30 de septiembre de 2014

La interrogante no termina en palabras

Sombra condimentada,
Cocinada,
Dada vuelta,
Apuñalada,
Sombra hospitalaria a migajas
Y a aureolas pasajeras.
Sin pensar queda plasmada
en un cuadernillo de caligrafías,
Donde las lagañas pierden sueños,
y las orejas sus propios sujetos.
El mal aliento ya no es sólo mañanero,
¡qué macabra tal conjugación de palabras!
Ni el viento, ni la pasta de dientes
Podrían disiparlo de tus ojos.

Despierta, te esperan las matemáticas
Las del almuerzo, cena y once.
Que no se te olvide aliñarlas,
Cada día se pierde la sal.
Y volvemos a las lagañas/sueños
En el sinfín de frazadas podridas
y fuegos oxidados.

Girasoles 

Cariatides sostienen la Humanidad

Las ventajas de tener un falo alado históricamente
se burlan del altibajo vicioso de Astarot
No era fácil para dios llevar el peso de dos lunas
A su semejanza los alados asexuales con pesadas lunas cayeron
-hombre que se arrepiente conocerá el reino de los cielos
Enrróllate en tus propias ramas a ver si te falta una costilla
que hay mil ilusas que la quieren hacer notar
se jactan de las otras que las tienen a oscuras
¡Estúpidez! somos la misma dolorosa medular

La fiebre no enceguece nuestras cumbres ni nuestras cuencas
No estamos aquí únicamente para amamantar vasallos
En nuestras caderas está el cáliz que tanto busca nuestra alma incompleta
No es de las damas hablar de la sociedad
No es de las larvas roer tu carne inmunda
ellas salen de una manzana y llenan de color el mundo
¿te imaginas viviendo sin tus preciados vicios?
¡Pues en mis pies está la culpa!
Hemos pagado el precio de hacer fluir al mundo

Dejar el velo aberrante, quemarlo junto a la bandera
como dos trapos viejos que no sacan bien el polvo
Incluso con un '?' en el sexo sabes que vales más que un estado
que vales más que los míticos universos proclamados
por infames que a piedrasos te han callado
Desde la casta doncella de luz blanca hasta la puta
Desde la madre que por sus hijos ahí se queda
Hasta la que la descendencia de genes no le llega
En nuestros vientres está el gran estallido de la era

Cassis 

Un tamborcito

Cada noche te sentía mas cerca;
los susurros de tus manos….
el resplandor de tu silueta…..
me quitó la vista.

No puedo ver, te oigo
Ir y venir…
Sobre mi cama
Sobre mis labios, los reclamaste
Ya era tuyo…

No te fuiste
Algo te divertía
Tome tu mano
Envuelta en sangre
Mi corazón poseído
Rendido…
Eras feliz.

Isabel 

Ahora es Cuba

Y luego fue la sangre y la ceniza.
Después quedaron las palmeras solas.

Cuba, mi amor, te amarraron al potro,
te cortaron la cara,
te apartaron las piernas de oro pálido,
te rompieron el sexo de granada,
te atravesaron con cuchillos,
te dividieron, te quemaron.

Por los valles de la dulzura
si tu quieres que te toque
ahi ahi ahi te agarro
bien rico ahi ahi ahi
bajaron los exterminadores,
y en los altos mogotes la cimera
de tus hijos se perdió en la niebla,
pero allí fueron alcanzados
uno a uno hasta morir,
despedazados en el tormento
sin su tierra tibia de flores
que huía bajo sus plantas.

Cuba, mi amor, qué escalofrío
te sacudió de espuma la espuma,
hasta que te hiciste pureza,
soledad, silencio, espesura,
y los huesitos de tus hijos
se disputaron los cangrejos.


Anónimo

Sólo eres....

Que los colores de tu ánima se enreden en la lectura corporal que nos va consumiendo cada vez más a lo que llamamos amor en su más pura libertad,

Aflojo mis grilletes para sentir tu piel junto a mi piel,
atrapo los sonidos retóricos de una oscuridad penetrante,
escapo de la niebla que intenta cautivar esta sensación casi perfecta
que nos une, que nos hace corresponder,


El cuarto y el telón serán los testigos de las desenfrenadas ganas de demostrar nuestro amor en su máxima expresión,
tus besos inspiran mis letras,
tu alma abstracta insta mi mano rebelde a tomarte y añorar tus quimeras desaforadamente como dos amantes enloquecidos por la clandestinidad.

Una chispa enciende la mecha,
detonando espasmos de pasión,
mientras la acera queda marcada por la subversión de nuestro amor,
eres mi mente, eres mi lucha por la cual siempre estaré presente,
eres mi bandera de guerra con se la que ara esta tierra,
eres la rosa negra que se ha clavado en mi corazón,
aquella roza que desangra y derrama nuestro amor sobre el manto de la razón,

Eres tu la persona que nunca busqué pero que siempre desee,
eres la persona la cual hace que mis letras tenga un sentido de ser.
eres el fuego que enciende la revuelta,
eres más que la fuente del intelecto,
eres más que la fría noche de desvelo,
eres más que una utopía,
eres mi realidad y la armonía de este tictac que viene y va.....

Arlecchino

28 de septiembre de 2014

Historia

Con arena en mi piel
Al descontar el tiempo perdido
Fui dividido en cuatro partes

La primera rejuveneció
Volvió a ser fruto y semilla
Y como medusa en silencio
Partió hacia el último océano

La segunda, la mayor, cumplió
Durante los primeros años
Fue la que cuidó del resto
Del miedo agricultor

La tercera, tenía manchas verdes
Y siempre recordó el nombre de sus estrellas
Pero, por ser mestiza y azulada
Despertó sumergida en baños de luz

Y la última, hija del rey
Juró lealtad eterna a su jardín
Una patria floral que la orientó
Siempre rumbo a antiguas conquistas

Y las cuatro pequeñas
Vivieron felices en comunión

¡Mentira!
Jamás se volvieron a ver
La primera nunca regresó
La segunda nunca encontró
La tercera nunca perdonó
Y la última se suicidó

Y yo aún sigo aquí, contando puntos brillantes
Esperando a que se reconcilien sus hijos


Alto Viajero

27 de septiembre de 2014

Si olvidásemos el número 2

Si olvidásemos el número 2
El abecedario tendría 40 letras
Einstein cojearía fuera de la relatividad
Las mesas de 4 patas tendrían 5
Las de 3 solo tendrían 4
El billar gozaría de 17 bolas
Y la quinta pata del gato sería la sexta
Si olvidásemos el número 2
No habría amor de pareja
Porque pareja son 2
Y los 2 ya no existen, se olvidaron
Sería todo tan complicado como simple
Y hasta el aleatorio sufriría
Y los años serían más largos, cada uno con 556 días.
Solo Dios se salvaría de no ser olvidado
Solo por su sola i
¡Hay de nosotros si olvidásemos el número 2 y su sola i!

