30 de abril de 2014

La huida

Sólo me bastaba con el único ojo que aún conservo para apreciar tanta belleza junta. Aquella tarde, el sol se asomaba entre grandes nubes en tránsito iluminando toda la montaña. En el claro que me encontraba el viento agitaba las copas de los grandes pinos, aquellos que hasta el día de hoy, son mi compañía.
De un momento a otro, mi cuerpo se llenó de energía y me acordé de lo que significaba estar vivo. Ni un segundo perdí, comencé a saltar por todos lados, a correr entre los infinitos bosques disfrutando del dulce aroma de las primeras flores de la temporada, me liberé por los prados de trigo y me revolqué en la tierra, entregando finalmente mi cuerpo desnudo frente al sol.
Él, con su calor, me apaciguó, me tomó entre sus brazos e hizo desaparecer todos aquellos recuerdos grises del pasado: las noches en vela, el frío imperante, la lluvia y aquella batalla inolvidable que me quitó mi ojo y a mi más querido compañero, a mi amigo más fiel.
Sólo en cosa de minutos, todo aquello quedó atrás, sepultado bajo la ciudad podrida en la cual había vagabundeado desde que tenía memoria.
Y hace 4 años que estoy aquí y no pienso salir.
He encontrado abrigo entre el bosque y los arbustos, he encontrado amistad entre los pájaros y los zorros, y encontré también la soledad, la fría y suave sangre negra. La soledad es ciertamente una paz oscura, un escudo de acero que se mantiene firme y erguido protegiendo nuestro equilibrio, nuestro ser y nuestra historia. Y nosotros sí que tenemos historia.
Una vez escuché a un humano decir: “Nuestra imaginación es lo mucho y nada que podemos saber de la vida de los perros callejeros.”
Cuánta razón tenía…

Thor 

Agranda la puerta

Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños.
Yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad,
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.

Miguel de Unamuno 

29 de abril de 2014

Te intenté pintar

Traviesas palabras que brotan de sus labios
son sonidos, notas, de un pasado enjaulado por pasiones lejanas
siembran viejas utopías
actos políticos producido por la ciega locura
cada rincón de su piel
es una chispa capaz de prender un bosque
un ángel, perfecta imperfección
es tan... ¡me siento tan...! ¡ella es tan...! ¡su mirada provoca en mi...! ¡lejos lo más...!
no puedo... perdón...
¿Qué quieren de mi? ¿un poema cierto? Tal vez con algunas metáforas, algunas anáforas por aquí, por allá, tal vez algo sencillo pero astuto, que te saque una sonrisa, tal vez te haga recordar a una mujer que te hizo soñar, o tal vez que diga algo tan fuerte que te saque una lagrima, tal vez que te haga enojar, ¿eso quieres? Déjame decirte algo, he intentado escribir cientos de versos, me inspiro en todo, la recuerdo desde cada ángulo, me río de cada chiste que dijo, casi como un pintor, la tengo al frente mío e intento de pintarla con palabras, ¡pero no puedo! Lo que viví, y lo que es ella no tiene palabras, sólo "es", lo lamento, enserio, te quería compartir tan hermosa sensación, pero cada vez que releo los versos me da rabia, ¡me siento estúpido! No estoy siendo fiel a la realidad, no podré nunca con palabras expresar lo que su mirada provoca en mí, lo que sus palabras brotan en mi alma.
Hoydia, la poesía murio para mi.

Tristan






27 de abril de 2014

Habladurías

A veces me asaltan las dudas.
Son muchas las voces que resuenan en aquellos túneles oscuros, húmedos y fríos. Las goteras también se oyen creando así una siniestra y espeluznante caminata en medio de un eco demente. Ya nada resulta evidente sin antes una pequeña discusión, somos muchos y hay que ponerse de acuerdo.
Un paso sigue dudoso a otro.
Hay momentos en que la razón no aparece, ella simplemente se escurre entre las palabras, la política y míseros murmullos. De ahí, brota la inercia, el vacío infernal de una cúpula gigante sin materia sin ley.
Pisa y verás, descalzo y sin disfraz.

Anónimo

Huellas

Ni leyes ni principios, ni caminos ni atajos. La tinta se derrama libremente en el papel, tan libre que no sé si es mi mano quien la conduce, ni siquiera sé si soy yo quien se expresa. Son muchos los que habitan en mí, y a veces por las noches, los oigo murmurar: gritan, lloran, discuten...
Hoy escribo en busca del consenso, hoy escribo para transformarme en la voz oficial de aquellos ciegos que me hacen funcionar como una marioneta.

Elias Roth

25 de abril de 2014

El peso en su espalda.

     Vivía en un submundo, en una cloaca hecha de rocas, en donde la única luz que iluminaba esta sucia grieta era el pálido resplandor de sus reflexiones, del dolor intrínseco que le carcomía en su mente por ver que a su alrededor no habían más que sombras, es decir, era el pálido resplandor de un simpático, pero inútil, aleteo de un naufrago en alta mar que ansía desesperadamente un puerto donde poder anclar, el resplandor de una pregunta en sus ojos, de un porqué.

     Este viejo agricultor conocía la consecuencia, su soledad, pero anhelaba entender la causa. En ese mismo instante con intuición, como cuando un bebe recién nacido logra reconocer a su madre por su simple olor, comenzó a contemplar su alrededor en busca de su respuesta. Pero entre tanta oscuridad sólo vio hormigas que le subían por los talones alimentándose de él sin compasión. Confundido y en un impulso irrevocable de ira tomo su bastón y lo lanzo con sus imponentes manos, las que terminaban en unas sucias y gruesas uñas que daban muestra de haber fracasado y vuelto a levantarse tantas veces, como tantas veces vio el atardecer al arar la tierra mientras ya pensaba en la siembra del día siguiente. El pobre viejo hombre sufrió de excesivo afán por el trabajo, por el ser bien visto , por la lucha de ideales que el no compartía, pero que sabía que debía compartir. Decepcionado de si mismo y defraudado de su búsqueda, este compacto hombre, de pequeño tamaño, y piernas tan firmes que se le asemejaban a las raíces de un gran y portentoso árbol, decidió sentarse. Aquel agricultor, que acostumbraba cosechar año a año sus más grandes pesares, esperanzas y amores, al intentar equilibrarse con sus largos y longevos brazos, los que eran casi tan largo como sus piernas, viéndose así con un aire más simiesco que humano, notó que algo le impedía apoyar sus posaderas en el frío y rocoso suelo. Pues, éste viejo ser humano, cargaba en su lomo una mochila. Una mochila de colosales proporciones, que de tan sólo mirarla causaba ya la sensación de contener algo más que enormes rocas, más que un puñado de logísticas creencias, modismos culturales e inquietudes prolongadas por el transcurrir de su vida. Una mochila que parecía cargar todos los pecados mundanos, cargar todo lo que pudiese llegar a imaginar un pintor al sentir un pincel entre sus dedos mientras lo unta en el bote de pintura, parecía cargar los incontables verbos y adjetivos que cruzan en la mente de un escritos, en una fría y brumosa noche de otoño.
Fue ahí, despegándose la mochila de la piel, que aterrorizado comenzó su frenética y agobiante búsqueda. Buscó y buscó sin detenerse, pero entre más indagaba más temor sentía , pues comenzaba ya a entender la causa, a entender el porqué. Jadeante, tumbado en el piso y casi sin aliento nuestro agricultor ceso su búsqueda. Ya comprendía, e incluso, justificaba su soledad, pues tenía su tan anhelada respuesta. El problema yacía en que en éste enorme peso que cargaba en sus hombros tenía de todo, menos su alma.


Lak-Ant.

23 de abril de 2014

Mudos que hablan

Son mis sueños mudos y olvidadizos. Sin embargo, luchan y pujan, se arrebatan entre ellos, me confunden...

Hoy, soy la voz de aquellos que se apropian de mis noches, de esos que agitan mi respiración a la madrugada o de los que clavan estacas en las heridas suturadas. 

"el pasillo es infinito las paredes oscuras acompañan mis pisadas nadie en la primera puerta nadie en el salón algo apura un tic tac un ruido ensordecedor más fuerte y más fuerte el que corre muere camino rápido pero alguien me pisa los talones o caer o vivir o caer o vivir... Caer." 

"las voces retumban en el bosque el eco viaja por los recovecos de mi alma el grito me hace llorar como una tarde de invierno hace frío y no tengo protección el viento sacude mi cara el viento sacude mi cuerpo y no hay nadie de estos árboles que pueda cobijar mis miedos..." 

"un cajón una pluma y miel derretida no hay manos no hay pies no hay luz no hay salida..."

"gente edificio salto floto caigo corro..."

"¿real o ficción?"

Elias Roth 

22 de abril de 2014

Vendrán lluvias suaves

Vendrán lluvias suaves y olores de la tierra,
y golondrinas que girarán con brillante sonido;
y ranas que cantarán de noche en los estanques
y ciruelos de tembloroso blanco,
y petirrojos que vestirán plumas de fuego
y silbarán en los alambres de las cercas;
y nadie sabrá nada de la guerra, a nadie
le interesará que haya terminado.

A nadie le importarám ni a los pájaros ni a  los árboles,
si la humanidad se destruye totalmente;
y la misma primavera, al despertarse el alba
apenas sabrá que hemos desaparecido.


Sara Teasdale

20 de abril de 2014

Supuesta carta de despedida atribuida a Gabriel García Márquez

Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.
Dormiría poco, soñaría  más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma.
A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas, pero le dejaría que él sólo aprendiese a volar.
A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.
Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres…., He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada.
Me apartaría de los necios, los habladores, de las gentes con malas costumbres y actitudes.
Sería siempre honesto y mantendría llenas de amor y de atenciones a las personas a mí alrededor, siempre trataría de dar lo mejor…
He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.
He aprendido que  un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrá de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.
Trata de decir siempre lo que sientes y haz siempre lo que piensas en lo más profundo de tu corazón.
Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma.
Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo, te diría “Te Quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.
Siempre hay un mañana y la vida nos da siempre otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.
El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si  mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.
Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles, “lo siento”, “perdóname”,  “por favor” , “gracias” y todas las palabras de amor que conoces.
Nadie te recordará por tus nobles pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos.
Finalmente, demuestra a tus amigos y seres queridos cuanto te importan.

18 de abril de 2014

Hablar sobre dios

De pronto, nos encontramos hablando sobre dios. Sin cálculo previo y con la esperanza flameante clavada en nuestras palabras y en nuestras miradas, hicimos saltar de órbita en órbita la conversación, tonificando la circularidad que nos llevaría luego de una diversidad no menor de temas y de un baile cuando menos erótico de conceptos, de regreso al punto inicial. Cuando todo pareció estar conectado, nos reímos y nos sonrojamos; habíamos urdido sin esfuerzo la unión que tanto buscábamos.
De ahí en más no sé qué ocurrió, el presente languideció y la memoria cerró sus dúctiles puertas, no sé qué miedo nos produjo tal vértigo para detenernos de esa forma, pero nos encontramos frente a nuestra única creación sin poder lanzarnos sobre ella. Fue así como de pronto, nos encontramos hablando sobre dios.

Diego Huberman


Muere lentamente

Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee, quien no escucha música,
quien no halla encanto en si mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del habito, repitiendo todos los días los mismos senderos,
quien no cambia de rutina,
no se arriesga a vestir un nuevo color
o no conversa con desconocidos.

Muere lentamente quien evita una pasión
Y su remolino de emociones,
Aquellas que rescatan el brillo en los ojos
y los corazones decaídos.

Muere lentamente quien no cambia de vida cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor,
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto
para ir detrás de un sueño,
quien no se permite al menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos…
¡Vive hoy! - ¡Haz hoy!
¡Arriesga hoy!
¡No te dejes morir lentamente!
¡No te olvides de ser feliz!

Martha Medeiros

16 de abril de 2014

Si se calla el cantor

Si se calla el cantor calla la vida
porque la vida, la vida misma es todo un canto
si se calla el cantor, muere de espanto
la esperanza, la luz y la alegría.
Si se calla el cantor se quedan solos
los humildes gorriones de los diarios,
los obreros del puerto se persignan
quién habrá de luchar por su salario.

Que ha de ser de la vida si el que canta
no levanta su voz en las tribunas
por el que sufre, por el que no hay
ninguna razón que lo condene a andar sin manta
Si se calla el cantor muere la rosa
de que sirve la rosa sin el canto
debe el canto ser luz sobre los campos
iluminando siempre a los de abajo.
Que no calle el cantor porque el silencio
cobarde apaña la maldad que oprime,
no saben los cantores de agachadas
no callarán jamás de frente al crimén.

 Que se levanten todas las banderas
cuando el cantor se plante con su grito
que mil guitarras desangren en la noche
una inmortal canción al infinito.
Si se calla el cantor . . . calla la vida.
Horacio Guarany
Cantado:

A ti te digo, hombre lobo

No hay peor ciego que el que no quiere mirar, esas son las palabras que me retumban acá, y me retumbaron en mis tierras lejanas. Me da rabia, los poetas lo lloraron, los filósofos lo sentenciaron, los historiadores lo cuentan, y yo aquí, nuevamente, después de siglos de lucha, tengo que seguir repitiendo la vieja muletilla revolucionaria. ¿Por qué hay que seguir diciendo que la vida no se paga?  ¿Por qué tenemos que recordarte que la vida se comparte? ¿Por qué tenemos que decirte carpe diem? ¿Por qué te tengo que exigir respeto? ¿Por qué te tengo que gritar igualdad? ¿Por qué mierda la mujer sigue siendo un objeto sexual? ¿Por qué el otro va después de ti? ¿Por qué tienen que haber debates para que el homosexual pueda casarse? ¿Por qué tenemos que recordarte que el boliviano es tu hermano? ¿Por qué?

Son siglos y siglos que se dicen las cosas, sabidurías milenarias que han esparcido pacientemente un mensaje de paz, y tu, maldito bastardo asqueroso, sigues escupiéndole al otro... ¿Es que acaso no se ha aprendido nada en tantos años? ¿Acaso el che murió por nada? Si volviera a la vida, ¿morirías junto a él?  ¿Qué se tiene que decir para que respetes la vida?

Y después, como pasa siempre, una ola de odio inunda el mundo, nos mataremos a palos, unos se creerán superiores a otros, millones serán torturados y asesinados, y harán un museo de la memoria. Los niños masacrados, las revoluciones fallidas, las canciones desgarradoras, los cuentos de lucha, fueron sólo eso, cuento, ficción, y tú escuchando con una lágrima falsa, te conmoverás, y tu deber ya fue, aplaudes, lloras, te emocionas, cae el telón, el teatro se acabó, sales de la sala con la consciencia limpia y volverás a ser el mismo ciego por opción, mirando tu ombligo, comiendo para ti y dejando a los demás atrás. El pobre seguirá sin comer, el rico seguirá mirándolo desde su hombro y riéndose de su miseria. Volverán a vivir en "prosperidad", volverán los poetas para recordarles que la vida no es así, que es más profunda, que la historia no es ficción y tu volverás a no escuchar, y así, este circo se repetirá una y otra vez. ¿Acaso es la eterna misión del poeta ser el mensajero de la vida? ¡Es acaso la eterna misión del historiador recordar a los muertos para que sean llorados falsamente por ustedes, nosotros, actores! Me pregunto si la voz del cantante va a soportar tanto. Imagínense la vida sin la poesía. Imagínense la vida sin la vida.

Tristan

15 de abril de 2014

El canto de la miel

La miel es la palabra de Cristo,
el oro derretido de su amor.
El más allá del néctar,
la momia de la luz del paraíso.

La colmena es una estrella casta,
pozo de ámbar que alimenta el ritmo
de las abejas. Seno de los campos
tembloroso de aromas y zumbidos.

La miel es la epopeya del amor,
la materialidad de lo infinito.
Alma y sangre doliente de las flores
condensada a través de otro espíritu.

(Así la miel del hombre es la poesía
que mana de su pecho dolorido,
de un panal con la cera del recuerdo
formado por la abeja de lo íntimo)

La miel es la bucólica lejana
del pastor, la dulzaina y el olivo,
hermana de la leche y las bellotas,
reinas supremas del dorado siglo.

La miel es como el sol de la mañana,
tiene toda la gracia del estío
y la frescura vieja del otoño.
Es la hoja marchita y es el trigo.

¡Oh divino licor de la humildad,
sereno como un verso primitivo!

La armonía hecha carne tú eres,
el resumen genial de lo lírico.
En ti duerme la melancolía,
el secreto del beso y del grito.

Dulcísima. Dulce. Este es tu adjetivo.
Dulce como los vientres de las hembras.
Dulce como los ojos de los niños.
Dulce como las sombras de la noche.
Dulce como una voz. O como un lirio.

Para el que lleva la pena y la lira,
eres sol que ilumina el camino.
Equivales a todas las bellezas,
al color, a la luz, a los sonidos.

¡Oh! Divino licor de la esperanza,
donde a la perfección del equilibrio
llegan alma y materia en unidad
como en la hostia cuerpo y luz de Cristo.

Y el alma superior es de las flores,
¡Oh licor que esas almas has unido!
El que te gusta no sabe que traga
un resumen dorado del lirismo.


Federico García Lorca

Luz

Soy la sombra de un hombre triste y ciego en busca de luz.
Nuevamente, es el amor al que olfateo a lo lejos, ese que se esconde detrás de aquél disfraz, detrás de aquella mueca de indiferencia y de esa efímera mirada. Reconozco ese olor como el perro reconoce a su dueño.
Aroma del viento libre. Ese que viaja por el mundo apoderándose de almas en desuso y destruyendo límites, espacios y tiempos. Está en tránsito, pasajero, a nadie rendirá cuentas ni explicaciones. Sólo pasará por las calles oscuras iluminando el camino.
A mí me iluminó, y ahora soy sólo la sombra de un hombre triste y ciego que perdió sus máscaras al conocer el amor. Pero que no se arrepiente.

Elias Roth

14 de abril de 2014

Tesoro cíclico

Momento de contemplación producido por el sol, el río y la rotación de la tierra. Calma.
El cielo está rojizo y mis sentidos van viajando junto con el riachuelo rumbo al mar.
Atardecer. Tesoro cíclico, secreto tapado por la ciudad: edificios y tiempos sin tiempo.
Respiro. Agradezco. Río.
Luego, la luna llena con su aureola acompaña mis pasos.
Otro tesoro cíclico presente junto a unas cuantas estrellas. Luz.

Tré


13 de abril de 2014

Ventolera

Resultó ser un paréntesis
Que con sus telas de sedas
Me alejó del frenesí.

El génesis fue mayor
Renací en el momento
Fui viento fui brisa fui calor.

Fui también valor en el vuelo
Olvidé la paz y olvidé ser libre
Conocí mi llanto y un consuelo.

Y en esa inmensidad
Era yo en aquel reflejo
Un yo feliz atrapado en un yo complejo.

Que con un grito mudo
Llama y pugna por salir
Quiere bailar quiere reír.

Al fin y al cabo lo hará
Pero es triste verlo triste
Un ave sin nidal
Un ave sin volar. 

Thor

Defensa de la alegría

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardíacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.

Mario Benedetti 

12 de abril de 2014

Starálfur contra la enemistad.


     La música que entra en mis oídos. La música entra en mi mente como si se disolviese una cucharada de sucedáneo en una fragmentada y espesa sopa. Una sopa llena de complicaciones e inquietudes. Llena de complicaciones sobre complicaciones.

Llena de complicaciones escolares: funciones, ecuaciones, álgebra, geometría, logaritmos, ortografía, redacción, plazos, trabajos, favoritismos, castigos, idiomas, historia, fechas, pruebas, notas, rojos, azules, decepciones.

Llena de complicaciones laborales: Horarios, oficinas, estrés, presión, cansancio, envidia, rumores, sueldos, sueldos bajos, sueldos desiguales, sueldos mínimos, esclavos del tiempo.

Llena de complicaciones para de la tercera edad: abandonos, refugios, asilos, alzheimer, olvido, pensiones, maltratos, mas pensiones y mas asilos, muerte.

Llena de complicaciones de la vida: Divorcios, injusticias, mentiras, corrupción, censura, traición, castigos, penas , llantos, malestares, diferenciaciones sociales, racismo.

Llena de complicaciones físicas: Lesiones, enfermedades, cegueras, daltonismo, miopía, hepatitis, astigmatismo, heridas, asesinatos, hambrunas, golpes, maltratos, cánceres, muerte, drogas, muertes y mas muertes...

Me asusto
Me desespero.
Respiro.
Te contemplo, te escucho.
Me siento orgulloso de que sigas aquí, dispuesta, como siempre, a apoyarme. Indispensable, pero limitada y pese a esto, con tus seis minutos, cuarenta y seis segundos, con tus simples sonidos, simples acordes, simples falsetes, simples violines, simples vocablos, simples fonemas, simples rimas, simples melodías, eres la única que puede recordarme que estas complicaciones siempre estarán.
Las tendré yo, las tendrás tu, las tendrán mis hijos, las tienen o tuvieron mis ancestros, pero siempre estarán. Me haces recordar que tú, Starálfur, estarás aquí forjando el sustento cuando el ventarrón haya arrasado con el techo recubierto de zinc y madera, cuando en esta tormenta, las gotas de lluvia ya me estén empapando, es decir , estarás para consolarme. Para levantarme el ánimo. Y aún así, sigues aquí invadiendo también con placenteros ritmos mis oídos y sigues aquí, Starálfur, la canción que calma y armoniza las enemistades del día.



Lak-Ant.

Uno

Desde las hileras de luz,
que escapan de su habitación,
puedo distinguir el norte y el sur
de lo que me aleja, en su dirección.

Veo.

Máscaras drogadas de fondos sin puertas.
Límites trucados con reglas desiertas.

Pienso.

Al otro lado del oeste se encuentra mi tierra;
en el centro del vientre, donde el ombligo se entierra.

Existo.

Déjame tu luz o entrar a tu habitación.
No poseo nada, no quiero nada más.
Estoy contemplando en el ocaso una visión;
esa carretera que me conduce a tu amor.

Alfredo L'Huissier

Al lector

Le escribo al lector invisible, anónimo, desconocido y por qué no, inexistente. Le escribo para deshacerme de mi locura, de todo ese rollo que me nubla por las noches, ese que me hace despertar agitado luego de un largo sueño. Le escribo en busca de simpatizar en este humedal de aves, encontrar uno que me acompañe en el vuelo eterno, uno que al leer mis destartalados párrafos sin sentido encuentre una luz que lo acaricie.
Y puede que aquél lector no sea más que yo mismo, que en resumidas cuentas, sea yo el único capaz de vislumbrar algo de este "raciocinio" personal. Pero sólo una pequeña aproximación...
Escribí, escribo y escribiré... Fue, es y será la manera más eficaz de intentar domar a este lobo salvaje.
Los lobos no andan solos, se mueven en manadas... Camino por un territorio incierto y debo identificar a los míos. Corro en contra de las agujas del reloj.


Thor

La sopa de Hasán

Hasán, hombre rico y poderoso, abandonó su fortuna y su rango para estudiar con el maestro Abdul Effendi. A pesar de todo el trabajo y de la evolución que llevó a cabo al lado de Abdul Effendi, éste observó que no se liberaba de su orgullo, defecto que le venía de la muy elevada posición que ocupaba con anterioridad. Abdul Effendi decidió darle una pequeña lección. Le llamó y le dijo:
-¡Ve la mercado y tráenos cuarenta kilos de tripas de cordero! ¡Pero debes traerlas cargándolas sobre tus espaldas!
Hasán se fue hacia el mercado, que estaba situado en el otro extremo de la ciudad. Una vez allí compró las tripas y las cargó sobre sus espaldas. Sanguinolientas como estaban, no dejaron de mancharle de la cabeza a los pies y fue en este lamentable estado hasta que atravesó media ciudad a fin de hacer entrega de su cargamento. Como era conocido como un hombre muy rico, cada transeúnte con el que se topaba le hacía pasar un verdadero suplicio. Por más que tratara de no parecer preocupado, sentía una profunda humillación.
A su llegada, el maestro le ordenó que llevara las tripas a la cocina para que prepararan con ellas una sopa para toda la hermandad, pero el cocinero anunció que no tenía un caldero lo bastante grande que pudiera mantener semejante cantidad de despojos.
-¡Eso no es problema! – repuso el maestro mirando a su discípulo -. ¡Ve al charcutero de la ciudad y pídele que te preste un caldero!
Y Hasán, totalmente manchado como iba de la cabeza a los pies, se vio obligado a dirigirse al establecimiento del charcutero, que estaba situado en el otro extremo de la ciudad. De nuevo cada transeúnte que se cruzaba en su camino sometió su orgullo a dura prueba. Mortificado por tanta humillación, trajo el caldero a la cocina y acto seguido fue a limpiarse. Un poco más tarde el maestro le llamó y le dijo:
-¡Ahora, vuelve a hacer el camino del mercado y pregunta a todos los transeúntes con los que te cruces si han visto a algún hombre llevar un montón de tripas sobre sus espaldas!
Él hizo la pregunta a todas las personas con las que se cruzó y todas ellas le respondieron negativa o muy evasivamente: nadie había visto a ese hombre y los que lo habían visto no se acordaban ya de su cara. De vuelta a la Hermandad, el maestro le pidió que repitiera la experiencia a lo largo del camino del charcutero. También allí el resultado fue idéntico. Nadie se había fijado en un hombre manchado de sangre que llevaba un caldero. Cuando Hasán informó a Abdul Effendi del resultado de su pesquisa, éste observó:
-Como ves, nadie te ha visto. Tú creías que la gente se fijaba en tu vestimenta, pero no era así. Eras tú quien proyectaba tu mirada en los demás.
Esa misma noche, el maestro dio una gran fiesta y convidó a sus invitados a tomar la sopa diciendo:
-¡Probad con nosotros esta noche la sopa de la dignidad y de la grandeza de Hasán!

Cuento Sufí (del libro La Sabiduría de los Cuentos, de Alejandro Jodorowsky)


Más van pasando los años

Más van pasando los años,
las cosas son muy distintas:
lo que fue vino, hoy es tinta;
lo que fue piel, hoy es paño;
lo que fue cierto, hoy engaño,
todo es penuria y quebranto,
de las leyes de hoy me espanto;
lo paso muy confundida
y es grande torpeza mida
buscar alivio en mi canto.

Han visto la mantequilla,
dicen que's vegetal,
que de leche animal
fabrican la mostacilla.
Las líneas de las chiquillas,
desmáyese el más sereno,
que lo que miran por seno
no es nada más que un nilón.
Pregunto con emoción:
¿Quién trajo tanto veneno?

En este mundo moderno
qué sabe el pobre de queso,
caldo de papa sin hueso.
Menos sabe lo que es terno;
por casa, callampa, infierno
de lata y ladrillos viejos.
¿Cómo le aguanta el pellejo?,
eso sí que no lo sé.
Pero bien sé que el burgués
se pit' al pobre verdejo.

Yo no protesto por migo,
porque soy muy poca cosa,
reclamo porque a la fosa
van las penas del mendigo.
A Dios pongo por testigo
que no me deje mentir,
no me hace falta salir
un mentro fuera 'e la casa
pa' ver lo que aquí nos pasa
y el dolor que es el vivir.

Dispénsenme las chiquillas
si m' he salido del tema,
es qu' esta verdad me quema
el alma y la pajarilla.
Quemá está la sopaipilla;
p'al pobre ya no haya razones;
hay costra en los corazones
y horchata en las venas ricas
y claro, esto a mí me pica
igual que los sabañones.



Violeta Parra

Tiempo


Haciendo tic tac con los momentos que componen un día monótono
Desperdicias y consumes las horas de un modo desconsiderado
Dando vueltas en un pedazo de tierra en tu ciudad
Esperando por alguien o algo que te muestre el camino.

Cansado de tumbarte bajo el sol
Quedándote en casa mirando la lluvia
Eres joven y la vida es larga y
Hoy hay tiempo que matar
Y luego te das cuenta un día De que tienes
diez años detrás de ti
Nadie te dijo cuando correr,
llegaste tarde al disparo de salida.

Y tú corres y corres para alcanzar al sol, pero se está poniendo
Y girando velozmente para de nuevo elevarse por detrás de ti
El sol es el mismo de modo relativo, pero tú eres más viejo
Con aliento más corto y un día más cerca de la muerte.

Cada año se hace más corto,
parece que nunca se encontrara tiempo
Planes que fracasan
o media página de líneas garabateadas
Esperando en silenciosa desesperación
es la manera inglesa
El tiempo se fue, la canción terminó,
pensaba que tal vez diría algo más.


Roger Waters

Lluvia

Las últimas semanas de trabajo habían estado agotadoras. Salí a pasear por la cuadra para intentar despejarme un poco. Cuando llegué a la plaza, vi a lo lejos un niño mirando fijamente el cielo. No se movía ni en lo más mínimo, tenía sus ojos enfocados en aquél azul-grisáceo que cubría la tarde. Su convicción y quietud era tal, que resultaba bastante inusual para un chico de esa edad.
Intrigado, me acerqué a él y para hacer notar mi presencia, comencé yo también a mirar el cielo hacia donde él lo hacía. Si bien se percató de mí, no me dirigió ni una palabra ni una mirada. Pasaron alrededor de 20 minutos, y aún nos encontrábamos allí, ambos inmóviles observando aquella bóveda celeste, yo algo incomodado por el silencio y él sumergido en las nubes y el aire.
Súbitamente, el viento correteó los árboles aledaños haciendo caer algunas hojas que aún resistían aferrándose a las ramas en el ya adentrado otoño y, junto con eso, unas imponentes nubes negras avanzaron hacia el sol. En ese momento, recordé que para el día de hoy habían anunciado abundantes precipitaciones. Tímidamente, se lo comenté, sugiriéndole también que sería bueno que entrase a su casa para que no se mojara ni que su madre eventualmente se preocupe.
“Si no quieres mojarte, deberías ser tú el que entre a casa, yo me quedaré en este preciso lugar para el espectáculo.”
Su voz era tan suave y pasiva que no pude molestarme por su aparente indiferencia. Más bien, su respuesta provocó aún más interés de mi parte. Le estaba preguntando de qué espectáculo me hablaba cuando repentinamente un rugido caído del cielo me hizo callar. Enseguida, el niño abrió fuertemente los ojos, alzó sus pequeños brazos en el aire esperando que la lluvia lo abrazara y me susurró muy despacio: “Ahí viene”.
Y efectivamente, ahí vino, y con fuerza. Comenzaron a caer gotas de lluvia, convirtiéndose poco a poco en gruesas goteras del infinito. Desconcertado, me enderezaba para observar verticalmente la lluvia y miraba después aquél misterioso niño con su rostro que vislumbraba notorios rasgos de felicidad. Esa felicidad tan pura e inocente de la infancia, aún no corrompida ni por la sociedad, ni los años, ni las desilusiones.
La escena bastó para hacerme a un lado y perderme en mis pensamientos. Aparte de las gotas que recorrían mi cara, lágrimas rodaron sobre mi mejilla al recordar mi propia niñez, al rememorar aquellos episodios donde me rodeaba de los más célebres festines y alegrías. Esas tardes enteras en el barro simulando ser un perro, o aquellos paseos nocturnos para observar las estrellas.
Junto con la emoción vino enseguida la nostalgia. ¿Qué había sucedido conmigo, con aquél muchacho de pantalones caqui del pasaje ocho? ¿Dónde habían ido a parar esas ansías de libertad, esas energías interminables? No supe ni responder en qué dejé de perseguir mis sueños.
Sin estar preparado, la tristeza me invadió, me asoló totalmente dejándome desorientado, abatido y empapado... De esa imprevista tristeza nacieron las ganas de guarecerse, de protegerse contra esa lluvia que no paraba de penetrar los lugares más sensibles de mi alma.
En silencio y lentamente, procedí a retirarme de la plaza. Pensé que al voltearme, el niño estaría mirándome con interés, pero nada de eso, él se encontraba en un universo paralelo muy lejos de esta ciudad y de mis revelaciones.
A paso rápido, llegué a mi casa un tanto acelerado y a la vez confundido. De cierta manera, mi paseo no había logrado distraerme, sino todo lo contrario, agobiarme más aún.
Para calmarme, fui al baño y lavé mi cara. Busqué mi alma en el reflejo, pero sólo encontré la cara de alguien asombrado, de alguien asustado que se había dado cuenta de algo esa tarde. Alguien que no dejaría pasar más tiempo en vano.
Al parecer, la lluvia se lo había señalado...

Thor


Tarareándole a una puta

Con su voz oxidada de tantas baladas, tantas canciones,
tarareaba mi viejo compañero
canciones de lucha y amor,
la mirada delirante, estaba posada en el eterno horizonte
que tantas veces lo inspiró, y ahora,
se limitaba a estar detrás de aquella ventana
una vieja amiga acudió a la tan nostálgica visita
la mano caminante, se paseaba por los hombros de mi viejo amigo
y al oído la prostituta suavemente le recitaba la historia de un hermoso joven
que alguna vez levantó el puño por sus sueños,
ofreció su vida por risas y besos
y se emborrachó de alegría y se drogó de amistades
las palabras no eran suficiente para relatar tan bella historia,
y con su lengua inició un recorrido desde el cuello para finiquitar de manera elegante y sensual en la oreja
el leve pero potente gemido de la puta
era la conclusión de todos los orgasmos que algún día el joven pudo conquistar
sus manos de seda empezaron a recorrerlo todo, sus cansados músculos recordaron su vitalidad
el deseo se apodero de mi viejo compañero, y se entregó al placer del cuento
el mimado hombre sentía que reinaba en unas tierras que alguna vez el tiempo le usurpó
su pelo desprendía un olor lavanda y su piel, suave como la miel, era el humeante café del desayuno en la cama
las manos siguieron su rumbo, apoderándose de todo, como el mar y el viento
como una anaconda a su presa, la puta lo asfixió tiernamente con besos y caricias
los rasguños mostraban como huellas en la arena el camino que su mano emprendió sobre su cuerpo
empezó a subir, subir y subir y con un encanto felino
sus manos plumadas empezaron su vuelo sin retorno desde sus hombros
la historia de aquél joven terminaba trágicamente detrás de una ventana
la voz se alejaba, los colores se convirtieron en grises matices
y en un baúl lleno de recuerdos, la voz celosamente se escondió
mi viejo compañero, desesperado se dió la vuelta
y su triste mirada se emparejó con un ahogado grito, una triste suplica
el eco le respondió con una risa traviesa y en aquella oscura pieza
solo había polvo 
y el viejo nuevamente empezó a tararear 
canciones de lucha y amor
posó la mirada delirante en el horizonte
esperando, al ritmo melancólico del reloj
que algún día vuelva la puta, la puta vida,
la puta muerte... 


