquí para susurrarme palabras de alivio entonces caigo irremediablemente en un pozo vacío de la desmemoria donde mi última imagen de ti es lejana y lúgubre que ni siquiera me mirabas a los ojos ni jugueteabas con mi pelo ni querías bailar ni podía olfatear ese amor que tu exhalas cuando estamos o estábamos y ahora no logro tranquilizarme porque me ha entrado la duda de ti de todo y tu voz no existe ni tampoco tus dedos y tengo que esperar nervioso inquieto un nuevo encuentro contigo en el mundo real o en el onírico da lo mismo, ya que a estas alturas no existen diferencias por eso estoy escribiendo esto porque estoy confundido y ahora sólo quedo atento si al verme donde sea sonríes como antes y te acercas suave linda radiante a mí y con sólo una interacción de nuestras miradas me dirás que todo está bien que todo está bien...
Anónimo
Lxs gigantes
Para ellos éramos insignificantes, pequeñxs niñxs salvajes revoloteando y saltando a sus pies; de hecho, nos querían por lo mismo, por ser tan inquietos... Lxs gigantes seres cuya piel era tosca y surcada han vivido más genera- ciones que nosotros. Ellxs nos enseñaban y nosotrxs escuchábamos, lxs mirábamos y aprendíamos... De lxs hijxs de Gea, nosotrxs nos creímos superiores, pensábamos que ya no nos quedaba más por asimilar, cuando en verdad, solo empezábamos a hacerlo. Reíamos y decíamos que ya habíamos crecido, que ya no dependíamos de los árboles, los vimos como objetos y dedujimos que los podríamos utilizar. Empezamos a cambiarlos, a mutarlos, a matarlos. Ya no los veíamos como unxs sabixs, no los veíamos como unxs amigxs, como hermanxs. Fuimos ingratxs. Aun así ellxs nos querían, nos protegían del frío, del hambre, de los desiertos.
Y seguimos pensando así. El hambre crece, los desiertos avanzan devorando todo con su seca boca, las tierras de hielo se evaporan, el frío duerme a nuestro lado. Lxs gigantes nunca han dejado de hablarnos; nosotrxs dejamos de escucharlos, pero todavía podemos aprender. En el silencio, se susurran constantemente... En el vaivén del viento se pueden escuchar... - Nosotros los cobijamos con nuestras ramas, los protegimos con nuestras hojas... Hicimos lo que pudimos. Ustedes nos negaron, nos olvidaron, nos mataron para y por sus propios caprichos... Aun así los entendemos, les decimos y esperamos que escuchen... Aún estamos a tiempo-.
Tempi
[...]
Oh Ícaro, llévame al rincón de las estrellas
despójame de las cuerdas que ahorcan mi mente,
borra los mapas impuestos por otros,
yo te ayudaré a volar más cerca del sol sin caer...
Surquemos juntos los cielos,
tracemos nuevos destinos,
seamos uno con todo
que todo sea uno con nosotros.
Como el fénix ardamos en pasión y deseo,
que el odio no nos aplaque
que con la ira liberemos al mundo
del cáncer de las construcciones.
¡Despojémonos de nuestro ropaje!
Que nuestros cuerpos dejen de oler
a flores plásticas y fantasías inventadas,
que nuestros cuerpos se reúnan,
y descubramos el placer mutual,
de los cuerpos y el gozo.
Tempi
El mudo
Silente pudiendo no serla, esta habitación no ha sido rota por mi voz porque la he dejado en el olvido. De mis palabras extravié el sonido. Y aun así: ¿De qué serviría aplaudir si no puedo gritar? ¿De qué sirve golpear las paredes si no puedo maldecirlas, o quejarme de su silencio sepulcral?
No recuerdo ni el tono, ni el volumen, ni el timbre de lo que pudo ser la respuesta a tu pregunta, o el gatillo de alguna conversación donde te pediría que alejaras de mí este mutismo, o más bien la mala memoria de mis cuerdas vocales. Que alejaras de mis manos el aplauso, o de mis puños el odio con el que he eclipsado la inquietud verbal de estar quieto.
Pero ahora, con la boca cerrada, recuerdo el vuelo de aquellas palabras que se disparaban por entre mis labios hacia tu oído, por debajo de mi lengua, de forma veloz y a veces torpe, con miedo de ser atrapadas por las cerraduras calladas de mi cuerpo.
Chicha Ruidosa
Desliz en el más allá
Por debajo de la mesa, ella acariciaba tierna e inocentemente su rodilla. Sus dedos eran suaves y lentamente formaban pequeños círculos imaginarios que codificaban cósmicas señales de amor. Ella lo miraba fijamente a sus ojos y con la otra mano rozaba su brazo derecho para tener su atención gracias al cálido contacto.