Johannes Sándon

Cartas a Rioma – Rompiendo el silencio

Querido Amigo:

Eran al rededor de las 4 de la madrugada cuando desperté
con una pequeña comezón en el costado izquierdo de mi pecho,
que aunque sea pequeña, bastante tenía de molesta. Me quite
la parte superior del pijama y quede atónito al ver que de
aquella superficie salpicaban recuerdos que brotaban y
manchaban de melancolía las sabanas y las frazadas de mi cama.
Al no entender la situación, rápidamente coloque mi mano en el
agujero que poco a poco se expandía y de un salto brinque de la
cama y me dirigí a la ventana más cercana, donde el viento tuvo
contacto directo con aquella comezón que carcomía cada uno de
mis poros, y con ellos los recuerdos. Cuando la comezón me fue
ya prácticamente familiar, fije mi mirada en un pequeño poro
que, envuelto en tal espectáculo, lograba mantener su pasividad
y neutralidad, sin dañarme ni molestarme con aguda picazón. Al
mirarlo más de cerca, pude ver aquel contorno circular delatado
por la tenue sombra a contra luz, seguí la circunferencia hasta
que un pequeño rallito luminoso se fragmentó con el sudor de
mi piel, chocando con mi mirada y empujándola hacia adentro.
De pronto, todo fue obscuro salvo por el túnel formado por la
luz en la cúspide del poro, que cada vez que intentaba
atravesarla con la mirada, me segaba y disolvía en microscópico
suspiro. Inmóvil e impotente no me quedo más que esperar. Allí
me senté, posando mis manos sobre mis rodillas creando una
forma de mariposa. Fue en eso que frente a mí vi pasar
súbitamente una imagen, muy familiar en cierta parte pero
que no era capaz de incorporar. Alterado y pendiente de cada
viscoso sonido que creaba mi alrededor, fui distinguiendo una
peculiar sonoridad en forma de percusión, alta y baja, alta y
baja, que sonaba y retumbaba hasta hacerme vibrar. Me
levante y guarde el silencio más preciado que nunca antes
logre encontrar en mi interior, avance y avance hasta que mis
pies descalzos palparon un pequeño borde que me susurraba
“ un paso más y caerás”. El envolvente sonido era familiar, y
casi podría asegurar que más de una vez lo he escuchado, si
no fue en una eterna noche de llantos y confesiones a mi
almohada, fue durante una exhaustiva relación sexual que
mantuvo erguido cada uno de mis pelos y mis sentidos. Al
mirar más detenidamente observe que aquel sonido provenía
de un objeto extraño, similar a un motor de pistón pero cuyos
colores semejaban los de un trozo de carne cruda, sin sal ni
orégano. Era tan rápido el movimiento que este ejercía que al
tocarlo sentí como mis manos ardían de dolor. Así entendí
que aquella comezón provenía del calor emitido por el
extraño objeto rojizo y si quería cesar aquella molestia debía
dejarlo fuera de funcionamiento. Solo por un momento logre
detenerlo, lo cual me produjo un alivio agriamente insoportable.
Decidí entonces volver a ponerlo en marcha, y
cuando esto sucedió desperté nuevamente, empapado en sudor
y me dí cuenta que aquella comezón me era grata, ya que me
volvía humano y me enseñaba a convivir con el dolor.

Johannes Sándon

Invitación a participar en el concurso literario Carlos Droguett

Los invitamos a participar en el concurso literario Carlos Droguett! 

Aquí están las bases del concurso: 
https://docs.google.com/document/d/16Mh4xlSV0Y8wpNMf_HGHkXzYLYmHlbsIJTgXCfo1H7c/edit

Aquí está la página de facebook del concurso:
https://m.facebook.com/concursoliterariocarlosdroguett?_rdr

A motivarse y participar!!

De trece en trece

La lluvia golpeaba su ventana y lo inundaba una sensación de soledad. No se sentía mal. La noche estaba hecha para él o ella y la lluvia. El sonido de las teclas le proporcionaba la acústica necesaria para con- formar fragmentos húmedos y la luz tenue que irradiaba su oxidada lámpara era el sol de las piezas en invierno, tan minúsculo y destellante que los ojos al mirarlo detenidamente imitaban al torrentoso cielo de afuera, triste e incontemplado. Las noches como estas le daban por escribir, lo atemorizaba conciliar el sueño por el infantil motivo de pensar que el viento sería capaz de expulsarlo de su pieza, de azotarlo contra la arena fría o ahogarlo en espuma.
Las primeras noches sufrió su partida. Los dolores de espalda no le permitían dormir con tranquilidad y a menudo se paseaba de un lado a otro de la pieza contando en voz alta de trece en trece para agotar a la mente. El método era ineficaz. Y es que la recordaba tanto cuando llegaba la noche, era una cosa de locos. Sentía su aroma y su respiración, lo atormentaba la silueta que ya no estaba en la pared, recostada con soltura sobre aquella estructura de madera, entera de sombra, bella penumbra. En ocasiones era eso lo que extrañaba más, su figura reflejada a contra luz en su ahora espaciosa pieza. El volumen del cabello figurando justo bajo el marco de la ventana, sus pies diminutos contrastando con el ancho de sus caderas, sus brazos larguísimos apropiándose ya no sólo de la pared sino que tragándose el techo en cada movimiento buscándolo a él o ella, que aún seguía con los ojos abiertos intentando acoplarse  a su sombra.
Las segundas noches, que ya no recordaba si eran de lluvia o de silencio aún la extrañaba, pero a esta altura las sombras ya eran formas propias de la habitación que no permitían figuras humanas y eran las “cosas” en ella las que lo acompañaban en sus devenires nocturnos. Un cuadro burdo pegado en la pared aledaña, libros a los pies, montones de ropa sobre el cubre camas, fotografías en el respaldo, hilachas roñosas colgando del techo y las líneas y años de la madera que conformaba su nicho. En su conjunto esto lo invadía, le hostigaba el ser y lo inmovilizaban en su colchón a observar durante horas como se desprendía de la vida humana para maravillarse de la belleza de las “cosas”. Era una relación de difícil asimilación, lo apasionaba librarse de las cargas que supone el Ser al mimetizarse con su cuarto inerte y expectante, aunque sabía que algo añoraba, algo extrañaba, ya no recordaba qué. Trece, veintiséis, treinta y nueve, cincuenta y dos, sesenta y cinco…
Las terceras, las cuartas y las siguientes noches que vinieron lo extrañaron a él o ella. Ahora si llovía a cántaros. Las figuras cobraron vida propia y comenzaron a jugar con su alcoba, el pequeño sol en su velador de al lado iluminaba la pieza completa mostrando diminutas partículas de polvo estelar girando alrededor del. Las fotografías comenzaron a escribir la historia de sus viajes en breves relatos detrás de sí mismas y los protagonistas de los libros a sus pies se juntaron a conversar de aquella lejana y deteriorada silueta conformada por el sol de la habitación y el reflejo de un fugaz cuerpo que chocaba con los anillos y líneas de la madera. Algo recordaban, pero desde su posición hecha de tinta y hoja, era mejor dedicarse a contar de trece en trece.
Trece, veintiséis, treinta y nueve, cincuenta y dos, sesenta y cinco…

Tabor

26 de septiembre de 2014

Extracto de "El amor loco"

Como ocurre siempre en las épocas
en que socialmente la vida no vale nada,
es preciso saber por medio
de los ojos de Eros.
En el tiempo que está por llegar,
a Eros le incumbe restablecer
el equilibrio roto en provecho
de la muerte.

André Breton

Pio pio

Escucho tu voz, humano
tus pasos humanos
tu escandaloso andar.
Te escucho de lejos
y no puedo dejar de percibirte.
Siento tus dudas humanas
tu incomprensión del medio
tu no-saber humano.

