(Una gata negra cruzó mis dudas.)
Caminaba sin prisa aparente, mientras la calle permanecía extrañamente deshabitada: no volaba ni un sólo petulante pensamiento, a excepción de los míos claro, que inevitablemente inundaban el pasaje con grises tonalidades.
La gata negra transitó a mi lado, y si bien estaba distante, se mantenía atenta a cualquier movimiento ajeno. Se paseaba entre las penumbras quejumbrosas del nublado atardecer, apareciendo y desapareciendo con elegante deambular. Seguía concienzudamente mis pisadas y yo al percatarme de su iluso interés, me detuve y le cuchichié para que se acercara. Pero la gata quedó perpleja, y noté de inmediato en su fijo mirar, una atestada inseguridad y un asombro innato. Y en esa tensa y cauta interacción de miradas, nos mantuvimos alertas.
Cuando dí un paso hacía ella, la gata dio una pequeña marcha atrás (sin nunca romper los hilos que unían nuestros ojos). Decidido a esperar, me senté lentamente sobre mis tobillos y sin moverme ni un centímetro, clavé mi mirada en la suya con brava cortesía.
La gata negra, percatando mi paciente e inusual actitud, se acercó paulatinamente hacía mí, como si cada pisada fuese un aliento alimentando su valerosa intriga.
En cosa de minutos (que para mí fueron eternos), la gata se ubicó a tan solo un mísero metro. Con delicadeza, extendí mi brazo y mi palma, con afectuoso y manso aprecio.
La gata, en un principio levemente sorprendida, arrimó su torso y luego su cola entre mi brazo colgante. Después, con natural confianza y desenvolvimiento, apoyó sus finas patas delanteras sobre mi pecho, dejándose acariciar.
Su pelaje era de una sedosidad caprichosa y en pequeños movimientos controlados, se entregaba afanada a mi ternura.
Y en ese lindo y mutuo arrumaco, ocupamos la ya oscura y siempre vacía calle.
(Pero sólo momentáneamente, pues, ambos seguimos nuestro incierto camino, sin nunca mirar atrás.)
Thor
No hay comentarios:
Publicar un comentario