Él la ignoraba sin querer. Tenía inconscientemente su vista clavada en un intrascendente desajuste del tablero horizontal de la mesa, que tenía en su centro (no-centro-realmente) un cuadrado de cerámica azul mal pegado. Simplemente, un eslabón suelto dentro de una infinidad de mesas del local sin ninguna importancia. Casi como en un acto de recogimiento, él había depositado su vista en un punto fijo y se había vuelto a mirar sus espontáneos y curiosos pensamientos.
Ella lo llamaba entre murmullos por su nombre, sin embargo, él no lograba captar su afectuosa presencia. No tardó mucho rato en molestarse y hasta en un momento, preocuparse. Resultaba extravagantemente raro que no sintiera el peso de su mirada ni respondiese a sus ordinarias señales.
Él se hallaba lejos. Distante. Había extrapolado su mente y su cuerpo, dejando este último totalmente desarticulado y desactivado. Sus sentidos carecían de funcionalidad y digamos que por un momento, su alma se apoderó del presente espacio-temporal dejando inmovilizado a su gran máquina de juguete.
Allá arriba, ni siquiera se escuchaban claras voces ni fuertes razonamientos. Era un griterío sin cesar. En las grandes columnas de piedras, bailaban sin temor las musas de la locura en un desorganizado blues. En la tarima, yacían susurrando los arcángeles y los mensajeros, los leviatanes y los soldados, las aves con los muertos. Volaban soles, estrellas, hojas y frutas por los aires, haciendo de la imagen un sensacional espectáculo. Por allá detrás, allá por los cerros, se alcanzaba apreciar una diminuta silueta que agitaba sus manos al compás de la escena.
Ella lo sacudió mientras le lanzaba su rápido y seco apelativo.
Él dio un leve brinco y volteó violentamente su rostro.
Se miraron por primera vez a los ojos.
Ella le preguntó si estaba bien.
Él le respondió naturalmente que sí.
(Pero en realidad yo estaba mintiendo maquinalmente).
Elías Roth
De lejos
Íbamos tan simples
recorriendo los juegos
del amor.
Tan ciegos y locos
que nada nos podía
distraer.
Ella iba descalza
bailando sin temor a las
miradas.
Yo de lejos
observaba con júbilo
el tímido presente.
Yo también
quería
danzar.
Sin embargo
aún tenía puestos
mis fríos calcetines.
Elías Roth
La desmemoria
Nunca nos enseñaron a olvidar, simplemente nos dejaron susceptibles al dolor y al desvarío. Nadie se acordó del futuro que inminente tocaría nuestra puerta con un fusil en mano. Mis manos en la nuca dejan desprotegida mi eterna coraza. Probablemente será extirpada y vendida. Entonces triste, tendré que mañana recoger nuevos frutos de la esperanza.
Emilia Rayen
(no) Soy yo
Un aullido fue
lo que me despertó
pero cuando me asomé
por la ventana
no había nada
cerca.
Tres veces más
mi noche se interrumpió
y yo buscando en vano
al torturador de mis sueños,
sin saber
que aquellos gritos
eran/son
YO.
Thor
Compartid@
Yo le amo.
Y más que amarlo demasiado,
lo amo bien.
No lo amo de una manera sino de mil.
Lo amo aquí, allá, atrás, adelante, encima, abajo...
Lo amo queriendo a otras y a otros.
Lo amo cuando encuentra linda a Gabriela,
a Raquel,
a Isabel,
a Valeria...
Y, ¿Cómo no?,
Si hasta yo las encuentro bellísimas.
Lo amo porque respeta, porque es mi amigo.
Entonces, podré conocer a miles,
pero sólo él tiene eso, que causa una primavera en mí.
Sam
Bohemio, músico y revolucionario de papel
El cigarrillo que más se disfruta es aquel que se consume lentamente antes de caer en un sueño profundo. Es el equivalente a la realización de ese deseo que nos lleva lentamente, como si de un acto sexual se tratase, a matarnos. No existe nada más terrible que el tedio, ni nada tan mortal como la vida misma. Nacimos, vivimos, morimos. Y sin embargo, nues- tra vida se reduce a actos de suicidio. Aquel que vive más tiempo es el que menos hace, sin embargo el que más vive es aquel que más participa. Porque vivir más no significa llegar a los ochenta sano como una lechuga y preguntarte que has hecho con tu vida. Vivir más es hacer más, y hacer más significa, inevitablemente, morir más joven. La vida mata. Pregúntale a tu Pepe Grillo. Probablemente te dirá que haces bien en medirte, en controlarte. Te dirá que comas sano, que no tomes mucho, y que por nada en el mundo se te ocurra caer en la tentación del placer fácil que proporciona la droga, el sexo casual, o simplemente el ocio. Es más, lo más factible es que ese pequeño insecto esté hablándote ahora mismo, endulzando tu oído con palabras dignas de un santo varón. Te estará diciendo que este texto es basura escrita por un idiota con insomnio y problemas de infantilismo, que debería estar estudiando en vez de escribir esta mierda. Bohemio, músico, y revolucionario de papel.
Rosecin
Los prismas de la infancia
-“Hueles a tierra”-señaló mi padre.
