3 de septiembre de 2014

Como el disparo de mi cámara

Mi nombre es Rodrigo, soy chileno y tengo 19 años de edad.
Hace algún tiempo tuve que abandonar mi país, mudarme muy lejos, ya que mi madre fue detenida durante la represión militar. Supe la historia de un golpe y sentí en mi cabeza cristales molidos.
He aprendido mucho en Norteamérica, me he percatado de la precaria situación de mi continente, de mi pueblo y de mis hermanos latinos. Una fuerza indomable se levanta en mí, nadie tendrá el coraje para detener mi vuelo.
Hoy con mucho esfuerzo he juntado los recursos para volver a mi querido país, ese que me vio nacer un 7 de marzo de 1967 en Valparaíso. Llevo en mi mochila un par de cosas, dos cámaras fotográficas y mi anhelo más preciado, relatar al mundo entero, a través de imágenes, la triste realidad que acongoja a mi Chile.
He llegado a Lima, Perú, pronto visitaré a mi abuelo en Arica, el viejo me ha de extrañar un montón. Quiero darle una sorpresa que nunca olvidará…
No tengo miedo de disparar mis fotos, son como estrellas fugaces que vi de niño, como destellos que quedarán en mi mente y en mis manos. No temo retratar lo que ocurre, mi valentía me hace mucho más grande que aquellos uniformados con fusiles. Sé que poseo un arma superior, mi cámara, mi sueño.
No dudo en alzar la voz para guiar al compañero desorientado, al pobre agobiado por el profundo miedo que infunde un rostro lleno de ira que porta en sus manos la bandera de exterminio. ¡Oh! que rabia siento al oír que la gente oculta sus domicilios por miedo a la persecución, pronto me escucharán, me observarán, me seguirán…
Es el día 2 de julio de 1986, escucho voces que dicen que lo peor ya pasó, que pronto vendrán nuevos aires, pero esos aires los construyo yo y mi gente, no cesaremos de protestar, no dejaremos de luchar por la justicia y la verdad, tal como lo hiciera Guevara.
Son las 8 de la mañana, voy caminando junto a mis amigos y mi entrañable compañera, mi amante, Carmen Gloria. Juntos seremos el cambio, la luz de la llama libertaria arderá como un rojo amanecer, como la victoria de toda nuestra lucha. Me acompaña mi fiel cámara, en ella van todos mis recuerdos desde que regresé a mi país, desde que descubrí mi misión en esta vida.
Una patrulla militar nos sigue muy de cerca, ha logrado dispersar a los demás. Junto a Carmen Gloria corremos, intentamos zafar, pero nos han capturado, no sé donde nos llevan. Hombres altaneros y descontrolados nos gritan, nos insultan, estamos atrapados acá adentro, no veo nada, solo sé que subieron con nosotros los elementos incendiarios que usaríamos para la barricada.
Nos bajan del retén a patadas, nos dan golpes con fusiles que rompen mis extremidades, mientras lloro y grito algo de piedad para Carmen. Son golpes que calan los huesos, que destruyen el ímpetu, que ahogan el grito de libertad…
Tendido en el suelo con mi cara ensangrentada miro a Carmen, ella se ve destruida, es como si secaran el sereno mar que rompe en las orillas de mi ciudad natal, eso me revienta el corazón, ya me debe quedar poco.
No sé qué hora es, que día, ni donde estoy. Tampoco tengo la certeza de que los que empiezan a rociarnos de pies a cabeza con combustible inflamable, sean seres humanos.
El fuego arde en el rostro de mi compañera e irrumpe en mi piel, en mis pulmones y entrañas, siento como desgarra mis órganos de a poco, como va agotando mis fuerzas para seguir.
No creo en el odio, creo en un despertar, creo en mis ideales, creo en mis amistades infranqueables, confío en mis deseos de revolución, en el amor que me ha enseñado mi madre y en la esencia de mi pasión, la fotografía.
Hoy mi alma vuela lejos, como el disparo de mi cámara…
El teniente Pedro Enrique Fernández Dittus, jefe de la patrulla militar, ordenó que los cuerpos humeantes fueran cubiertos con frazadas y subidos a uno de sus vehículos. Posteriormente, fueron lanzados en una acequia de las afueras de Santiago, en el sector rural de Quilicura. Fueron encontrados por efectivos policiales y trasladados de urgencia a la Posta Central. El 6 de julio, Rodrigo Rojas De Negri muere a causa de las quemaduras mortales en su cuerpo, Carmen Gloria Quintana sobrevive con quemaduras de alto grado en su rostro. 
En memoria de Rodrigo Rojas De Negri, ejecutado durante la dictadura de Augusto Pinochet.

N.G.

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