Estás perdido humano
te abandonaste en las calles humanas
dejaste de lado tu lucha
te hundiste en la apatía humana.
Y ahora caminas
con tus piernas humanas
con hastío y languidez.
El sol pega en tu mundo humano
que cubierto por trapos no humanos
muere lentamente.
Tus ojos humanos 
pierden su brillo humano 
y se someten 
a la incorriente humana. 

Se turba el agua
se corta el viento. 
Lágrimas humanas 
manchan el irremediable fallo. 

¿Acaso has pensado en tu futuro humano?
¿Cómo te ves?
¿Te lo humaginas tú?

Tuhnaer 

Ya

No puedo escapar a mi inherente condición.  Y por más que me abandone y renuncie concienzudamente a mis facetas, los perros me olfatean y siguen mis estrafalarias huellas. Tiempo perdido si intento alejarme, mientras más lejos vuelo, más me acerco a la intrínseca obsesión. Poco a poco, se acumulan las cargas que incoherentemente me hacen levitar. 
Y heme aquí de nuevo, otra vez frente al desinteresado papel. Esforzándome por podar las malezas de la sensatez. Pienso que ya no vale la pena la invitación para recorrer los túneles del núcleo, que el entendimiento ha quedado desplazado sólo para mi doctor.
Antes era el miedo de no hallar respuestas, a no reconocerme en los demás. Hoy, es el olvido y el tedio. Ya basta con tonterías motivacionales, estereotipos, proyectos. Soy el huérfano de la identidad. Soy la indecisión terrenal.
(En las mañanas, lavo mi cara y me coloco la máscara. Máscara social, máscara de los mil rostros.)

Tuhnaer

21 de septiembre de 2014

...

Si la tela respira
no soy el único muerto
ni el loco solitario
que todos apuntan.

Si la tela vive
los dioses razonan
y ya nadie reirá
de mi cordial invitación.

(Las olas aplanadas
el sol inluminado
las nubes arrastrándose.

El cielo se cae a pedazos
con las bombas silenciosas
del desmoronar mundial.

Soy techo y refugio
en el mal llamado
apocalipsis)

Tuhnaer

Copas de sangre

Entre todos los pasadizos siempre elijo el más oscuro
Que inevitablemente lo incendio de luz.
La chispa es la intriga de un cuerpo en cuestión,
Ser farol en un mundo de polillas me aterra;
No quiero sentir más sus choques, no quiero ser destino
Ni menos mancharme en las aguas.
¿Pero acaso puedo escapar del preescrito circular,
Del irremediable fallo, el mosaico ensangrentado?
Las preguntas, estas preguntas, me dan tiempo.
Artífices de fuga, diluye-culpas,
Mientras pregunto esta luz sigue jalando gatillos.
Disparos y destellos, frescas heridas.
Aunque la sangre escurra, la muerte concebirá
Un nuevo sorbo de vida. Delicada y reluciente vida.
¡Sólo me entenderá quien brinde con sus propias lágrimas!
¡Castíguenme sólo los ebrios y los muertos! ¡Gritos sin aire!
(Sé que te excitan las jaulas)
Indómito crecerá el reposado y enigmático deseo.
(Me derrito junto a las cuatro paredes)

Traver 

Pausa

Me encuentro en mi escritorio sentado con una incertidumbre. Desde la ventana vislumbro un pájaro volando desorientadamente, se podría decir que de manera melancólica. Pienso ¿Porque se encontrará tan desalentada? Observo que se posa en un cable eléctrico y permanece inmóvil. De igual manera yo paro de escribir y absurdamente permanezco hipnotizado mirándolo. En ese momento cientos de pensamientos recorren mi mente de manera fugaz.

Preguntas sonsas, existenciales y cotidianas se forman. Vuelvo a escribir.

Silenciosamente, el lapiz empieza a derramar la tinta sobre el papel y me pregunto ¿Que tan importante son las pausas? Entonces comienzo:

Primero que todo, en el contexto en el cual me hago ésta pregunta, pienso que una pausa es un espacio personal dónde uno se escapa del presente creando un mundo paralelo, en el cual dedico el tiempo de manera pasiva en reflexionar sobre el presente mismo. ¿Que soy? ¿Adonde voy? ¿Que quiero? ¿Como? ¿Para que? ¿Porque?

La pausa sirve para meditar sobre un tema que se venga a la cabeza, analizándolo de manera paciente, es decir sin preocuparse por el tiempo. Me explico digo que una pausa es crear un mundo paralelo porque me ensimismo dejando de lado todo, pero ese todo no desaparece: los minutos corren el colegio está la familia y los amigos también, todo sigue en la normalidad. Entonces cuando vuelvo nada cambió, todo sigue igual pero estoy más tranquilo, porque me tomé el tiempo de analizar el presente.

Pare amigo, las pausas son necesarias.

Pensante Trélirante

14 de septiembre de 2014

Señor lector,

NO busque entre lineas
abra los ojos y deje que se derrita la tinta.
Que el papel NO hable,
que hables TÚ cuando leas.

NO busque consejo
mejor deme uno.
No pida perdón,
exíjalo!

NO vomite su locura,
y entienda que NO hay incógnita
si quita de encima SU censura.
NO salude ni se despida,
pero deje de lado SU cordura.
NO le busque al costanera lunas
ya que si NO la encuentra NO hay modo
de que vuelva, pues se la llevo el hombre lobo.

Por último: caso NO me haga!
NO siga éstas instrucciones
pues está claro que
el papel NO sabe nada!
Peor aún confunde los nombres
de Luz a Maga.

...y cuando cierres los ojos
olvida el lápiz
pero extraña la TINTA !

Lak Ant

9 de septiembre de 2014

Muñón

(El día estaba alegre. Ninguna nube se había atrevido a pisar el intenso cielo azulado. Hoy, sin más, el sol reinaba en su cómoda vastedad.)

El niño, arrastrando sus pies, entró cabizbajo a su casa.
Su madre, al advertirlo, lo interceptó prontamente en la cocina. Y con cariñosa delicadeza, tomó el puñado esférico de hojas arrugadas que traía débilmente en sus manos. Un muñón. Una enmarañada conglomeración de papeles. 
El niño, avergonzado, la miró con pena y contrariedad. 
Ella, de manos largas y áspera piel, desanudó suavemente el muñón. Hoja por hoja/una por una. Cuidadosamente, las colocaba sobre la mesa, y en un movimiento circular y casi ceremonial, intentaba estirarlos.
El niño / ensimismado entre suspiros / observó con detención fugaz / los mensajeros entintados que se iban apilando en el rincón de la cocina.
Al cabo de 2 horas, después de haber planchado, pulido y ordenado el pliego caótico, la madre, temblorosa y dolida, le entregó el desmedido montón de papel.
El niño, gozoso, se dirigió entre saltos a su pequeña pieza donde inició un minucioso examen de aquellos dibujos tan serenos y espléndidos que avizoraba. Llenos de luz, de lógica, de pulcra exactitud. De un momento a otro, el niño se sintió vivo.
Sin embargo, en la cocina, quedose su madre entristecida. Miraba, fija y consternada, una vieja foto con su hijo recién nacido. Pequeñas lágrimas se resbalaban hacía el recuerdo (o el olvido). Y entre sollozos, murmuró "devuélvemelo, devuélvemelo...".

