Yacía mi cuerpo sobre mi
respectiva cama.
Mi alma, somnolienta, fue quien de
seguro lo impulso a echarse en esta hora muerta de la tarde.
Mi figura hallábase recogida: mi
brazo izquierdo entre mis rodillas y mi mano derecha sosteniendo ligeramente mi
liviana cabeza.
No tardé en sumergirme en un no
tan profundo sueño. Me ubicaba extrañamente entre estas dos dimensiones
espacio-temporales tan aludidas socialmente: la onírica y la “realidad”
propiamente tal. En un comienzo, pequeñas escenas borrosas nacían y se
desvanecían en la imagen, inconexas y superfluas. Poco a poco, estas dichas escenas
emprendieron un cierto ascenso hacia lo tangible, es decir, que podía reconocer
con más claridad las situaciones y los contornos que delimitaban la
ilustración. Cuando súbitamente adquiría cierta conciencia de mi posición
dentro de estos mini sueños desvinculados, mis ojos inevitablemente se despabilaban
y me encontraba nuevamente en mi habitual pieza. Se volvió casi como un juego: aventurarme
en un mundo, hasta entonces, “irreal” y desconocido y tratar de tomar las
riendas de esta engañosa y virtual dimensión.
En un ya
estipulado ir y venir, me acordé de una enseñanza desprendida del libro de Carlos
Castaneda “Viaje a Ixtlán”. Decía Don Juan, un brujo yaqui, que para arreglar los sueños debía uno enfocar en
nuestras manos, los ojos y de tal manera renovar la energía y el poder
necesario para soñar lúcidamente. Ante tal espontánea rememoración, me zambullí
nuevamente en una alucinación presto a controlar mi narcosis. No demoré en
darme cuenta que una vez más estaba soñando y me apresuré en alejarme de la escena
que me envolvía y enfocar fijamente mis huesudas manos.
Una desgarradora vibración
advirtieron mis rodillas y mi mano. Mi cuerpo totalmente inmovilizado. Pensé
que era mi celular pero reparé de inmediato con la memoria que lo había dejado
sobre la mesa. Tres zumbidos y la oscilación subió a mi pecho. Mi corazón
quería escapar de su caja torácica. Me agité. Inmediatamente, mi mano derecha
se percató de un pulso incontrolado brotando de mi sien. Fondo negro o blanco,
no supe distinguir. Toda la pieza vibró, gritó y vivió. Un portazo seco y un
grito grave y profundo: “¡No!”. Definitivamente, desperté. Aún sin poder o
querer moverme. Las mantas sobre mi cabeza, mi conciencia dudosa. Moví
lentamente mi mano derecha y destape mi rostro. La luz afectó ligeramente mi visión. Me incorporé y “mierda” me dije o me grité. Otro mundo había atisbado.
Thor
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