Tristan

La Enfermedad

De repente, sin saber cómo ni por qué, una noche cualquiera llegó la enfermedad. La fiebre se apoderó de mí, una tos despiadada me condujo al ahogamiento, un temblor persistente me recorría a la madrugada, me visitaron unas pesadillas atroces en las que figuras malignas me aprisionaban la garganta y me cortaban el aire. Los espasmos de la tos me dejaban adolorido, casi sin poder caminar. El insomnio me impedía descansar y buscar la tan anhelada recuperación. Los médicos intentaban con antibióticos, con terapias respiratorias, con corticoides. Nada. Por momentos sospeché que no lo iba a lograr, que era el fin.
Y entonces, por entre las nebulosas de mi inconsciente, una voz me recordó vagamente una palabra griega: peripeteia. Es cuando el héroe pierde el norte, cuando los dioses le quitan todo respaldo, cuando todas sus certezas se van a pique, cuando duda de sí, cuando queda completamente solo y la realidad se invierte, se da la vuelta, y él ya no es un héroe sino un ser insignificante tanteando en la oscuridad. El descenso a los infiernos. Esa peripecia también sucede a la inversa, pues en algún momento la realidad vuelve a girar y se restablece el orden.
Me levanté en las horas de la mañana y consulté "Ítaca", el poema de Kavafis. En algún momento dice:
Cuando emprendas tu camino a Ítaca
pide que el camino sea largo
lleno de peripecias, lleno de experiencias...
Y comprendí. Pidamos que el camino sea largo, y que en ese transcurrir no todo sea rectilíneo, plano, siempre igual. No. Pidamos también que el camino se dé la vuelta y que quedemos a veces bocabajo, invertidos, mirando hacia las profundidades. Porque si eso no sucede, no conoceremos nuestro lado más oscuro, nuestro misterio, nuestro horror, nuestra bajeza, nuestros miedos, nuestros fantasmas, nuestras culpas más inconfesables, nuestras indignidad. Y si no estamos familiarizados con nuestra vulnerabilidad y nuestra incertidumbre ¿cuál es entonces el verdadero conocimiento de nosotros mismos que tenemos? ¿Cómo más se construye sabiduría?
¿Cómo llevar una vida hermosa sin peripecias?


Mario Mendoza

¿Qué es la filosofía para mí?

Al plantearme esta pregunta buscaré responderla a partir de una mera reflexión.
Para mí la filosofía es el cuestionamiento de todo. Es el pensamiento mediante el cual hacemos las preguntas necesarias para resolver las dudas que nos planteamos. Es la reflexión sobre lo que nos rodea y lo que somos. Un vaivén de varias preguntas y pocas respuestas.
Para plantearse preguntas filosóficas considero que la capacidad de asombro es muy importante, ya que nos empuja a dudar sobre todo, a sumergirse en uno mismo, a auto conocerse. En ese sentido la filosofía es la forjadora de la visión del mundo que cada uno tiene, la creadora de la ideología de las personas. Al decir mi filosofía es tal y cual cosa estoy dando a conocer mi postura y principios frente a la vida.
Ahora bien la filosofía debe alejarse de la justificación a través de los sentidos, ya que estos resultan engañosos. Debe ser racional, abstrayéndose de lo sensorial.
La filosofía puede ser producida por crisis exterior, en la que lo que está en torno a mí parece vacilar y nada parece seguro, o de una crisis interior, en la que de repente comienzo a dudar de todo lo que hasta ayer daba por aceptado.


Tré

Extracto de "Rayuela" de Julio Cortazar

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


Habladuría

La vi en mis sueños, lo juro.
La vi de azul, blanco y desierto.

Me ha rodeado con sus piernas,
ondulan en vertiginosa
y purgada impudicia.

Aquellos cabellos negros
que se mojan en mi boca.
El reflejo de su cuerpo
se repite en un espejo
y la veo venir, ir y volver
mordiéndose los labios.

Entro en ella como un dios
entro en su hogar milenario
y entro en ella olvidando mi nombre,
con el suyo en la punta de mi lengua.

Su cintura son mis brazos
y mis dedos son su cuello.
Soy de ella hasta los huesos.
Soy de ella y se lo digo;
hasta el día de mi muerte.

Pero entonces me silencio.
El corazón me palpita,
y me pregunto ¿Después?



Anónimo

Los primas de la infancia

“Hueles a tierra”-señaló mi padre.
-“Sí, es que estaba jugando a las escondidas”-expliqué.
-“¿Y tenías que revolcarte en el barro para esconderte?”
-“Pero mírame –respondí -no estoy sucio, solo huelo a barro, a madera quizás”.
-“Ve a ducharte, Diego. Y no vuelvas a responderme”.
-“Sí, papá”.
Me marché con el paso delicado y aéreo propio de esos años de infancia. Lo último que hice fue darme vuelta para averiguar si mi padre seguía azotándome con esa severa mirada. Y sí lo estaba haciendo. Solo atiné entonces a girar la cabeza nuevamente y dirigirme al baño para cumplir con el deber impuesto.
Hoy es el deber impuesto lo que me oprime. Primero con mi padre, hoy con la condición de adulto que me rige. No tengo hijos, y no planeo hacerlo. ¿Para qué? ¿Para condenarlos a un mundo etéreo y sin sentido?
Lo último que me dijo mi padre, minutos antes de su muerte, fue que extrañaba mi niñez.

Javier Velasco


Extracto de "Acerca del amor" de Anton Chejov

"Fuimos gran cantidad de personas a despedir a Anna Aleskseyevna. Ella ya se había despedido de su esposo, de sus hijos, y el tren estaba a punto de partir. Corrí a su compartimento para entregarle una cesta que había dejado olvidada en el portaequipajes del coche. Era el momento de decirle adiós. Cuando nuestros ojos se encontraron, no pudimos contenernos por más tiempo. La abracé. Ella apretó su rostro contra mi pecho y corrieron las lágrimas. Cuando le besé el rostro, los hombros y las manos, humedecidas por su llanto ¡oh, qué desdichados éramos los dos! -le declaré mi amor y comprendí, con un dolor punzante en el corazón, qué innecesario, trivial e ilusorio era todo lo que se había interpuesto en el camino de nuestro amor. Comprendí que si se quiere reflexionar sobre el amor se debe tener un punto de partida más noble y significativo que la mera felicidad o la desdicha, que el pecado o la virtud, tal como habitualmente se entienden. De lo contrario, es mejor no reflexionar sobre ello en absoluto.

La besé por última vez, estreché su mano y nos separamos para siempre. El tren estaba ya en marcha. Me senté en el compartimento contiguo, que se encontraba vacío, y lloré hasta llegar hasta la primera parada, en la que me bajé para regresar caminando de vuelta hasta Sofino".

Lucha

No estamos solos
Somos muchos
Y tenemos la fuerza

El impulso y la certeza
Que algún día venceremos
Temores vacíos corazones llenos

La mente atenta y cauta
No descansará nunca
Hasta ver las glorias bailar.

Y en aquél danzar
Soltaremos nuestros pesos
Nuestros hombros nuestros rezos.

Y los presos de mi alma
También verán la luz
Y así libre correrá la avestruz.

Y volará el ave
Y fluirá el río
Frentes en alto guerreros vivos.

Thor 

Al final de este viaje...