-“Sí, es que estaba jugando a las escondidas”-expliqué.
-“¿Y tenías que revolcarte en el barro para esconderte?”-
-“Pero mírame –respondí -no estoy sucio, solo huelo a barro, a madera quizás”.
-“Ve a ducharte, Diego. Y no vuelvas a responderme”.
-“Sí, papá”.
Me marché con el paso delicado y aéreo propio de esos años de infan- cia. Lo último que hice fue darme vuelta para averiguar si mi padre seguía azotándome con esa severa mirada. Y sí, lo estaba haciendo. Solo atiné entonces a girar la cabeza nuevamente y dirigirme al baño para cumplir con el deber impuesto.
Hoy es el deber impuesto lo que me oprime. Primero con mi padre, hoy con la condición de adulto que me rige. No tengo hijos, y no planeo hacerlo. ¿Para qué? ¿Para condenarlos a un mundo etéreo y sin sentido?
Lo último que me dijo mi padre, minutos antes de su muerte, fue que extrañaba mi niñez.
Javier Velasco
Los pies sobre la tierra
Yo quería ser uno de esos gigantes, esos que eran temidos por los ancianos de la comunidad. De joven me contaban increíbles leyendas de aquellos seres. Tengo aun memoria de la primera vez que vi a uno: mi cuerpo se detuvo y quedé anonadado con el semejante tamaño de aquél monstruo. En un comienzo tuve miedo, pensé que podría aplastarme en cualquier momento, pero poco a poco del miedo nació la curiosidad. Desde aquél encuentro, comencé a espiarlos y a estudiar sus costumbres, me obsesioné... Recuerdo haber pasado días enteros pensando cómo sería ser tan grande. De toda mi gran familia, debí haber sido el único en fantasear con ellos. Me distraje lo suficiente.
Fue la última noche de la época de recolección, antes de las Grandes Lluvias, que sucedió. Fue muy rápido todo, no alcancé ni a pensarlo, ni menos a medir todas las consecuencias que traería, pero lo hice. Esa noche mirando las lucecitas en el cielo, una gran línea blanca cruzó la oscuridad. Aluciné. Deduje que era una señal del más allá para mí, y en consecuencia, pedí un deseo.
A la mañana siguiente, había dejado de ser una hormiga de la Comunidad Horizontal del Cuadrante Syghlt y me había transformado en un coloso, autodenominados “humanos”.
Nunca una mañana había sido tan bizarra. Era como si mi imaginación tomara vida. Desperté sobre un césped a medio cortar, el sol me hizo desvincularme con mi estado somnoliento debido al calor. En un comienzo, pensé que seguía soñando, sin embargo, luego me di cuenta que aquello era real: mis extremidades se habían transformado en entes corpóreos, había perdido mis antenas, mis patas, mi ser…
¡Me convertí en un gigante! grité lleno de emoción, pero el sonido que produje me causó más desorientación y misterio que expresión de alegría.
Después de un rato tendido reconociendo mi cuerpo, me preparé para moverme. Los primeros intentos en levantarme fueron inútiles, no tenía equilibrio alguno. Probé mirando al cielo y también, a la tierra, y a pesar de ello mis fuerzas no lograban soportar mi gran peso. Decidí arrastrarme, por instinto tal vez, y pude avanzar.
Estaba excitado, empezaba a controlar mis energías y movimientos. Fui aprendiendo.
Todo era nuevo para mí, en este día mágico, nada calzaba con nada. Con lo que más mi mente alucinaba era mi enorme visión. Era indescriptible el cambio, mi mundo dio un giro totalmente inesperado: la profundidad de mi percepción, la infinita gama de colores, los tamaños de las cosas… Aún no lo podía creer, todo aquello era tan irreal. Algo en mi interior me incitaba a pensar que era una jugarreta de mi mente, algo temporal, un día lleno de mística e incomprensiones quizás. Pero, desgraciadamente, no lo fue…
Thor
Primitivo
Signos grabados en piedra
Ritos alrededor del fuego.
Caza para la subsistencia, no por juego,
Incertidumbre por el clima que vendrá.
Organización es lo que se tendrá
Para nómademente el continente atravesar,
Para saber que la tierra más allá de la montaña va,
Para seguir a los mamuts y el mar atravesar.
Hacemos un poblamiento respetuoso con el entorno,
Vamos formando parte de él sin imponernos.
Nos vemos dentro de un cosmos,
Cuidaremos no desequilibrarlo
Valorando lo que nos trae,
Rindiendo homenajes a su divinidad,
Sin crear necesidad más allá de lo esencial,
Animales somos y eso nada más.
Hasta el día en que la avaricia del hombre se apodera
y camina en busca de conquistar la tierra,
Se embarca y a dónde estamos llega,
Disfrazado de hermano su maldad encierra.
Nos esclaviza, menosprecia y nuestras tradiciones quema.
Pasan los años y el rumbo no cambia:
Ahora en la actualidad los alambres de púa son su legado,
En defensa de la propiedad monetaria
De nuestras tierras nos mantiene alejados.
Tré
La luna de la mañana
“Muchos nacen, pero pocos logran vivir. Los muertos son, irónicamente, los que más temen a la muerte”.
Esa mañana despertó, sin haber soñado nada, era un jueves más, o lunes, para él no había diferencia. Apagó el despertador (cuyo sonido odiaba, pero, ¿qué más da?), se levantó y dio inicio a su día. A las siete de la mañana la luna seguía en el cielo, pero él no la vio, tampoco a los pájaros de aquel árbol afuera de su casa. El día anterior había llovido, y el aire estaba mejor que nunca, pero, ¿cuándo se ha visto a un muerto respirar?
Estaba subiendo a su auto cuando vio a su vecino saliendo de su casa, lo saludó, le sonrió (él sonreía mucho, pero nunca sonreía), y subió su auto, aunque en lo último que pensaba era en manejar. Por la vereda de una de las calles por las cuales manejaba todos los jueves, o todos los lunes, iba caminando una pareja, tomados de la mano, hablan de las maravillas que hacia la lluvia con el aire y de lo linda que se veía la luna a esa hora. El hombre se les quedo mirando y, sin saber muy bien porque, en un acto casi instintivo, apagó la radio y bajó la ventana, a lo mejor descubría porque estaban tan felices, pero lo único que escuchó fue el ruido de una bocina, a cada instante más fuerte, giró su cabeza hacia el parabrisas y vio un auto en dirección contraria a unos cuatro metros, y fue ahí, en ese segundo eterno, cuando supo que había llegado el momento que temió, e inconscientemente anheló, por mucho tiempo, pero ya no más. Sabía que no se iba a morir, que ya estaba muerto, que nunca vivió. “ahora podré mirar la luna un poco más de cerca”, pensó.
Mandu
El otro carrito
El Kevin se pone siempre en la misma esquina, Bellavista es un lugar prendido así que le va bien. Lleva en su carrito un pote con mostaza y otro con kétchup, acompañando las sagradas frituras que son el sal- vavidas de cualquier borracho a la deriva. El veinteañero se mueve con cuidado y anda siempre alerta con los pacos, se conoce todas las movi- das y a todos los que trabajan en su rubro. El Matías y la Nicole son sus amigos de infancia y compañeros de venta fuera del carro. Hay noches buenas y malas, o muy malas, en donde el Kevin solo consigue vender sopaipillas.
N.G
Como el disparo de mi cámara
Mi nombre es Rodrigo, soy chileno y tengo 19 años de edad.
Hace algún tiempo tuve que abandonar mi país, mudarme muy lejos, ya que mi madre fue detenida durante la represión militar. Supe la historia de un golpe y sentí en mi cabeza cristales molidos.
He aprendido mucho en Norteamérica, me he percatado de la precaria situación de mi continente, de mi pueblo y de mis hermanos latinos. Una fuerza indomable se levanta en mí, nadie tendrá el coraje para detener mi vuelo.
Hoy con mucho esfuerzo he juntado los recursos para volver a mi querido país, ese que me vio nacer un 7 de marzo de 1967 en Valparaíso. Llevo en mi mochila un par de cosas, dos cámaras fotográficas y mi anhelo más preciado, relatar al mundo entero, a través de imágenes, la triste realidad que acongoja a mi Chile.
He llegado a Lima, Perú, pronto visitaré a mi abuelo en Arica, el viejo me ha de extrañar un montón. Quiero darle una sorpresa que nunca olvidará…
No tengo miedo de disparar mis fotos, son como estrellas fugaces que vi de niño, como destellos que quedarán en mi mente y en mis manos. No temo retratar lo que ocurre, mi valentía me hace mucho más grande que aquellos uniformados con fusiles. Sé que poseo un arma superior, mi cámara, mi sueño.
No dudo en alzar la voz para guiar al compañero desorientado, al pobre agobiado por el profundo miedo que infunde un rostro lleno de ira que porta en sus manos la bandera de exterminio. ¡Oh! que rabia siento al oír que la gente oculta sus domicilios por miedo a la persecución, pronto me escucharán, me observarán, me seguirán…
Es el día 2 de julio de 1986, escucho voces que dicen que lo peor ya pasó, que pronto vendrán nuevos aires, pero esos aires los construyo yo y mi gente, no cesaremos de protestar, no dejaremos de luchar por la justicia y la verdad, tal como lo hiciera Guevara.
Son las 8 de la mañana, voy caminando junto a mis amigos y mi en- trañable compañera, mi amante, Carmen Gloria. Juntos seremos el cambio, la luz de la llama libertaria arderá como un rojo amanecer, como la victoria de toda nuestra lucha. Me acompaña mi fiel cámara, en ella van todos mis recuerdos desde que regresé a mi país, desde que descubrí mi misión en esta vida.
Una patrulla militar nos sigue muy de cerca, ha logrado dispersar a los demás. Junto a Carmen Gloria corremos, intentamos zafar, pero nos han capturado, no sé donde nos llevan. Hombres altaneros y descontrolados nos gritan, nos insultan, estamos atrapados acá adentro, no veo nada, solo sé que subieron con nosotros los elementos incendiarios que usaríamos para la barricada.
Nos bajan del retén a patadas, nos dan golpes con fusiles que rompen mis extremidades, mientras lloro y grito algo de piedad para Carmen. Son golpes que calan los huesos, que destruyen el ímpetu, que ahogan el grito de libertad…
Tendido en el suelo con mi cara ensangrentada miro a Carmen, ella se ve destruida, es como si secaran el sereno mar que rompe en las orillas de mi ciudad natal, eso me revienta el corazón, ya me debe quedar poco.
No sé qué hora es, que día, ni donde estoy. Tampoco tengo la certeza de que los que empiezan a rociarnos de pies a cabeza con combustible inflamable, sean seres humanos.
El fuego arde en el rostro de mi compañera e irrumpe en mi piel, en mis pulmones y entrañas, siento como desgarra mis órganos de a poco, como va agotando mis fuerzas para seguir.
No creo en el odio, creo en un despertar, creo en mis ideales, creo en mis amistades infranqueables, confío en mis deseos de revolución, en el amor que me ha enseñado mi madre y en la esencia de mi pasión, la fotografía. Hoy mi alma vuela lejos, como el disparo de mi cámara…
El teniente Pedro Enrique Fernández Dittus, jefe de la patrulla mili- tar, ordenó que los cuerpos humeantes fueran cubiertos con frazadas y subidos a uno de sus vehículos. Posteriormente, fueron lanzados en una acequia de las afueras de Santiago, en el sector rural de Quilicura. Fueron encontrados por efectivos policiales y trasladados de urgencia a la Posta Central. El 6 de julio, Rodrigo Rojas De Negri muere a causa de las que- maduras mortales en su cuerpo, Carmen Gloria Quintana sobrevive con quemaduras de alto grado en su rostro.
En memoria de Rodrigo Rojas De Negri, ejecutado durante la dictadura de Augusto Pinochet.
N.G.
Die Wüste der Wölfe
Evito mirar atrás. Siento como mi sombra me carcome. Camino hacia la luna… ¡AYÚDAME! Estoy perdido... y los árboles se ciernen sobre mí como otras sombras danzantes que buscan el placer de mi carne ensangrentada, observándome... Odio las sombras. Aullidos rompen el silencio, aullidos que buscan la muerte de la luna... mi luna. Cada vez escucho sus pisadas más de cerca... ¿Tendrán ya mi olor en sus sangrientos hocicos?, ¿Me podrá ocultar la luna? El sueño me fatiga, no puedo correr más... Ella se oculta. ¿De mí?, ¿Le habré fallado? Ruidos... ¿Me habrá dejado de amar? Presiono mi mano contra mi pecho buscando mis latidos. ¿Sigo vivo? Escucho sus respiraciones agitadas. ¿Estarán cerca? Escucho sus pisadas. Caigo al piso. Alzo mi brazo. ¡ALÉJENSE! les grito, ¡LOS DETESTO, VÁYANSE! Siento la sangre en mi boca. Escoce mi garganta. Se acercan. Me rodean. Bajo mi brazo. Es inútil defenderme. No veo cuantos son, 5? 6? 10? Las lágrimas comienzan a surcar mi rostro, recordando mis años, mi vida. Siguen su danza, oliendo mi sudor, mi sangre, mi miedo. Les grito. Les imploro. ¡Me arrodillo ante ellos!
Se acerca uno, quedando cara a cara contra mí. Bajo la cabeza, mi cuerpo se resquebraja por el miedo. Acepto mi destino, sometiéndome a la muerte. El grisáceo ser abre el hocico. Huelo su saliva. Posa su boca en mi cuello y gentilmente me desgarra la piel. ¿Qué ocurre? ¿Por qué sigo vivo? Un hilillo de sangre recorre mi cuerpo. Saborea mi sangre. Me mira a los ojos. Me sacude un escalofrío. Se acuesta a mi lado. Cada uno de ellos lo imitan. Y entonces alzo mi cabeza. Veo un círculo de lobos, yo al medio. La luna ya no existe, las sombras me cobijan. Sus lobos me están cuidando. No soy un ajeno. Soy uno más de ellos. Sonrío. Una carcajada aparece súbita por mi pecho. Amo a mi manada. Amo las sombras. Odio la luna. Soy uno más... Soy uno más...
Tempi
Cualquier papel
Hola
soy yo de nuevo
acariciándote otra página
de tu suave cuerpo
No te miento
aun soy el mismo
que grita
en la tinta
desesperado
y no he logrado
matar aquellas voces
que a veces
tanto te asustan
Pero
aún doy la batalla hacia la cordura
Tú lo ves
has seguido de cerca mis lunas
Te has deleitado
con mis esporádicas
chispas de irrealidad
como también
has oído
los profundos lamentos
No te des la tarea
de pensarme
con ya sólo
ser tangible
me es suficiente
Ya he vuelto
a divagar
Y
tu
lo presentías
sabías que esto
no daba para más que eso
simples vueltas
Ahora
soy
mudo
por
timidez.
Thor
Sangre fría sangre tibia. Caigo en la inseguridad de sus labios. Me pregunto si acaso sus besos serán reales, si sus ojos que tiernamente miran los míos no serán disfraces de una gitana malvada. Púas son sus dedos que agitan mi pelo y recorren mi cuello. Flechas son sus palabras. Ataque fugaz. Tiemblo de miedo. Un miedo tan dulce como la miel.
Arrayán
Armonía en sol menor
Me siento solo
me lleva el desierto
me arden los pies...
te regalé mi silencio
mi bulla y mi centro
te haces agua,
es solo un espejismo,
te haces llanura,
es solo sed....
Hablaría de oasis
pero la arena entró en mis ojos
deseo un tornado fatal
pero solo tengo al sol...
(y me rio)
recuerdo el olvido
(rio sin parar)
olvido el recuerdo
(y giro)
olvido el olvido
(giro sin parar)
miro al cielo
y en las nubes un olivo
Me siento solo
me llevó el desierto
me arde la piel.
Isabel
Marcado
Hace un par de días una tipa me arrojó un beso, pude percibir con la brisa el suave eco de sus labios, esos que enrojecidos por el rouge, esos que entre llamas manchan las colillas de los cigarros pisados en la calle cubriéndose inocentes de ese rojo hirviendo y fundido. Esos labios que guardarían el mundo entre sus comisuras invadieron mi rostro con una violencia impensada. Pude notar más tarde entre segundos una risa en escándalo de la tipa en cuestión, una forma perfecta de quebrar semejantes uniones tan sensibles de carne descosida, la situación fue espantosa, como aquellos colmillos carnívoros nacían maléficos de la dulzura simple de los labios tétricos. Desaparecí en el instante, al llegar a casa note la marca, se quedó en su sitio.
C. Tinto
Mamihlapinatapai
Los dos se encontraron en medio del bosque, no se habían visto nunca. Jamás pensaron que fuera a existir un ser similar. Jamás creyeron que se verían a si mismos en otro cuerpo. Al verse los dos dejaron todo lo que estaban haciendo, dejaron las rudimentarias herramientas y armas en el suelo. Al principio se agacharon creyendo que era un animal hostil.... Pero no. No con esos ojos, con esa mirada... Nerviosos los dos se hacen un amago de saludo... No saben como reaccionar... No saben que hacer, todo es muy extraño... irreal... onírico... Se yerguen. Se observan cautos, conociendo y reconociéndose en el otro. Una... No. Dos sonrisas aparecen reflejadas entre los entes corpóreos. Se movió. Quitó las ramas que obstaculizan sus piernas y da el primer paso... Se acercó lentamente... Que extraño parecía todo... Cuerpos desnudos mostrándose a las miradas. El sol que comienza a decaer se revela en sus pieles. Si... Esbeltos seres se acercaron a darse a conocer... Sin saber como hacer- lo, sus gestos hablaban comprensivos, a la vez que sus palabras eran inentendibles... Pasado un tiempo, de una manera u otra se encendió una llama en el suelo, iluminando la penumbra, siendo apoyada por los mismos astros; el sol ya no rebotaba en sus pieles. La llama dividía a la recién conocida pareja... No se entendían con palabras, sus miradas lo decían todo. Se observaban cuidadosamente, cada expresión debía significar algo... Sus ojos, sus brazos, sus genitales, sus pechos, sus piernas debían significarle algo... Tan parecidos, tan distintos, tan lejanos, tan cercanos... La piel amarilla por la luz del fuego se encontró con su contraria. Se sintieron... Que extraño se sentían sus dedos al recorrer la piel de otro ser...
Que extraños besos se daban... Nunca lo habían hecho... No sabían por que lo hacían, pero querían seguir... Los sabores de la piel... del sudor... Ése día, algo maravilloso descubrieron... Se llevaron a cada uno en su memoria, se guardaron en sus oídos, recuerdan siempre sus sabores...
La marca será eterna.
Esa noche germinó un nuevo silencio... No era el silencio que genera la falta de animales corriendo o la de pájaros graznando. Era un silencio que le seguía al respirar acompasado de los dos cuerpos unidos, era un silencio que los envolvía, que los protegía. Y este silencio, era de ellos.
Tempi
El extremo
1.- Desperté una noche en Santiago. Aún no recuerdo cuándo me quedé dormido ni el día en que llegué a esta ciudad. Tampoco sé muy bien de dónde vengo. Sé quién soy, o creo saberlo. En mi casa ya estaban todos despiertos, aunque a algunos los mecía el sueño de vez en cuando, en ciertas horas de flaqueza. Pero a fin de cuentas ya se habían despertado, y eso era lo que importaba. Yo, en cambio, fui el último en hacerlo, aun- que siento que mi vigilia será tenaz y definitiva, a diferencia de las otras. Alguien toca la puerta. Es el vecino y viene a pedirnos ayuda porque su perro se ha escapado. Mi padre lo hace pasar al mismo tiempo que sale él a la calle a ver, inútilmente, si es que el perro podía aparecer. Quizás él también quería escapar. Entonces, habiéndome recién levantado, acabo topándome con el vecino en el umbral de la sala de estar. Me saluda afectuosamente, como siempre. Pero yo no respondo de la misma mane- ra; hoy me parece irreconocible, lo veo de otra forma, como si recién ahora pudiera distinguir cada arruga e imperfección en su rostro, con cierto escrutinio pesimista y hostil de mi parte. Es por eso que me queda mirando con ojos inquietados (aparte de la causa que lo traía hasta mi casa), con su mano estirada y una sonrisa aún vigente. Falsa, pero vigente. Luego me incorporé: ¿Cómo estás?, disimulé (o al menos creí hacer- lo). Bueno… aquí medio preocupado por lo del perro. ¿Te pasa algo? Mi silencio se vio quebrado por la voz atolondrada de mi madre.
2.- Hace un par de días que no puedo quedarme dormido, pero debe ser por el aparente desfase que tengo. Mi vigilia sí ha resultado ser tenaz pero ahora, sin embargo, siento náuseas. No tengo hambre, ni mucho menos sueño. Pero creo que necesito dormir, para despejarme un poco. O abstraerme, más bien. Algo breve y ligero eso sí, no vaya a ser que se me pase la vida nuevamente. Estar tanto tiempo despierto es irritante y creo pasar más tiempo con el ceño fruncido. La desesperación aun no me toca, pero por como van las cosas… ¿Es música lo que oigo? Pareciera ser algo de Mahler. Impecable, por cierto. Mahler… así se llama el perro extraviado de mi vecino, que en mis padres creyera haber encontrado el consuelo frente a su soledad. Aunque deseo que se marche, que se marche, que se marche. Bueno, a mis padres ya los empieza a vencer el sueño. Y una luz total va prosperando sobre sus rostros. ¿Estarán cayendo también?
3.- Cinco días sin dormir y creo que esto ya llegó demasiado lejos. Soy más que irritable; “colérico”, según la gente. Y no sin razón: cada interpelación termina en mi furia, en peleas, en golpes tentativos. Ya no se me puede decir nada. Y me estoy odiando pero no lo puedo controlar, no me logro corregir. Es como si hace cinco días hubiera abierto los ojos y con ellos los poros por donde brota mi beligerancia. Soy hosco en mi propio hogar y el mundo me es insostenible, y él mismo me grita y me advierte sobre mi vida, sesgada en su visión de la realidad y absurdamente combativa. Como si tratara de debatir sabiendo que no tengo argumentos y que el otro sí los tiene. Pero qué estúpido, siempre tratando de tener la última palabra, por más etérea que fuese.
4.- Me fui de mi casa. Supongo que las razones ya han sido explicadas. “¿Te pasa algo?” Aquella pregunta aún circula por mi mente. Pero ahora puedo responderla porque he podido, finalmente, quedarme dormido.
5.- Qué tranquilidad: me he vuelto un ser más apacible, parecido al de siempre. Tengo lucidez frente a mis interrogantes. Qué inquietud: me he mirado al espejo y he vuelto a reconocer este rostro. Nada ha cambiado pero ya nada es lo mismo que antes.
Chicha Ruidosa
¿Círculo o espiral?
Frente al precipicio, mi abuelo distinguía a dos tipos de personas, a los que decían que el cansancio era una consecuencia directa de que nunca se había avanzado tanto, y a los que lo atribuían a la ignorancia de una o más fuerzas. En la misma instancia, mi padre separaba el mundo entre los adictos y quienes jamás tuvieron esperanza. Y ahora que estoy aquí, en este punto, también se me ocurren dos tipos de hombres. Están quienes creen que es posible precipitarse progresivamente y quienes no reaccionan ante el vértigo.
Diego Huberman
Estrella fugaz
Trepamos el árbol, tú de un lado, yo del otro. El gran tronco cubría tu desnudez de mis ojos, que a decir verdad no la pretendían en todo momento como el norte al sur o el calor al frío, solo la buscaban para sacralizar el brillante contenido del cuadro. Subimos como simios de luz aquel interminable tallo, empujados por una lúcida embriaguez que de- scorchó, a raíz de un beso, la sensación de identidad. De un suave golpe, nos vimos desplazados desde nuestro punto fijo a orillas del reloj, hasta la copa del imponente árbol, donde, como una antigua herida, se abría el cielo en su más cruda versión: la blanca luz circulaba como sangre fresca entre las venas abiertas del oscuro vacío, que ahora, como nunca antes, parecía moverse y fluir vertiginosamente, aunque acarreando a su vez la vasta tranquilidad que regala un meticuloso y estudiado equilibrio. Ahí arriba fue donde el amor nos hizo a nosotros, justo en ese punto en el que dos rayos de opuesta procedencia se encuentran cara a cara, como dos tigres solitarios que se reconocen en un baile, rondándose el uno al otro, e ignorando que en el mismo instante, de lo que antes eran sus colas, confluyen agitadas un sinfín de coloridas nebulosas construyendo un destellante espiral de energía, esperando cual galaxia, ser condensada aunque sea, en una mirada.
