4 de julio de 2014

El extremo

1.-
Desperté una noche en Santiago. Aún no recuerdo cuándo me quedé dormido ni el día en que llegué a esta ciudad. Tampoco sé muy bien de dónde vengo. Sé quién soy, o creo saberlo. En mi casa ya estaban todos despiertos, aunque a algunos los mecía el sueño de vez en cuando, en ciertas horas de flaqueza. Pero a fin de cuentas ya se habían despertado, y eso era lo que importaba. Yo, en cambio, fui el último en hacerlo, aunque siento que mi vigilia será tenaz y definitiva, a diferencia de las otras.

Alguien toca la puerta.  Es el vecino y viene a pedirnos ayuda porque su perro se ha escapado. Mi padre lo hace pasar al mismo tiempo que sale él a la calle a ver, inútilmente, si es que el perro podía aparecer. Quizás él también quería escapar.

Entonces, habiéndome recién levantado, acabo topándome con el vecino en el umbral de la sala de estar. Me saluda afectuosamente, como siempre. Pero yo no respondo de la misma manera; hoy me parece irreconocible, lo veo de otra forma, como si recién ahora pudiera distinguir cada arruga e imperfección en su rostro, con cierto escrutinio pesimista y hostil de mi parte. Es por eso que me queda mirando con ojos inquietados (aparte de la causa que lo traía hasta mi casa), con su mano estirada y una sonrisa aún vigente. Falsa, pero vigente. 

Luego me incorporé:

- ¿Cómo estás?, disimulé (o al menos creí hacerlo).
- Bueno…  aquí medio preocupado por lo del perro. ¿Te pasa algo?

Mi silencio se vio quebrado por la voz atolondrada de mi madre.

2.-
Hace un par de días que no puedo quedarme dormido, pero debe ser por el aparente desfase que tengo. Mi vigilia sí ha resultado ser tenaz pero ahora, sin embargo, siento náuseas. No tengo hambre, ni mucho menos sueño. Pero creo que necesito dormir, para despejarme un poco. O abstraerme, más bien. Algo breve y ligero eso sí, no vaya a ser que se me pase la vida nuevamente. Estar tanto tiempo despierto es irritante y creo pasar más tiempo con el ceño fruncido. La desesperación aun no me toca, pero por cómo van las cosas…

¿Es música lo que oigo? Pareciera ser algo de Mahler. Impecable, por cierto.

Mahler… así se llama el perro extraviado de mi vecino, que en mis padres creyera haber encontrado el consuelo frente a su soledad. Aunque deseo que se marche, que se marche, que se marche. Bueno, a mis padres ya los empieza a vencer el sueño. Y una luz total va prosperando sobre sus rostros. ¿Estarán cayendo también?

3.-
Cinco días sin dormir y creo que esto ya llegó demasiado lejos. Soy más que irritable; “colérico”, según la gente. Y no sin razón: cada interpelación termina en mi furia, en peleas, en golpes tentativos. Ya no se me puede decir nada. Y me estoy odiando pero no lo puedo controlar, no me logro corregir. Es como si hace cinco días hubiera abierto los ojos y con ellos los poros por donde brota mi beligerancia. Soy hosco en mi propio hogar y el mundo me es insostenible, y él mismo me grita y me advierte sobre mi vida, sesgada en su visión de la realidad y absurdamente combativa. Como si tratara de debatir sabiendo que no tengo argumentos y que el otro sí los tiene. Pero qué estúpido, siempre tratando de tener la última palabra, por más etérea que fuese.

4.-
Me fui de mi casa. Supongo que las razones del porqué ya han sido explicadas.
“¿Te pasa algo?” Aquella pregunta aún circula por mi mente, pero ahora puedo responderla porque he podido, finalmente, quedarme dormido.

5.-
Qué tranquilidad: me he vuelto un ser más apacible, parecido al de siempre. Ahora tengo lucidez y calma frente a mis preocupaciones.
Qué inquietud: me he mirado al espejo y he vuelto a reconocer este rostro.

Nada ha cambiado pero ya nada es lo mismo que antes.


Chicha Ruidosa

No hay comentarios: