Por debajo de la mesa, ella
acariciaba tierna e inocentemente su rodilla. Sus dedos eran suaves y
lentamente formaban pequeños círculos imaginarios que codificaban cósmicas señales
de amor. Ella lo miraba fijamente a sus ojos y con la otra mano rozaba su brazo
derecho para tener su atención gracias al cálido contacto.
Él la ignoraba sin querer. Tenía inconscientemente
su vista clavada en un intrascendente desajuste del tablero horizontal de la
mesa, que tenía en su centro (no-centro-realmente) un cuadrado de cerámica azul
mal pegado. Simplemente, un eslabón suelto dentro de una infinidad de mesas del
local sin ninguna importancia. Casi como en un acto de recogimiento, él había
depositado su vista en un punto fijo y se había vuelto a mirar sus espontáneos
y curiosos pensamientos.
Ella lo llamaba entre murmullos por
su nombre, sin embargo, él no lograba captar su afectuosa presencia. No tardó
mucho rato en molestarse y hasta en un momento, preocuparse. Resultaba extravagantemente
raro que no sintiera el peso de su mirada ni respondiese a sus ordinarias señales.
Él se hallaba lejos. Distante.
Había extrapolado su mente y su cuerpo, dejando este último totalmente
desarticulado y desactivado. Sus sentidos carecían de funcionalidad y digamos
que por un momento, su alma se apoderó del presente espacio-temporal dejando
inmovilizado a su gran máquina de juguete.
Allá arriba, ni siquiera se
escuchaban claras voces ni fuertes razonamientos. Era un griterío sin cesar. En
las grandes columnas de piedras, bailaban sin temor las musas de la locura en
un desorganizado blues. En la tarima, yacían susurrando los arcángeles y los
mensajeros, los leviatanes y los soldados, y las aves con los muertos. Volaban
soles, estrellas, hojas y frutas por los aires, haciendo de la imagen un
sensacional espectáculo. Por allá detrás, allá por los cerros, se alcanzaba
apreciar una diminuta silueta que agitaba sus manos al compás de la escena.
Ella lo sacudió
mientras le lanzaba su rápido y seco apelativo.
Él dio un leve brinco y volteó
violentamente su rostro.
Se miraron por primera vez a los
ojos.
Ella le preguntó si estaba bien.
Él le respondió naturalmente que
sí
Pero en realidad yo estaba
mintiendo maquinalmente.
Elias Roth
Elias Roth
No hay comentarios:
Publicar un comentario