Diego Huberman
Para tu Dios
En cada palabra vivía mi existencia, en cada verso mi inherencia y en el párrafo convivían. Mi realidad se escribe sola, obra de esta belleza prodigioso que me inunda y ahoga. ¡Pausa!... Todo acabó cuando llegaron letras que nunca había visto, que escribían cosas que no existían, que adornaban la forma de cómo nos mataban. No sé cómo ni cuándo, en el momento que quise escribir, ya habían atado mis manos, mas no mi percepción.
Tintaya
Vestido
Brota la sangre,
desmedida,
que bombea su pecho,
y que ve la luz,
en su fragil boca.
Su vestido como estandarte,
de una sociedad hundida,
que se entromete con su lecho,
su vestido manchado,
de su sangre antes viva.
El/la pobre travesti,
pensaba que podría,
exponer su ser,
con tamaña porfía.
No creía que la sociedad,
Matarlo, lo haría.
Tempi
De trece en trece
La lluvia golpeaba su ventana y lo inundaba una sensación de soledad. No se sentía mal. La noche estaba hecha para él o ella y la lluvia. El sonido de las teclas le proporcionaba la acústica necesaria para con- formar fragmentos húmedos y la luz tenue que irradiaba su oxidada lámpara era el sol de las piezas en invierno, tan minúsculo y destellante que los ojos al mirarlo detenidamente imitaban al torrentoso cielo de afuera, triste e incontemplado. Las noches como estas le daban por escribir, lo atemorizaba conciliar el sueño por el infantil motivo de pensar que el viento sería capaz de expulsarlo de su pieza, de azotarlo contra la arena fría o ahogarlo en espuma.
Las primeras noches sufrió su partida. Los dolores de espalda no le permitían dormir con tranquilidad y a menudo se paseaba de un lado a otro de la pieza contando en voz alta de trece en trece para agotar a la mente. El método era ineficaz. Y es que la recordaba tanto cuando llegaba la noche, era una cosa de locos. Sentía su aroma y su respiración, lo atormentaba la silueta que ya no estaba en la pared, recostada con soltura sobre aquella estructura de madera, entera de sombra, bella penumbra. En ocasiones era eso lo que extrañaba más, su figura reflejada a contra luz en su ahora espaciosa pieza. El volumen del cabello figurando justo bajo el marco de la ventana, sus pies diminutos contrastando con el ancho de sus caderas, sus brazos larguísimos apropiándose ya no sólo de la pared sino que tragándose el techo en cada movimiento buscándolo a él o ella, que aún seguía con los ojos abiertos intentando acoplarse a su sombra.
Las segundas noches, que ya no recordaba si eran de lluvia o de silencio aún la extrañaba, pero a esta altura las sombras ya eran formas propias de la habitación que no permitían figuras humanas y eran las “cosas” en ella las que lo acompañaban en sus devenires nocturnos. Un cuadro burdo pegado en la pared aledaña, libros a los pies, montones de ropa sobre el cubre camas, fotografías en el respaldo, hilachas roñosas colgando del techo y las líneas y años de la madera que conformaba su nicho. En su conjunto esto lo invadía, le hostigaba el ser y lo inmovilizaban en su colchón a observar durante horas como se desprendía de la vida humana para maravillarse de la belleza de las “cosas”. Era una relación de difícil asimilación, lo apasionaba librarse de las cargas que supone el Ser al mimetizarse con su cuarto inerte y expectante, aunque sabía que algo añoraba, algo extrañaba, ya no recordaba qué. Trece, veintiséis, treinta y nueve, cincuenta y dos, sesenta y cinco…
Las terceras, las cuartas y las siguientes noches que vinieron lo extrañaron a él o ella. Ahora si llovía a cántaros. Las figuras cobraron vida propia y comenzaron a jugar con su alcoba, el pequeño sol en su velador de al lado iluminaba la pieza completa mostrando diminutas partículas de polvo estelar girando alrededor del. Las fotografías comenzaron a escribir la historia de sus viajes en breves relatos detrás de sí mismas y los protagonistas de los libros a sus pies se juntaron a conversar de aquella lejana y deteriorada silueta conformada por el sol de la habitación y el reflejo de un fugaz cuerpo que chocaba con los anillos y líneas de la madera. Algo recordaban, pero desde su posición hecha de tinta y hoja, era mejor dedicarse a contar de trece en trece.
Trece, veintiséis, treinta y nueve, cincuenta y dos, sesenta y cinco…
Tabor

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