7 de septiembre de 2014

El bufón

El agua no corre, el viento no fluye, el fuego no baila, la tierra no brota.
La duda, vertiginosa, se entromete en la quietud del ser hasta el punto de quebrar los cristales impávidos. Todos, boquiabiertos, lo apuntan.
“¡Esos ojos resecos delatan los duelos de anoche compañero! ¿Acaso has escrito con lágrimas tu presente?”, corean al unísono los desvergonzados.
Y él, inmóvil. Sin voz ni ley.
Lo único que mana rítmicamente en él, sin trabas ni contenciones, son las chispas sutiles (y no tan sutiles) de pensamientos violáceos. Juicios, veredictos, resoluciones, dictámenes, procesos, litigios, pleitos. Y en eso, se pregunta enmudecido, si será lucidez ese inherente discernir permanente. Sin tanto esfuerzo, la consideración personal tiende hacia un insolente trastorno. Algo de por aquí huele mal.
“Manga de idiotas mentirosos, cínicos. Embuste tras embuste dentro de la máquina. La puta maquillada realidad. Pero nada he de alegar, no hay derecho si de todas las pinturas, el más revestido soy yo. Yo, cargando mi disfraz cotidiano: mi sonrisa opulenta, mi fingido tranquilo andar. Oculto entre anonimatos y falsos nombres grito a toda voz / toda que se convierte en media / media, que a medida, se apaga. Aconsejaría que nadie escuche a este deprimido bufón, pero tal vez la iniciativa ya se tomó. Sin embargo, si aún prestan atención a mis palabras, escuchen cautos: ¡¡NO PRESTEN OÍDOS A ESTE ABOLLADO BUFÓN!!”
***
Las manos sudorosas. Los dedos temblando. El pulso, progresivamente, se agita. El corazón busca escapar. Las sienes, descontroladas. Pies débiles. Espalda encogida, brazos a la deriva. El pecho no se infla, el plexo se enfría. El cuello no logra sostener el tronco inerte.
El cuerpo cae sobre su propio peso. Silencio (exterior) sacramental.
Adentro, todo en marcha. A todo máquina, a toda velocidad. Bla, bla, bla, bla. Viejos (y falsos) filósofos hablando de inciertas soluciones. La temperatura aumenta significativamente. Suspiros de frenesí y zapateos endemoniados.
Los ojos, abiertos, no pueden mirar sus espaldas. No pueden calmar la necia marejada, la tonta, la inútil, la inane. 
Incoherentes son, entonces, estos momentos de algarabía.

(El único refugio permanece como el mismo problema.)

Thor  

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