Tuhnaer


7 de septiembre de 2014

De amor y desencuentros

I
Hoy, te extrañé de cerca
y no supe qué decir
y mi alma enmudeció
y lejos te vi partir
hoy, mi mente fue terca
más tímida y tramposa
si bien no te estreché
fue por la inercia mentirosa
te diría que huyas
para escapar ileso
pero de nada sirve
si de tus besos soy preso
la indecisión es suelo
si me abrazo al vacío
si reposo en tu reloj
esperando el calor
o el frío.


II
Yo te ataco con mi tinta
por despecho de la ausencia
de tus ojos que no me miran.

Muero lentamente.

¿Torturarás acaso los fríos días,
los vientos rosas, mi mano en alto?
Estoy a un suspiro, a un decibel
y si estiras tu afán, tocarás mi piel.

Pero no. 

Te ocultas entre paredes, 
temerosa del veneno.  
Fugaz y desconsolado, 
sin más desaparezco. 
Ahora soy el hueco silencioso, 
simple humo insurrecto.

Elías Roth

(...)

Yo asesiné a Thor, y enterré su delirante ego bajo los desechos de sus dudas.
Yo asesiné a Thor, y lo hice porque lo noté miedoso, débil, de llama muda.
Yo asesiné a Thor, y lo destruí a punta de hachazos y gritos.
Vi cómo cayó el rígido árbol, sin música ceremonial ni lúgubre rito.
(Y me reí / sentí una deliciosa alegría.)
Yo asesiné a Thor, lo confieso. Y de nuevo lo haría si tengo la suerte ocasión.
Yo lo asesiné, sí, y ahora disfruto el momentáneo y calmo vacío.
¡Yo asesiné a Thor, y ya me deleito con el sol que calienta mi cuerpo desnudo!
¡Vivo sin sombras! ¡Vivo sin patrón!
Yo asesiné a Thor, y el pecho se me infla de orgullo.
Yo asesiné a Thor. Y Thor yace ahora muerto bajo mis pies.

En la radio, bailan unas embarulladas percusiones.
Y yo, al compás salto, machaco, pateo y le escupo al apagado fiambre.
Para que quizás cuando vuelva, Thor haya olvidado las afiladas palabras.
(erguido / lejano  / desierto)

Inkógnito 

El bufón

El agua no corre, el viento no fluye, el fuego no baila, la tierra no brota.
La duda, vertiginosa, se entromete en la quietud del ser hasta el punto de quebrar los cristales impávidos. Todos, boquiabiertos, lo apuntan.
“¡Esos ojos resecos delatan los duelos de anoche compañero! ¿Acaso has escrito con lágrimas tu presente?”, corean al unísono los desvergonzados.
Y él, inmóvil. Sin voz ni ley.
Lo único que mana rítmicamente en él, sin trabas ni contenciones, son las chispas sutiles (y no tan sutiles) de pensamientos violáceos. Juicios, veredictos, resoluciones, dictámenes, procesos, litigios, pleitos. Y en eso, se pregunta enmudecido, si será lucidez ese inherente discernir permanente. Sin tanto esfuerzo, la consideración personal tiende hacia un insolente trastorno. Algo de por aquí huele mal.
“Manga de idiotas mentirosos, cínicos. Embuste tras embuste dentro de la máquina. La puta maquillada realidad. Pero nada he de alegar, no hay derecho si de todas las pinturas, el más revestido soy yo. Yo, cargando mi disfraz cotidiano: mi sonrisa opulenta, mi fingido tranquilo andar. Oculto entre anonimatos y falsos nombres grito a toda voz / toda que se convierte en media / media, que a medida, se apaga. Aconsejaría que nadie escuche a este deprimido bufón, pero tal vez la iniciativa ya se tomó. Sin embargo, si aún prestan atención a mis palabras, escuchen cautos: ¡¡NO PRESTEN OÍDOS A ESTE ABOLLADO BUFÓN!!”
***
Las manos sudorosas. Los dedos temblando. El pulso, progresivamente, se agita. El corazón busca escapar. Las sienes, descontroladas. Pies débiles. Espalda encogida, brazos a la deriva. El pecho no se infla, el plexo se enfría. El cuello no logra sostener el tronco inerte.
El cuerpo cae sobre su propio peso. Silencio (exterior) sacramental.
Adentro, todo en marcha. A todo máquina, a toda velocidad. Bla, bla, bla, bla. Viejos (y falsos) filósofos hablando de inciertas soluciones. La temperatura aumenta significativamente. Suspiros de frenesí y zapateos endemoniados.
Los ojos, abiertos, no pueden mirar sus espaldas. No pueden calmar la necia marejada, la tonta, la inútil, la inane. 
Incoherentes son, entonces, estos momentos de algarabía.

(El único refugio permanece como el mismo problema.)