(..) las lágrimas recorrían sus mejillas sin remordimiento, Tristan, sin saber de dónde sacaba la fuerza física, levantaba su maleta sin muchas ganas. Su mirada estaba posada en esa cosa que alguna vez llamó hogar, muchos recuerdos llegaban sin su permiso, y por eso, estaba algo mareado. Su mirada no quería despegarse de esa vida que alguna vez lo atormentó tanto. De un débil salto se dio cuenta que su padre lo llevaba observando desde un buen rato, el padre, mirando el fruto de su vida, se acercó con un sabio caminar y le preguntó: ¿a qué le tienes miedo?  Tristan con una mirada desconcertada, pensando que esto era un sueño, titubeó: "Le tengo miedo... al miedo." Con una lágrima de testigo, el chico con una actitud poética y el alma de un león, empezó a recitar los poemas más recónditos y sinceros de su ser. "Le tengo miedo a las confusiones de la partida" casi gritando,"que al cerrarse el ascensor se cierre una amistad, le tengo miedo a que tus ojos no sean los mismos que los de hoy, temo que el mañana sea sólo una macabra sombra del ayer, y que el ayer sólo sea un sueño que se despertó por el tictac del mañana y sus malditos relojes que nos apuran y apuran, sabes? Temo por sobre todo de que el Thor deje de gritarle a la luna y que el Tristan venda al Jahdiel por el verde papel y que el conquistador deje de conquistar mujeres para conquistar territorios, que Graul deje de ser francés, que el Tré encuentre la cordura, que Nietzsche se convierta en un monje, que los perros no me ladren, que esos ojos sean grises de pena, que el cantor cante por dinero y no porque la guitarra tenga sentido y razón, que la gente coma sopa para uno, que las risas sean para engañar y los besos para maldecir. No le temo a la partida, le temo al tiempo, y sus malditas reglas". Se calló para recomponer algo de aire y retomó con más vitalidad: "es por eso que a veces me gustaría parar el tiempo para dejar las cosas como están. En una mesa todos reunidos, que los niños no crezcan y que mis cabros se queden ahí, que los libros sean aventuras increíbles, que esos ojos rojos sean de volado y no de tanta pega. Que daría por dejar las cosas así, solo un instante para poder llorar de alegría. Pero no se puede, la vida es una constante película, y nosotros los actores, desgraciadamente conoceremos un sólo descanso en esta función. Estoy obligado a actuar bien, ser real, interpretar mi papel y no de otro. De que sirve vivir una vida que está empaquetada?". Finiquitó con rabia: "¿Eso realmente nos llena? dejemos de hablar y actuemos, el tiempo no nos dará tregua!" y de aquella actitud rebelde un brillo en sus ojos empezó a encandilar a su padre, que ya las lágrimas no contenía y miraba a su joven hijo. "Yo ya tomé la decisión, si me tengo que ir para poder pillar la vida, jugar con los vaivenes del tiempo y el espacio, conocer grandes personajes que usarán tinta en mi libro, volar entre las nubes más blancas para luego dar un piquero en el agua más azul, que así sea .Quiero visitar el Nilo con un faraón, tomar un vino en un café en parís, bailar un tango con una morena, convertirme en un cuervo con Don Juan en México, meditar con el Dalai Lama, fumarse un campo de marihuana jamaiquina, pasearse sobre un elefante en la sabana africana, ser un rebelde con una guitarra y un fusil, escuchar el silencio en la punta del Himalaya, pelear por la dignidad de una mujer, surfear una ola de mil metros, hacerlo todo y al final, al volver, con canas que evidencian mi largo recorrido por la vida, sentarme con mi gente y poder decirles con orgullo, si, lo logré." y luego, ya sabiendo que iba a ganar antes de empezar la carrera, remató diciendo:
"Soy un soñador, lo sé, pero como dijo Silvio Rodriguez: Yo he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado.“


De Tristan, para Thor.

Alguien iba a nacer

Algo roza los muros...
Un alma quiere nacer.

Ciega aún.

Alguien busca una puerta,
Mañana sus ojos mirarán.

Un ruido se ahora en los tapices.

¿Todavía no encuentras?

Pues bien, vete.
No vengas.

En la vida
Sólo a veces hay un poco de sol.

Sin embargo, vendrá,
Alguien la espera.


Vicente Huidobro

Batalla perdida

“¿Será esa la salida de nuestra cúpula citadina? Parece que hay otro mundo, se ve todo tan blanco, se ve todo tan limpio. ¿Cómo llego a esa altura? Quiero ir a ese lugar, a ese infinito calor. Me duelen los ojos de tanta perfección, me duele la cabeza.  ¡La están cerrando! ¡Paren, sucios dioses, no nos dejen aquí encerrados! ¡Quiero vivir con ustedes! Aquí me asfixio en este humo gris y sucio. No se lleven nuestra luz... No se lleven nuestra luz... Se está cerrando el círculo, está siendo tapado por un corcho gigante. Qué pena. Nuestras horas están contadas. Tal vez se peleen los grandes por el oxígeno, lo poco que queda… Tengo miedo. Todo está oscuro ahora. ¡Ábrete sésamo! ¡Vamos! Todos juntos: ¡Empujemos! Ayúdenme.”  
Gritó y gritó un niño en la plaza del mercado, mirando un eclipse con ojos aturdidos y llorosos. Algunos pasaron y ni siquiera miraron, en cambio a otros les llamó la atención y voltearon algunos segundos.
Un hombre de chaqueta gris, sentado en una banca a un costado de la plaza, almorzaba con una actitud un tanto apurada. Alcanzaba a escuchar los alaridos del pequeño, que poco a poco, comenzaron a agitarlo, hasta que llegaron al punto en que el hombre se puso de pie y se acercó al niño.
“¡Se llama eclipse solar, ni hoyo, ni corcho, ni nada! No significa nada para nadie. Ahora,  ¿puedes hacer silencio en mi poco tiempo libre?”
Sus palabras fueron secas y violentas. El niño quedó pasmado y una pequeña lágrima brotó en su mejilla.
Y una vez más, la ciencia asesinó a luz pública, una pobre e inocente imaginación.

Thor

Las mariposas

Tengo una pena, que no es pena.
Pena que duele, pena que mata.
Es la quietud de la hoja marchitada, de la soledad evaporada, de
las vírgenes inmaculadas.
Soy Mujer y lo merezco.
Por tener vagina y hambre de sexo.

Esa es mi pena mujer, la sangre pisoteada.
Cubierta con lágrimas de ayer, borrada.
Que así lo escriba la historia.
Que así lo lloren los historiadores.
Que así lo recuerden las chiquititas, que nacerán hoy más
tristes, más bonitas.
Aquí estoy mujer, más triste.
Veo la llaga en tu piel y la memoria que no tuviste.
Somos muchas, pocas, bastantes.
Somos la estrella de belén, la lumbrera distante.
No hay epitafio, ni adiós en nuestra tumba.
Putas no Putas, madres no madres, qué más da si seguimos
cargando la misma culpa?.

Pero pregúntate mujer.
¿De quién es el vientre?.
¿Si de un Hijo de puta o de una puta consciente?


Patricia

La isla solitaria

En la época en que el Titicaca, aún no era lago, existía un monte llamado Irina.
En el monte Irina vivía un reino de árboles nativos, cuyo rey se llamaba Tawakuyo.
Tawakuyo nunca fue bueno con su gente, era un rey avaro y miraba con desprecio a su pueblo, con cierto desdén. Él vivía en la cima del Irina, y tenía la vista más hermosa del lugar, mientras que los otros, amontonados, no podían ver nada.
Fueron pasando los años, y los árboles comenzaron a indignarse con Tawakuyo ya que ni siquiera quería compartir sus eternas visiones de la vida cordillerana.
Entonces, todo el pueblo del monte Irina, harto de tanto egoísmo, comenzó a rezarle a los dioses de la lluvia y del sol, para que le causaran infortunio a su detestado rey Tawakuyo.
Un día cualquiera, Inti se encarnó en un águila, se escabulló entre el bosque y dialogó con los pobladores de Irina, que tanto le habían suplicado.
Al anochecer, los árboles se habían transformado en grandes cantidades de agua inundando la cordillera con un lago y condenando a Tawakuyo sin reino y en soledad infinita.
Hoy, aquellos que viajan por las aguas del Titicaca, verán una isla muy chica con solamente un árbol. Aquél árbol es Tawakuyo, quien tuvo que pagar su soberbia con tristeza y silencio. 


Thor

Extracto de "Los Rubaiyat" de Omar Khayyam

Venid, llenad la Copa, y en el
Fuego de Primavera
Echad el manto Invernal del
Arrepentimiento:
El Ave del Tiempo sólo tiene un
corto camino para volar...
Y ¡mirad!, el Ave está tendiendo

sus Alas. 

