De todas formas ella sabía que a ese cuerpo le faltaba intento, intento de cautivar con algo más que un café. Nunca lo barato fue con ella, solo la vida de puta, pero en su fuero capturaba conceptos para tirarlos sobre el colchón, de forma suelta y encendida… Saber explotar en aquel punto donde la libertad y el libertinaje la sujetaban y apretaban, levantar más absurdo que semen…todo eso, de vasta mierda es pura poesía que se tragaba día a día para tatuarse un libro en piel y fingir ser culta ante sus propios espejos. Todos los días un indigente le tendía un café, le decía cosas paternales, porque claro, era su padre, aunque ellos no lo supieran. Todos los días ella y él se embriagaban en sus ocios podridos, en sus latentes expectaciones, en sus rostros infinitos y sin mirar. Cada día, se amaron, aunque amaran abstracciones del amor, cada día, hasta la muerte de él, se desearon, hasta que producto de una balacera, aquel hombre de 54 años cayera tendido en la esquina sur de la plaza más grande… En este momento, el teatro entro en llanto, después de una barata representación de un actor pudoroso y una actriz libidinosa. Los jóvenes de galería fueron los primeros en salir, comentando de justicia e injusticia, de valor y de porquerías sin valor, de vida, de fe… sin notar las dos figuras que se encontraban divagando en una esquina del teatro sur de la plaza más grande.
Viviana Arias
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