No puedo escapar a mi inherente condición. Y por más que me abandone y renuncie
concienzudamente a mis facetas, los perros me olfatean y siguen mis
estrafalarias huellas. Tiempo perdido si intento alejarme, mientras más lejos
vuelo, más me acerco a la intrínseca obsesión. Poco a poco, se acumulan las
cargas que incoherentemente me hacen levitar.
Y heme aquí de nuevo, otra vez frente al desinteresado
papel. Esforzándome por podar las malezas de la sensatez. Pienso que ya no vale
la pena la invitación para recorrer los túneles del núcleo, que el entendimiento
ha quedado desplazado sólo para mi doctor.
Antes era el miedo de no hallar respuestas, a no reconocerme
en los demás. Hoy, es el olvido y el tedio. Ya basta con tonterías motivacionales,
estereotipos, proyectos. Soy el huérfano de la identidad. Soy la indecisión
terrenal.
(En las mañanas, lavo mi cara y me coloco la máscara. Máscara social, máscara de los mil rostros.)
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