15 de octubre de 2014

Negación

Quedamos en juntarnos en la Quinta Normal, como siempre. Yo pensé que sería una tarde de parque, de mirar el cielo, mirarnos a los ojos y sonreír embobados. Yo pensé que él me gustaba.
Cuando llegué al parque, el me vio, sonrío como siempre al igual que yo, y nos sentamos en el pasto, a mirar el cielo. Hasta aquél momento todo transcurría como yo pensaba; nos faltaba mirarnos a los ojos y sonreír embobados. Y pasó. Estaba entonces feliz, dichosa de creer que estaba enamorada y mirando al muchacho como si fuera el hombre más atractivo del mundo. Cosa que no lo era, obviamente. Ni estaba cerca.
De pronto me preguntó si quería acompañarlo a buscar un cuaderno (o algo así) a donde él dormía. No era su casa. Era un ex cibercafé de su abuelo que se convirtió en un cementerio de computadores y, al fondo, había una pieza muy pequeña en donde yacía una cama y estantes con cuadernos. Se quedaba allí en la semana, ya que le quedaba al lado del colegio (él iba en el INBA). Era entonces como una especie de casa, pero con solamente una pieza y un precario baño. Le dije que bueno, que no nos demoráramos mucho.
Llegamos al lugar; olía a viejo y era muy tétrico con estos computadores llenos de polvo en todos los rincones y sin iluminación. La pieza era minúscula; efectivamente solo tenía una cama ya que no cabía nada más allí. Nos sentamos en la cama y el empezó a buscar su cuaderno.
Yo miraba curiosa y pensando que no tenía que tener prejuicios, que era un lugar acogedor aunque no fuese muy bonito.
Encontró su cuaderno y me miró. Empezamos a darnos besos.
Luego de un rato la situación se tornó más adulta. Yo tenía trece años. Él quería, yo no.
Sin embargo, no pude pronunciar la palabra '' no '', no salía, no me acordaba de cómo decirla, simplemente comencé a llorar mientras el intentaba transformarme en una mujer.
Pensaba, mientras miraba aquél techo y esa luz colgante sin lámpara, que quizá era muy pequeña, que tenía miedo, que no sabía lo que estaba haciendo, y que me dolía muchísimo.
Luego nos fuimos, yo lo abrazaba, confundida, sin saber si lo quería más o lo odiaba por lo que había pasado.
Nos despedimos en la estación de metro y nunca más lo volví a ver, ya que aquella misma tarde, luego de procesar lo que había sucedido, le dije que no quería seguir con él, pues no le importó que yo llorase a su lado mientras el seguía en lo suyo. Había sido egoísta, y yo había sido muy ingenua.
Lo peor del asunto fue contarle a mi madre; lloró y yo lloré pidiéndole perdón, esperando que aquella vez no fuese considerada ni recordada por mí, ni por nadie, cómo mi primera vez.

Eiti Leda

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