(Sabiduría persa) 

Aguas

Más allá de una coincidencia, camino por la noche sureña tras un duro día.
Hoy me he liberado de los pesos que cargaba en mis hombros a través de mil llantos, los he despojado de mi débil cuerpo triste. Las lágrimas bailaron con sutileza entre mis mejillas y mi nariz.
Camino por la noche sureña tras un duro día, y una tímida gota me sorprende en el mismo lugar donde de mí brotó un infinito río de recuerdos.
La vida pareciera ser una burla de los dioses, como un sueño bien contado…


Thor

Escrito para reencontrar un sueño

        Necesitaba algo a mi lado, un espejo, un reflejo, algo que deliberadamente revelara mi fe. Quizás, una forma de ver más allá de donde ven mis ojos. Una ayuda, una mirada prófuga de la justicia, de las leyes naturales. Una mirada premonitoria que fuese capaz de alertarme, de decirme textualmente: “¡Cuidado! ¡Este no es el camino!”. Una foto panorámica, con un lente de gran angular, y facultada para hacer zoom en cada mínimo detalle, en mi vida. Que fuese tan fuerte, tan potente, que creara un atisbo de mí, y quizás, porque no, de mi problema: de ti.
Aunque ya es tarde, pues ya estoy aquí, acostado, inmóvil. Sin ti… y si, esa es la razón por la cual estoy aquí, porque estoy sin ti y esperando tu llegada. Y aunque ya amanece, aunque la mirada todavía no llega, aunque no estés aquí, aunque la espera fue eterna mientras se clavaban fugaces cuchillas de esperanza, y aunque ya no tengo miedo… ya no quiero que llegues… y si quisiera, creo que tampoco llegarías, pues te conozco, y sé que te espantan los rayos del sol, y que en cambio prefieres mecerte, como un niño en su cuna, a la luz de la luna. Pero también sé que dejaste algo, en algún lugar, en donde yo podré buscar. Una pista, una señal vociferante en una lengua muerta e indescifrable, una puerta cerrada, pero una puerta por donde tal vez, en alguna ocasión, pude entrar a tu impenetrable fortaleza. Y así por fin, poder volver a encontrarte. Y en ese instante, en estado de vigilia, contemplarte para no volver a olvidarme de ti, de un sueño.
Que si mal no me acuerdo, a la edad de 14 años, te me aparecías periódicamente, hasta 2 o 3 veces por semana, con tu característica voz y resuello de lobo jadeante. Aparte de esto, lo único que recuerdo es la inyección de fortaleza infinita que dejabas en mí, y sobre todo, tu despedida de viento otoñal, que meciendo las hojas me acariciaba el ser y me regaba paz.

        Y si sabes leer, aunque suene algo irracional, te imploro que vengas y leas esto, pues es un acto desesperado, un último aliento, el fin de un compás, solo para reencontrarte, ya que te estaré esperando, donde siempre he estado, en mi regazo, en mi lecho de muerte, en ti.

pd: Aún conservo una única y solitaria imagen mental de la primera vez que me soñé.


Lak-Ant.

Estrella fugaz

Trepamos el árbol, tú de un lado, yo del otro. El gran tronco cubría tu desnudez de mis ojos, que a decir verdad no la pretendían en todo momento como el norte al sur o el calor al frío,  solo la buscaban para sacralizar el brillante contenido del cuadro.  Subimos como simios de luz aquel interminable tallo, empujados por una lúcida embriaguez que descorchó, a raíz de un beso, la sensación de identidad. De un suave golpe, nos vimos desplazados desde nuestro punto fijo a orillas del reloj, hasta la copa del imponente árbol, donde, como una antigua herida, se abría el cielo en su más cruda versión: la blanca luz circulaba como sangre fresca entre las venas abiertas del oscuro vacío, que ahora, como nunca antes, parecía moverse y fluir vertiginosamente, aunque acarreando a su vez la vasta tranquilidad que regala un meticuloso y estudiado equilibrio.
Ahí arriba fue donde el amor nos hizo a nosotros, justo en ese punto en el que dos rayos de opuesta procedencia se encuentran cara a cara, como dos tigres solitarios que se reconocen en un baile, rondándose el uno al otro, e ignorando que en el mismo instante, de lo que antes eran sus colas, confluyen agitadas un sinfín de coloridas nebulosas construyendo un destellante espiral de energía, esperando cual galaxia, ser condensada aunque sea, en una mirada.


Diego Huberman

Bohemio, músico y revolucionario de papel

El cigarrillo que más se disfruta es aquel que se consume lentamente antes de caer en un sueño profundo. Es el equivalente a la realización de ese deseo que nos lleva lentamente, como si de un acto sexual se tratase, a matarnos. No existe nada más terrible que el tedio, ni nada tan mortal como la vida misma. Nacimos, vivimos, morimos. Y sin embargo, nuestra vida se reduce a actos de suicidio. Aquel que vive más tiempo es el que menos hace, sin embargo el que más vive es aquel que más participa. Porque vivir más no significa llegar a los ochenta sano como una lechuga y preguntarte que has hecho con tu vida. Vivir más es hacer más, y hacer más significa, inevitablemente, morir más joven. La vida mata.
Pregúntale a tu Pepe Grillo. Probablemente te dirá que haces bien en medirte, en controlarte. Te dirá que comas sano, que no tomes mucho, y que por nada en el mundo se te ocurra caer en la tentación del placer fácil que proporciona la droga, el sexo casual, o simplemente el ocio. Es más, lo más factible es que ese pequeño insecto esté hablándote ahora mismo, endulzando tu oído con palabras dignas de un santo varón. Te estará diciendo que este texto es basura escrita por un idiota con insomnio y problemas de infantilismo, que debería estar estudiando en vez de escribir esta mierda. Bohemio, músico, y revolucionario de papel.


Rosecin 

Extracto de "Pedro Páramo" de Juan Rulfo

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.
El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja."
-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor.


La escalera

Cada escalón crujía a su manera. Algunos más graves, otros más agudos. Mis pies se posaban con la misma fuerza y con idénticos intervalos. Era de noche, y la escalera iba rompiendo el silencio. Las ventanas dejaban que se filtrara el frío y las luces de la calle. El cielo se desplegaba plácidamente.
Allí abajo, en el primer piso de la casa, me estaba ahogando con una enfermedad desastrosa. Siempre pude respirar, pero el cuerpo enfermo nunca quiso levantarse. Ahora, sin embargo, me encontraba subiendo la escalera, y roncando en la oscuridad de mi habitación. Faltaban pocos escalones para por fin deshacerme de mí, para por fin aterrizar en otro mundo, más ligero y redentor. Y de pronto desperté, quizás por la madera que ya empezaba a destruir por completo el silencio de la noche. Me oí subiendo al segundo piso cuando de pronto, de forma espectacular, me levanté de la cama para atraparme y no dejarme cumplir con el objetivo. Al sentir la mano que rozaba mi espalda, me di vuelta para enfrentarme a mí mismo. Nunca quise subir con rapidez porque tal acto hubiera sido muy cobarde. Tenía que deshacerme de mí, no había otra elección. Luché entonces todo lo que pude, aunque mis energías se habían agotado durante el día, mientras que durante todo el día había ahorrado, en la cama, las fuerzas necesarias para vencerme. Fue por eso que, a escasos centímetros de tocar el piso de arriba, terminé asesinándome. Solo restaba un cadáver pálido junto a mis pies. Mi rostro descompuesto en ambos cuerpos, salvo que uno estaba incólume y el otro permanecería así por el resto de los días. Me apresté a sacarlo de la casa y enterrarlo en el patio. Estaba amaneciendo, cuando de pronto, entre los madrugadores cantos de las aves siento algunas sirenas que se acercaban a mi barrio. La policía, extrañamente, se había enterado del homicidio muy poco después de haberse efectuado. Eso era todo. La impunidad nunca ha existido y menos para mí: asesino de mi propia sangre. Me vi forzado a abrirles la puerta y entregarme. Ellos solo vieron mi rostro sudado, la sangre distribuida en el cuello, el cuerpo muerto tendido sobre el pasto. Qué tragedia, nunca me quise.
Antes de morir había pensado que lo mejor hubiera sido apurarme en subir las escaleras y zafarme de lo que me perseguía. Qué contradictorio, aunque no lo hice. Viví arrepentido durante años, en la cárcel, con el resto de mente que me quedaba, hasta que la decadencia tuvo sus efectos en el piso de debajo de mi abandonada casa.