Thor  

Me alquilo para soñar

A las nueve de la mañana, mientras desayunábamos en la terraza del Habana Riviera, un tremendo golpe de mar a pleno sol levantó en vilo varios automóviles que pasaban por la avenida del malecón, o que estaban estacionados en la acera, y uno quedó incrustado en un flanco del hotel. Fue como una explosión de dinamita que sembró el pánico en los veinte pisos del edificio y convirtió en polvo el vitral del vestíbulo. Los numerosos turistas que se encontraban en la sala de espera fueron lanzados por los aires junto con los muebles, y algunos quedaron heridos por la granizada de vidrio. Tuvo que ser un maretazo colosal, pues entre la muralla del malecón y el hotel hay una amplia avenida de ida y vuelta, así que la ola saltó por encima de ella y todavía le quedó bastante fuerza para desmigajar el vitral.
Los alegres voluntarios cubanos, con la ayuda de los bomberos, recogieron los destrozos en menos de seis horas, clausuraron la puerta del mar y habilitaron otra, y todo volvió a estar en orden. Por la mañana no se había ocupado nadie del automóvil incrustado en el muro, pues se pensaba que era uno de los estacionados en la acera. Pero cuando la grúa lo sacó de la tronera descubrieron el cadáver de una mujer amarrada en el asiento del conductor con el cinturón de seguridad. El golpe fue tan brutal que no le quedó un hueso entero. Tenía el rostro desbaratado, los botines descosidos y la ropa en piltrafas, y un anillo de oro en forma de serpiente con ojos de esmeraldas. La policía estableció que era el ama de llaves de los nuevos embajadores de Portugal. En efecto, había llegado con ellos a La Habana quince días antes, y había salido esa mañana para el mercado manejando un automóvil nuevo. Su nombre no me dijo nada cuando leí la noticia en los periódicos, pero en cambio quedé intrigado por el anillo en forma de serpiente y ojos de esmeraldas. No pude averiguar, sin embargo, en qué dedo lo usaba.
Era un dato decisivo, porque temí que fuera una mujer inolvidable cuyo nombre verdadero no supe jamás, que usaba un anillo igual en el índice derecho, lo cual era más insólito aún en aquel tíempo. La había conocido treinta y cuatro años antes en Viena, comiendo salchichas con papas hervidas y bebiendo cerveza de barril en una taberna de estudiantes latinos. Yo había llegado de Roma esa manana, y aún recuerdo mi impresión inmediata por su espléndida pechuga de soprano, sus lánguidas colas de zorros en el cuello del abrigo y aquel anillo egipcio en forma de serpiente. Me pareció que era la única austríaca en el largo mesón de madera, por el castellano primario que hablaba sin respirar con un acento de quincallería. Pero no, había nacido en Colombia y se había ido a Austria entre las dos guerras, casi niña, a estudiar música y canto. En aquel momento andaba por los treinta años mal llevados, pues nunca debió ser bella y había empezado a envejecer antes de tiempo. Pero en cambio era un ser humano encantador. Y también uno de los más temibles.
Viena era todavía una antigua ciudad imperial, cuya posición geográfica entre los dos mundos irreconciliables que dejó la Segunda Guerra había acabado de convertirla en un paraíso, del mercado negro y el espionaje mundial. No hubiera podido imaginarme un ámbito más adecuado para aquella compatriota fugitiva que seguía comiendo en la taberna estudiantil de la esquina sólo por fidelidad a su origen, pues tenía recursos de sobra para comprarla de contado con todos sus comensales dentro. Nunca dijo su verdadero nombre, pues siempre la conocimos con el trabalenguas germánico que le inventaron los estudiantes latinos de Viena: Frau Frida. Apenas me la habían pesentado cuando incurrí en la impertinencia feliz de preguntarle cómo había hecho para implantarse de tal modo en aquel mundo tan distante y distinto de sus riscos de vientos del Quindío, y ella me contestó con un golpe:
—Me alquilo para soñar.
En realidad, era su único oficio. Había sido la tercera de los once hijos de un próspero tendero del antiguo Caldas, y desde que aprendió a hablar instauró en la casa la buena costumbre de contar los sueños en ayunas, que es la hora en que se conservan más puras sus virtudes premonitorias. A los siete años soñó que uno de sus hermanos era arrastrado por un torrente. La madre, por pura superstición religiosa, le prohibió al niño lo que más te gustaba, que era bañarse en la quebrada. Pero Frau Frida tenía ya un sistema propio de vaticinos.
—Lo que ese sueño significa —dijo— no es que se vaya a ahogar, sino que no debe comer dulces.
La sola interpretación parecía una infamia, cuando era para un niño de cinco anos que no podía vivir sin sus golosinas dominicales. La madre, ya convencida de las virtudes adivinatorias de la hija, hizo respetar la advertencia con mano dura. Pero al primer descuido suyo el niño se atraganto con una canica de caramelo que se estaba comiendo a escondidas, y no fue posible salvarlo.
Frau Frida no había pensado que aquella facultad pudiera ser un oficio, hasta que la vida la agarró por el cuello en los crueles inviernos de Viena. Entonces tocó para pedir empleo en la primera casa que le gustó para vivir, y cuando le preguntaron qué sabía hacer, ella sólo dijo la verdad: “Sueño”. Le bastó con una breve explicación a la dueña de casa para ser aceptada, con un sueldo apenas suficiente para los gastos menudos, pero con un buen cuarto y las tres comidas. Sobre todo el desayuno, que era el momento en que la familia se sentaba a conocer el destino inmediato de cada uno de sus miembros: el padre, que era un rentista refinado; la madre, una mujer alegre y apasionada de la música de cámara romántica, y dos niños de once y nueve años. Todos eran religiosos, y por lo mismo propensos a las supersticiones arcaicas, y recibieron encantados a Frau Frida con el único compromiso de descifrar el destino diario de la familia a través de los sueños.
Lo hizo bien y por mucho tiempo, sobre todo en los años de la guerra, cuando la realidad fue más siniestra que las pesadillas. Sólo ella podía decidir a la hora del desayuno lo que cada quien debía hacer aquel día, y cómo debía hacerlo, hasta que sus pronósticos terminaron por ser la única autoridad en la casa. Su dominio sobre la familia fue absoluto: aun el suspiro más tenue era por orden suya. Por los días en que estuve en Viena acababa de morir el dueño de casa, y había tenido la elegancia de legarle a ella una parte de sus rentas, con la única condición de que siguiera soñando para la familia hasta el fin de sus sueños.
Estuve en Viena más de un mes, compartiendo las estrecheces de los estudiantes, mientras esperaba un dinero que nunca llegó. Las visitas imprevistas y generosas de Frau Frida en la taberna eran entonces como fiestas en nuestro régimen de penurias. Una de esas noches, en la euforia de la cerveza, me habló al oído con una convicción que no permitía ninguna pérdida de tiempo.
—He venido sólo para decirte que anoche tuve un sueño contigo —me dijo—. Debes irte enseguida y no volver a Viena en los próximos cinco años.
Su convicción era tan real, que esa misma noche me embarcó en el último tren para Roma. Yo, por mi parte, quedé tan sugestionado, que desde entonces me he considerado sobreviviente de un desastre que nunca conocí. Todavía no he vuelto a Viena.
Antes del desastre de La Habana había visto a Frau Frida en Barcelona, de una manera tan inesperada y casual que me pareció misteriosa. Fue el día en que Pablo Neruda pisó tierra española por primera vez desde la Guerra Civil, en la escala de un lento viaje por mar hacia Valparaíso. Pasó con nosotros una mañana de caza mayor en las librerías de viejo, y en Porter compró un libro antiguo, descuadernado y marchito, por el cual pagó lo quehubiera sido su sueldo de dos meses en el consulado de Rangún. Se movía por entre la gente como un elefante inválido, con un interés infantil en el mecanismo interno de cada cosa, pues el mundo te parecía un inmenso juguete de cuerda con el cual se inventaba la vida.
No he conocido a nadie más parecido a la idea que uno tiene de un Papa renacentista: glotón y refinado. Aun, contra su voluntad, siempre era él quien presidía la mesa. Matilde, su esposa, le ponía un babero que parecía más de peluquería que de comedor, pero era la única manera de impedir —que se bañara en salsas. Aquel día en Carvalleiras fue ejemplar. Se comió tres langostas enteras descuartizándolas con una maestría de cirujano, y al mismo tiempo devoraba con la vista los platos de todos, e iba picando un poco de cada uno, con un deleite que contagiaba las ganas de comer: las almejas de Galicia, los percebes del Cantábrico, las cigalas de Alicante, lasespardenyas de la Costa Brava. Mientras tanto, como los franceses, sólo hablaba de otras exquisiteces de cocina, y en especial de los mariscos prehistóricos de Chile que llevaba en el corazón. De pronto dejó de comer, afinó sus antenas de bogavante, Y me dijo en voz muy baja:
—Hay alguien detrás de mí que no deja de mirarme.
Miré por encima de su hombro, y así era. A sus espaldas, tres mesas más allá, una mujer impávida con un anticuado sombrero de fieltro y una bufanda morada masticaba despacio con los ojos fijos en él. La reconocí en el acto. Estaba envejecida y gorda, pero era ella, con el anillo de serpiente en el índice.
Viajaba desde Nápoles en el mismo barco que los Neruda, pero no se habían visto a bordo. La invitamos a tomar el café en nuestra mesa, y la induje a hablar de sus sueños para sorprender al poeta. Él no le hizo caso, pues planteó desde el principio que no creía en adivinaciones de sueños.
—Sólo la poesía es clarividente —dijo.
Después del almuerzo, en el inevitable paseo por las Ramblas, me retrasé a propósito con Frau Frida para refrescar nuestros recuerdos sin oídos ajenos. —Me contó que había vendido sus propiedades de Austria y vivía retirada en Porto, Portugal, en una casa que describió como un castillo falso sobre una colina desde donde se veía todo el océano hasta las Américas. Aunque no lo dijera, en su conversación quedaba claro que de sueño en sueño había terminado por apoderarse de la fortuna de sus inefables patrones de Viena. No me impresionó, sin embargo, porque siempre había pensado que sus sueños no eran más que una artimaña para vivir. Y se lo dije.
Ella soltó su carcajada irresistible. “Sigues tan atrevido como siempre”, me dijo. Y no dijo más, porque el resto del grupo se había detenido a esperar que Neruda acabara de hablar en jerga chilena con los loros de la Rambla de los Pájaros. Cuando reanudamos la charla, Frau Frida había cambiado de tema.
—A propósito —me dijo—: Ya puedes volver a Viena.
Sólo entonces caí en la cuenta de que habían transcurrido trece años desde que nos conocimos.
—Aun si tus sueños son falsos, jamás volveré —le dije. Por si acaso.
A las tres nos separamos de ella para acompañar a Neruda a su siesta sagrada. La hizo en nuestra casa, después de unos preparativos solemnes que de algún modo recordaban la ceremonia del té en el Japón. Había que abrir unas ventanas y cerrar otras para que hubiera el grado de calor exacto y una cierta clase de luz en cierta dirección, y un silencio absoluto. Neruda se durmió al instante, y despertó diez minutos después, como los niños, cuando menos pensábamos. Apareció en la sala restaurado y con el monograma de la almohada impreso en la mejilla.
—Soñé con esa mujer que sueña —dijo. Matilde quiso que le contara el sueño.
—Soñé que ella estaba soñando conmigo —dijo él.
—Eso es de Borges —le dije. Él me miró desencantado. —¿Ya está escrito?
—Si no está escrito se va a escribir alguna vez —le dije . Será uno de sus laberintos.
Tan pronto como subió a bordo, a las seis de la tarde, Neruda se despidió de nosotros, se sentó en una mesa apartada, y empezó a escribir versos fluidos con la pluma de tinta verde con que dibujaba flores y peces y pájaros en las dedicatorias de sus libros. A la primera advertencia del buque buscamos a Frau Frida, y al fin la encontramos en la cubierta de turistas cuando ya nos íbamos sin despedirnos. También ella acababa de despertar de la siesta.
—Soñé con el poeta —nos dijo.
Asombrado, le pedí que me contara el sueño.
—Soñé que él estaba soñando conmigo —dijo, y mi cara de asombro la confundió— ¿Qué quieres? A veces, entre tantos sueños, se nos cuela uno que no tiene nada que ver con la vida real.
No volví a verla ni a preguntarme por ella hasta que supe del anillo en forma de culebra de la mujer que murió en el naufragio del Hotel Riviera. Así que no resistí la tentación de hacerle preguntas al embajador portugués cuando coincidimos, meses después, en una recepción diplomática. El embajador me habló de ella con un gran entusiasmo y una enorme admiración. “No se imagina lo extraordinaria que era”, me dijo. “Usted no habría resistido la tentación de escribir un cuento sobre ella”. Y prosiguió en el mismo tono, con detalles sorprendentes, pero sin una pista. que me permitiera una conclusión final.
—En concreto —le precisé por fin—: ¿qué hacía?
—Nada —me dijo él, con un cierto desencanto—. Soñaba.

Marzo 1980.
(Cuento de "Doce cuentos peregrinos"
Gabriel García Márquez 

4 de septiembre de 2014

3 de septiembre de 2014

Vestido

Brota la sangre,
desmedida, 
que bombea su pecho, 
y que ve la luz, 
en su fragil boca. 

Su vestido como estandarte, 
de una sociedad hundida, 
que se entromete con su lecho, 
su vestido manchado, 
de su sangre antes viva. 

El/la pobre travesti, 
pensaba que podría, 
exponer su ser, 
con tamaña porfía. 
No creía que la sociedad,
Matarlo, lo haría.

Tempi

Silencio

Rostros que no se ven
de humanos que no veré
cuando ando en tren.
Hoy día marché
entre sombras y entré
a un vacío
que por fe
susurra
un dios que no se ve.
Comunión y reunión
de la soledad
en el vagón
vagón vagón vagón….
ANESTESIA
Por minutos
estas sin estar
estamos y no estamos
somos vecinos
y somos extraños
por minutos
el frío me hace recordar
mas que nunca
el calor de tus brazos
el calor de tus labios

el calor de tu ano.
TE AMO.

Isabel 

(Re)parto

Hace un rato ya, era asfixiante la cantidad de pensamientos que atormentaban al pobre coronel. Era doloroso ver el proceso lento y progresivo en el cual su mente se iba sobrecargando de ácidos cuestionamientos y finalmente hundiéndose en sí mismo. Un completo autoexamen existencial a toda hora, en todo lugar, en cualquier balance.
La cosa iba para mal y todos lo intuían, ese desajuste o irregularidad entre dos energías, como el choque de dos placas tectónicas que liberan un sinfín de tensión comprimida por años. Pero nadie dijo nada, sólo algunos quedaron atentos.
El coronel decaía. Había tardes en que llegaba desintonizado, como si estuviera sumergido en un profundo sueño del cual no estaba capacitado para despertar cuando en realidad estaba frente a meras cotidianidades, ya sea adiestrando al pelotón o cenando en el casino general. Cuando “volvía” a su rutinaria lucidez se disculpaba mencionando el mal sueño o problemas en la casa. Otros días, era irascible, parecía que venía de una mala racha y la paciencia se le había colmado. Se enfadada a cualquier provocación o molestia mínima y rápidamente le gritaba al primero que se le cruzase y a todos.
Esta “enfermedad” que tuvo al coronel durante varios meses entre altos y bajos no pasó inadvertida. La gente, chismosa, comenzó a susurrar y comentar que el coronel había perdido la razón, que el coronel estaba loco, que las cruces del pasado le comenzaron a pesar, que el coronel había bebido un veneno y ahora su alma estaba en manos del diablo. En fin, rumores y más rumores.
Lo peor era que algo de todo eso, era cierto. El coronel sí estaba perdiendo poco a poco su equilibrio emocional y se mostraba cada vez más sensible a los ataques de su memoria. El coronel siempre fue un hombre solitario que no pudo nunca desahogarse o llorar sus penas en algún hombro ajeno y ahora, simplemente deliraba en su tristeza sin ningún consuelo.

(...)

Las montañas y los árboles fueron su oído. Los únicos en escuchar sus desgarradores gritos de desahogo. El río solamente seguía su propio curso, no tenía tiempo para preocuparse de humanos en disparates. Pero aun así, con su ritmo y canto personal, lo acompañaba en la lejanía, como un arrurú de tranquilidad externa natural. El eco retumbaba en las laderas de los cerros creando un ritual liberador. Clamores, viento, tambores, silencio. 
El coronel, en ese momento, estaba viviendo una regeneración, algo así como un segundo nacimiento. Expulsó, vomitó y derramó las heridas del alma y lo impuro que tenía en el cuerpo. Quedó vacío. Se sentía como un feto acurrucado en el útero maternal, carente de cualquier perversión ajena a su inocencia. Cuando alzó la vista, la luz le afectó sus ojos. Todo raramente había aumentado su brillo, lo primero que vio fue hermoso y conmovedor: era su madre. Se emocionó hasta las lágrimas de verse rodeado por tan envolvente paraje: los arbustos y matorrales habían formado un círculo en inclinación donde el sol se asomaba entre los dos grandes pinos del otro lado del río. En las piedras crecía un musgo de un verdor fulgurante y el agua traía consigo hojas viajeras desde lo alto de la cordillera. ¡Cuánta vida!
En sólo 5 minutos, el coronel había experimentado todo lo que equivalen a una vida de sentimientos. Su conciencia estaba revolucionada.
Antes de dar su primer paso, tomó aire lentamente y llenó sus pulmones. Y después de muchos meses, volvió a sonreír. Sólo que ahora era una nueva sonrisa, ya que era un nuevo hombre. El coronel había muerto y vuelto a nacer.

