N.G.
25 de mayo de 2015
Santiago
Santiago, Santiago. Frío Santiago mientras camino en dirección al paradero. Mejor tomo el metro, más calentito... Quizás ya cerró. "Los Presidentes" no es una estación cualquiera, creo que acá la mayoría de mis compañeros de universidad se perderían o desorientarían. Está más helado que la cresta y aún no recuerdo por qué estoy en este lugar. A veces hago cosas que no tienen mucho sentido, como tomar la micro equivocada, pasarme de Santa Isabel en el metro, ponerme a escribir cuando no tengo ganas o fumarme un cigarro en menos de 40 segundos (contados con los dedos). Anoche, por ejemplo, la llamé para decirle cuanto la extrañaba pero antes de que pudiese contestar le corté. También compré una botella de agua mineral... Sí, agua mineral y sin gas. Qué mierda, pensé. Podría haber tomado agua de la llave e imaginármela con algún sabor estrambótico (palabra culeada). Setecientos pesos a la basura, igual estaba heladita. A veces hago cosas sin sentido en esta ciudad, como creer férreamente que algún día despertaré y no habrá desigualdad ni pacos sacándole la chucha a los cabros hasta matarlos. Hoy presioné, con esa ilusión de pendejo de diez años, el botón para que el semáforo cambiara de rojo a verde. Por supuesto, no cambió. Nada cambió. Bueno... Algo sí cambió. Mientras estaba sentado en el piso entumeciéndome la raja y escribiendo esto, un niño pasó por al frente mío y se interesó en mi cuaderno, luego le levanté las cejas en señal de saludo y él correspondió, sin soltar la mano de su mamá. Listo, estoy pagado por hoy.
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1 comentario:
me encanto!
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