9 de Octubre
Hoy volví a soñar. Soñé hasta pasado el mediodía, envuelto en mantos de
felicidad y tiempos pasados. Debo haber despertado unas cuatro veces en el
transcurso de nueve horas, pero irremediablemente volvía a caer en garras de
mis sueños. Su rostro, combinado con distintas imágenes de mi más tierna
infancia, sólo puede significar una cosa: felicidad. Soñé con la casona de mis
primos en Santiago, soñé con la calle donde di mis primeros paseos, y soñé con
el lago donde pasé los mejores veranos de mi vida. Sin embargo, estos parajes y
recuerdos no fueron protagonistas en mis divagaciones. Todos cumplían un rol
secundario, puesto que acompañaban su mirada.
Los ojos color caoba contrastan maravillosamente con su piel de
porcelana, donde sólo se atreven a nadar las pecas y lunares más audaces. Sus
cabellos color miel brillan de distintas maneras, en especial en las primeras
horas del día, o en los últimos estertores del atardecer. La manera en que las
comisuras de sus ojos se arrugan cuando sonríe me recuerda vagamente a los
pliegues de un tulipán, con aquella suavidad y hermosura propia de los pétalos
de una flor. Al recorrer los contornos de su cuerpo con mis manos, siento como
si estuviese acariciando un trozo del universo; el delicado roce de piel con
piel produce una música más hermosa que cualquier violín, y las vibraciones de
su cuerpo se condicen con los latidos de mi corazón. Las palabras sobran; ella
es más que cualquier otra cosa.
Despertar feliz no siempre es lo mejor. Despertar triste y darse cuenta
de que solo fue un sueño produce una gratificación y tranquilidad inmediata.
Por otra parte, despertar feliz…
Hoy se cumplen 6 meses desde que la deje de ver.
Rocesin
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