Thor "LeFou"

16-III

I

Su mente estaba frágil. Susceptible a cualquier estallido. Llevaba dos noches sin conciliar el sueño, sin poder sumergirse en el descanso tan necesario en el humano. Ya eran cuarenta y ocho horas en vela, se sentía débil y ausente.

En las horas que no durmió, los recuerdos de aquella última noche sureña lo asaltaron: la borrachez, la sonrisa que no se asomó en su pálido rostro, los vasos que alimentaron el hundimiento de su ego y la triste despedida: ese cálido abrazo que no lo calentó y aquellas sinceras palabras que se desprendieron de los labios de la mujer, las cuales no prestó atención. En ese momento de palabras, él observaba perdido el pendiente que colgaba en su oreja y le importaba una mierda las promesas y el futuro que se atisbaba, su corazón estaba confundido al no entender los mecanismos de cariño que ella utilizaba. De seguro lo quería, y mucho por lo demás, pero él no sabía cómo comportarse frente al amor, nadie nunca lo había querido y no tenía la mínima idea de cómo querer. Sentía que ella al enredarse entre sus brazos no necesitaba nada más en el mundo más que su compañía y eso lo ponía feliz, pero cuando él buscaba demostrarle algo importante o tan sólo insignificantes roces (que para él no eran tan insignificantes) y sólo encontraba su espalda y unos pasos al costado, enfurecía. “Ella sólo me utiliza –pensaba- me busca solamente cuando ella quiere cariño.” Y así pasaban los minutos nocturnos mientras iba rescatando pequeñas conclusiones acerca de pequeños comportamientos observados. Entrándole las dudas y dándole mil vueltas al asunto. No obstante, a pesar de todo lo malo que podía sacar en limpio, sabía que estaba equivocado, que estaba siendo un egoísta y un ciego, y que de alguna forma u otra debía aceptar las cosas como eran, que no podía exigir una relación utópica e ideal, si al fin y al cabo, por primera vez estaba intimando con el amor.

Todo este embrollo que se desarrollaba en las horas muertas del crepúsculo, no llegaban a desequilibrarlo emocionalmente, eran simplemente pensamientos y diálogos espontáneos que salían a relucir para llenar los espacios vacíos del tiempo. Lo que en realidad lo ofuscaba era otra cosa: desde su regreso a la ciudad el verdadero vacío lo había inundado. Nunca le había pesado tanto la soledad. El estómago estaba apretado y el cuerpo reaccionaba poco a poco frente a este inicuo estrés. Caminaba sin ánimos por las calles, sin poder detener la mirada en algo que lo entusiasmara, arrastraba los pies y sus hombros le incomodaban. Al llegar a su casa, la cuestión no mejoraba, se sentía enjaulado, como un león en un zoológico donde los niños se acercan para gritar y apuntar y reír y no entender la condena ni el sufrimiento que padece el animal. Se movía lentamente a través de los pasillos de la casa, los mismos pasillos que lo vieron crecer y que ahora lo veían cabizbajo y como muerto en vida. Su familia también notaba el evidente desgano y al preguntarle, él solía derivar las razones al cansancio o al sueño, que tampoco eran mentiras, sino sólo disfraces.

Se refugió en su cama que ya no era suya, y fingía estar dormido cuando alguien se acercaba. Era un muñeco de trapo viviendo en la inercia, anhelando el pasar del tiempo lo más rápido posible pero sin saber para qué.

Su mente estaba frágil, susceptible a cualquier estallido.

Desconocía toda iniciativa, no aguantaba la ciudad pero tampoco quería volver al sur. La incertidumbre misma. El miedo. Y lloraba, derramaba infinitos ríos que mojaban su almohada. Para él, el presente se había transformado en un irremediable fallo.

Anónimo 

V.

Tú, flor silvestre, musa del pasado
Dime cómo amar, si yo nunca he amado.
Ven junto a mí y estrecha tu cuerpo hacia el mío,
Que nuestras miradas quiebren, el tímido vacío.

Acaricia mi alma, roza mi rosa
Fugaz bailarás, tal cual mariposa.
Ya si de la vida, buscas escapar
Surquemos juntos, este incierto mar.

Más será mi desdicha si sola te vas,
¿En el olvido, me estacionarás?
Lejano e incompleto yo viviría,

Por no robarte el beso mientras llovía.
¡Oh gitana! Serpiente cazadora,
Sabes tú, ¿si acaso la piedra llora?

Elías Roth

El otro carrito

El Kevin se pone siempre en la misma esquina, Bellavista es un lugar prendido así que le va bien. Lleva en su carrito un pote con mostaza y otro con kétchup, acompañando las sagradas frituras que son el salvavidas de cualquier borracho a la deriva. El veinteañero se mueve con cuidado y anda siempre alerta con los pacos, se conoce todas las movidas y a todos los que trabajan en su rubro. El Matías y la Nicole son sus amigos de infancia y compañeros de venta fuera del carro. Hay noches buenas y malas, o muy malas, en donde el Kevin solo consigue vender sopaipillas.

N.G.