Javier Velasco

La mesa

Después de largos años de utilidad, la mesa cayó en desuso. Jaime, el auxiliar, la cargó hasta el montón de desechos. Pasó una semana hasta que llegó el momento de convertir a esa mesa en cenizas. Un minuto antes de ser calcinada, el desecho recordó su milenaria vida.
Nació adentro de una fruta, la cual crecía pasivamente colgada de un árbol, en medio de un bosque virgen. El viento fue el encargado de hacer caer el fruto. Por su parte, el tiempo y la humedad hicieron que la semilla se encontrara con la tierra y comience a germinar. Luego surgieron sus primeras raíces, limitadas de espacio ante tanta vegetación. La siguiente aparición fueron las primeras dos tiernas hojas, sostenidas por un diminuto tallo.
Este pequeño no era nada más que maleza ante sus vecinos: gigantescos robles, pinos aferrados a fuertes raíces, cipreses con un sinfín de ramificaciones, eucaliptos portadores de cientos de nidos, ancianos alerces, sabios abedules, eternas araucarias, y magníficos baobabs.
Poco a poco, la maleza sin entender cómo empezó a crecer. Un día su vecino más cercano, un fuerte avellano, a través del soplido del viento en sus hojas, comunicó un mensaje al pequeño. Le dijo que las raíces son el fundamento para su crecimiento, que vuelque toda su energía en hacerlas crecer. Así fue como sin darse tregua, entre tardes de reflexión, mañanas de absorción y noches de ejercicios el joven iba creciendo. Siguiendo esa rutina, un atardecer llegó a un excelente plan para vencer el denso submundo de raíces que lo ahorcaban cada día más, decidió hacer crecer sus raíces sólo en largo, manteniéndolas muy pequeñas en cuanto a ancho. Así sus raíces, escabulléndose entre lo que se encuentren, llegarían al infinito, dónde se encontrarán solas y podrán ensancharse sin problemas.
Pasaron cientos de años, y la maleza añorando ser un eterno fue creciendo, convirtiéndose en un árbol ya, y no en una maleza indefensa. Aún más tiempo pasó para que sus raíces llegaran al infinito. Al llegar, estas comenzaron a engordar de manera impresionante y, de este modo el árbol comenzó a crecer disparadamente hacia su anhelado sol por los días, y su dulce luna por las noches. Así fue como se convirtió en el ente más grande del bosque, feliz de sentir a los monos balanceándose por sus ramas buscando sus frutos, de dar hogar a múltiples pájaros, de que sus gruesas cortezas sean la morada de millones de insectos, feliz de vivir y dar vida.
Todo bien hasta que el fenómeno de deforestación, guiado por la mente humana se presentó en el bosque, prometiendo ocupar cada recurso de la mejor manera. Lo primero fue un incesable ruido: grandes maquinarias en funcionamiento, sierras atravesando árboles, acompañadas luego de estruendosas caídas de estos. Monos, pájaros, liebres, conejos, ciervos, búhos, zorros, gatos monteses, castores, topos, venados, gritando desesperados huyendo del derrumbe. Sonidos secos de balas dirigidas a osos, pumas, lobos, jabalíes, quienes pretendieron en vano frenar el despoblamiento. Lo segundo que observó el árbol fue ver como lo que durante toda su vida fue un horizonte verde, se convirtió en un peladero.
Era cuestión de tiempo para que le tocara a él caer, y eso le producía una profunda tristeza. Llegó la sierra, atravesó su corteza, luego todo su cuerpo. Uno, dos crujidos bastaron para que cayera al suelo, y así se convirtiera en naturaleza muerta. Ahora era el turno de las maquinarias, debían dividir al árbol en pedazos, movilizarlo, cargarlo en diversos camiones y transportarlo. En uno de esos camiones se fue la mente del árbol, viajando entre caminos a paso lento, hasta llegar a una industria de mesas. Se convirtió en mesa y fue vendida a un liceo junto a otras de su tipo.

Ahí conoció más de cerca a la especie humana. Duró solamente 15 años a servicio de ellos debido a las condiciones a las que a veces se debía afrontar. En la sala 302 año a año llegaba un nuevo curso de sexto básico, un conjunto de niños traviesos. Soportó más de una vez a algún pequeño que saltó sobre ella, así como los monos lo hacían. La diferencia era que antes era un árbol resistente y ahora una frágil mesa de colegio. Más de una vez fue lanzada al suelo o penetrada por un compás, maniobrado por un algún cabro ocioso. En 15 años también fue golpeada con ira, rallada, pateada, pisoteada, y así sufrió varias acciones más que lograron su rápido deterioro. En ese tiempo también conoció a diversas personas, aprendió de geografía, matemáticas, historia, lenguaje y artes plásticas. Fue limpiada semanalmente por un tibio paño húmedo maniobrado por Jaime, el auxiliar. Él mismo, luego de una orden transportó una a una las mesas de esa sala para desecharlas. Llegaron otras en su remplazo. Pasó una semana hasta que llegó el momento de convertir a esa mesa en cenizas. Un minuto antes de ser calcinada, el desecho recordó su milenaria vida…


Tré

Cacería

Mi mano es nocturna y un lobo
Se ha fundido en ella.
Puedo cerrar su hocico
Y crear un puño,
O abrirlo y morder el cuello del hombre
Con la punta de mis dedos.
Llego a pensar que la violencia
Es un juego,
Y que solo importa la furia
Contenida en cada mano.

Entonces soy yo
El que se funde en ella.
Resulta haber un cuerpo
Con rabia entre los dientes,
Pero cuyo espíritu se ha visto anulado.
El hombre me ha matado,
Aprovechando la suma infructuosa
De tanta fuerza desatada.

El acero es más frío
Cuando golpea tu espalda.

Chicha Ruidosa


Sistema K. en mi hogar

El zaguán es la máscara del Mundo.
Por ahí transitan los pies
De quienes quiere que lo habiten.
Ahí convergen las voces
En el jardín antes disipadas.
El ojo visitante difiere del resto:
Solo ve algo peor que lo suyo
Y asevera lo contrario.

Una vez dentro
La gente dispara polémica
En la sala. Música de fondo,
Hambre acumulada.
El metal rompe a cuchillazos la loza,
Burdeos los dientes y el cristal batido en la mesa.
Ruge el Mundo pero la gente
Está satisfecha.

Todo se mueve en ese espectro
De espacios permitidos
Y en exceso iluminados.
En la sombra permanece el trabajo,
Las manchas y el humo que te esconde.
La habitación silenciosa
Y el corazón del Mundo en mi armario.
  

Chicha Ruidosa

Ensoñación en la biblioteca

Destruyo la mesa trémula
Para que tus brazos no vuelvan
A desesperarse sobre ella.
Para que tus ojos extraños no busquen,
A pesar de su atadura,
Otros rincones donde deposar
El peso infinito que traías contigo.
Pero destruirla es destruirme
O, por lo menos, a estas horas suaves
En las que nunca imaginé
Mi vista recorriendo en segundos tu rostro.
Horas que ocultaban pulsiones
Que no llegaron a revelarse
Por debajo de la mesa contenida.

La incendio mas no me arrepiento.

Quise desde ahora erradicar
Las ilusiones de las que hago parte
En cada historia.
Y así veré finalmente,
Tras las brasas de la inocente madera,
El resto quimérico de tu cuerpo:
Las piernas que me atan a la Tierra
O el suspiro que derivo de estos versos.


Chicha Ruidosa

11 de abril de 2014

Stuprare

Vivir y la casa está vacía. Hablar y soñar que se va llenando. Son las voces espíritus y los cuerpos, deseados. Sólo mariposas hay, y gritan bajo el zaguán el nombre "existencia". Se oye un canto desde el otro lado, en el muro contiguo a la calle. Canto de flores enamoradas. Les cantan a las mariposas para que regresen. Les cantan para saber si realmente existen. ¿Seré acaso una flor? Porque estoy cantando para obtener respuesta, soñando que el mundo está invadiendo esta casa. Pero aquellas flores están despiertas, y están seguras de lo que quieren y rechazan. Reciben respuestas, tactos y besos. Una explosión corporal  que  reposa en el borde de cada pétalo. Una ratificación de lo concreta que ha sido la existencia entre ambas.
Entonces…entonces solo me queda enmudecer mi propio canto, la fantasía y el deseo. En un primer caso: morir dentro de un ataúd impersonal. En el segundo: vivir en silencio, envuelto por una vorágine de masturbación y vacío. Pero surge aquella inquietud visceral, de por qué tener que elegir entre tales vías tan imperfectas, y peor aún, por qué creer que mi elección me sumiría en un efecto desagradable y hostil. Al fin y al cabo, solo soy un muro interior de esta casa: el oído que quiso convertirse en ser humano, para no solo escuchar ciertos cantos sino que también para ser violado por ellos.

Javier Velasco