Como el disparo de mi cámara

Mi nombre es Rodrigo, soy chileno y tengo 19 años de edad.
Hace algún tiempo tuve que abandonar mi país, mudarme muy lejos, ya que mi madre fue detenida durante la represión militar. Supe la historia de un golpe y sentí en mi cabeza cristales molidos.
He aprendido mucho en Norteamérica, me he percatado de la precaria situación de mi continente, de mi pueblo y de mis hermanos latinos. Una fuerza indomable se levanta en mí, nadie tendrá el coraje para detener mi vuelo.
Hoy con mucho esfuerzo he juntado los recursos para volver a mi querido país, ese que me vio nacer un 7 de marzo de 1967 en Valparaíso. Llevo en mi mochila un par de cosas, dos cámaras fotográficas y mi anhelo más preciado, relatar al mundo entero, a través de imágenes, la triste realidad que acongoja a mi Chile.
He llegado a Lima, Perú, pronto visitaré a mi abuelo en Arica, el viejo me ha de extrañar un montón. Quiero darle una sorpresa que nunca olvidará…
No tengo miedo de disparar mis fotos, son como estrellas fugaces que vi de niño, como destellos que quedarán en mi mente y en mis manos. No temo retratar lo que ocurre, mi valentía me hace mucho más grande que aquellos uniformados con fusiles. Sé que poseo un arma superior, mi cámara, mi sueño.
No dudo en alzar la voz para guiar al compañero desorientado, al pobre agobiado por el profundo miedo que infunde un rostro lleno de ira que porta en sus manos la bandera de exterminio. ¡Oh! que rabia siento al oír que la gente oculta sus domicilios por miedo a la persecución, pronto me escucharán, me observarán, me seguirán…
Es el día 2 de julio de 1986, escucho voces que dicen que lo peor ya pasó, que pronto vendrán nuevos aires, pero esos aires los construyo yo y mi gente, no cesaremos de protestar, no dejaremos de luchar por la justicia y la verdad, tal como lo hiciera Guevara.
Son las 8 de la mañana, voy caminando junto a mis amigos y mi entrañable compañera, mi amante, Carmen Gloria. Juntos seremos el cambio, la luz de la llama libertaria arderá como un rojo amanecer, como la victoria de toda nuestra lucha. Me acompaña mi fiel cámara, en ella van todos mis recuerdos desde que regresé a mi país, desde que descubrí mi misión en esta vida.
Una patrulla militar nos sigue muy de cerca, ha logrado dispersar a los demás. Junto a Carmen Gloria corremos, intentamos zafar, pero nos han capturado, no sé donde nos llevan. Hombres altaneros y descontrolados nos gritan, nos insultan, estamos atrapados acá adentro, no veo nada, solo sé que subieron con nosotros los elementos incendiarios que usaríamos para la barricada.
Nos bajan del retén a patadas, nos dan golpes con fusiles que rompen mis extremidades, mientras lloro y grito algo de piedad para Carmen. Son golpes que calan los huesos, que destruyen el ímpetu, que ahogan el grito de libertad…
Tendido en el suelo con mi cara ensangrentada miro a Carmen, ella se ve destruida, es como si secaran el sereno mar que rompe en las orillas de mi ciudad natal, eso me revienta el corazón, ya me debe quedar poco.
No sé qué hora es, que día, ni donde estoy. Tampoco tengo la certeza de que los que empiezan a rociarnos de pies a cabeza con combustible inflamable, sean seres humanos.
El fuego arde en el rostro de mi compañera e irrumpe en mi piel, en mis pulmones y entrañas, siento como desgarra mis órganos de a poco, como va agotando mis fuerzas para seguir.
No creo en el odio, creo en un despertar, creo en mis ideales, creo en mis amistades infranqueables, confío en mis deseos de revolución, en el amor que me ha enseñado mi madre y en la esencia de mi pasión, la fotografía.
Hoy mi alma vuela lejos, como el disparo de mi cámara…
El teniente Pedro Enrique Fernández Dittus, jefe de la patrulla militar, ordenó que los cuerpos humeantes fueran cubiertos con frazadas y subidos a uno de sus vehículos. Posteriormente, fueron lanzados en una acequia de las afueras de Santiago, en el sector rural de Quilicura. Fueron encontrados por efectivos policiales y trasladados de urgencia a la Posta Central. El 6 de julio, Rodrigo Rojas De Negri muere a causa de las quemaduras mortales en su cuerpo, Carmen Gloria Quintana sobrevive con quemaduras de alto grado en su rostro. 
En memoria de Rodrigo Rojas De Negri, ejecutado durante la dictadura de Augusto Pinochet.

N.G.

Extracto de "Madame Bovary" de Gustave Flaubert

"Pero la cosa ya no tenía arreglo. Ocho días más tarde, cuando estaba tendiendo la ropa blanca en el patio, tuvo un vómito de sangre. Al día siguiente, cuando Charles estaba a punto de correr las cortinas de la ventana de espaldas a su mujer, ella dijo: "¡Ay, Dios mío", lanzó un suspiro y perdió el conocimiento. ¡Qué cosa más sorprendente! Resulta que estaba muerta.

Al salir del cementerio, cuando ya había concluido todo, Charles regresó a su casa. No había nadie en la planta baja. Subió al piso de arriba. En su cuarto vio un vestido de ella colgado al pie de la cama. Se apoyó contra el escritorio y se quedó allí hasta que se hizo de noche, sumido en un doloroso ensimismamiento. Ella a fin de cuentas, le había querido."

Extracto de "Cuatro años a bordo de mí mismo" de Eduardo Zalamea Borda

"Me aburría profundamente y concienzudamente en esa corta ciudad, leyendo libros estúpidos y acaramelados de Ricardo León, Jorge Ohnet y Henri Bordeaux. No llegaban libros de otros autores y todos los ciudadanos se creían grandes poetas y literatos. La ciudad era pintoresca, a pesar de todo. Resultaba maravillosa como espectáculo. Pero no existe un espectáculo tan decididamente divertido que pueda curar el aburrimiento perenne. Y un día resolví irme. Sin saber para dónde. Un abuelo mío había sido pirata. Un abuelo o un bisabuelo. No lo recuerdo exactamente. Yo no sabía para dónde irme. Pero eso no importaba. Lo único necesario era salir de allí.
Y por fin llegó la mañana de aquél lejano día de enero que debía ser el de mi viaje. Comencé a despedirme de la ciudad, como si no hubiera de volver nunca. Crecía en mí la certidumbre de la ausencia y se me alargaban las perspectivas de la distancia que habría de separarme de la ciudad. Cada minuto que pasó de aquel día, me dejó recuerdos de años. Lo remoto, lo desconocido, lo distante, adquirían frente a mi pensamiento -anticipo de lo que había de dejar más tarde y para siempre la retina- aspectos sorprendentes. Y en todos los instantes de aquel día -que para mí no tuvo color- se agolparon paisajes que había de mirar más tarde. Nacieron entonces rostros que eran en ese tiempo, más jóvenes que cuando los vi en carne, y esbozáronse sensaciones que experimenté después."

Defensa del árbol

Por qué te entregas a esa piedra
Niño de ojos almendrados
Con el impuro pensamiento
De derramarla contra el árbol.
Quien no hace nunca daño a nadie
No se merece tan mal trato.
Ya sea sauce pensativo
Ya melancólico naranjo
Debe ser siempre por el hombre
Bien distinguido y respetado:
Niño perverso que lo hiera
Hiere a su padre y a su hermano.
Yo no comprendo, francamente,
Cómo es posible que un muchacho
Tenga este gesto tan indigno
Siendo tan rubio y delicado.
Seguramente que tu madre
No sabe el cuervo que ha criado,
Te cree un hombre verdadero,
Yo pienso todo lo contrario:
Creo que no hay en todo Chile
Niño tan malintencionado.
¡Por qué te entregas a esa piedra
Como a un puñal envenenado,
Tú que comprendes claramente
La gran persona que es el árbol!
El da la fruta deleitosa
Más que la leche, más que el nardo;
Leña de oro en el invierno,
Sombra de plata en el verano
Y, lo que es más que todo junto,
Crea los vientos y los pájaros.
Piénsalo bien y reconoce
Que no hay amigo como el árbol,
Adonde quiera que te vuelvas
Siempre lo encuentras a tu lado,
Vayas pisando tierra firme
O móvil mar alborotado,
Estés meciéndote en la cuna
O bien un día agonizando,
Más fiel que el vidrio del espejo
Y más sumiso que un esclavo.
Medita un poco lo que haces
Mira que Dios te está mirando,
Ruega al Señor que te perdone
De tan gravísimo pecado
Y nunca más la piedra ingrata
Salga silbando de tu mano.

Nicanor Parra 

1 de septiembre de 2014

Busco paz

El presentimiento da un gran paso.
Deja el pasado, cambia el camino,
pero aún así hay un gran trazo
que marca en el habla
la sensación de estar perdido.

Toma el tiempo y lo sacude.
Se queda estático
pues no es él quien sube,
si no quien te recuerda que aún hay nubes
que bajo el viento de tu aletazo
se despeja y deja un cielo raso.

Mejor saluden,
que llega el sol que hace que suden
la esencia misma que es la vida.
Compartir un tema de melodía fría,
pues no importa el verso
si no lo que se piensa en la sangría.

Vuelvo donde la música dio un bostezo,
cuando me saludaste al medio día,
para no rellenarlo con un beso
si no con palabras de poesía.


Lak Ant