“Muchos nacen, pero pocos logran vivir. Los muertos son, irónicamente, los que más temen a la muerte”
Esa mañana despertó, sin haber soñado nada, era un jueves más, o lunes, para él no había diferencia. Apagó el despertador (cuyo sonido odiaba, pero ¿qué más da?), se levantó y dio inicio a su día. A las siete de la mañana la luna seguía en el cielo, pero él no la vio, tampoco a los pájaros de aquel árbol afuera de su casa. El día anterior había llovido, y el aire estaba mejor que nunca, pero, ¿Cuándo se ha visto a un muerto respirar?
Estaba subiendo a su auto cuando vio a su vecino saliendo de su casa, lo saludó, le sonrió (él sonreía mucho, pero nunca sonreía), y subió su auto, aunque en lo ultimo que pensaba era en manejar. Por la vereda de una de las calles por las cuales manejaba todos los jueves, o todos los lunes, iba caminando una pareja, tomados de la mano, hablan de las maravillas que hacia la lluvia con el aire y de lo linda que se veía la luna a esa hora. El hombre se les quedo mirando y, sin saber muy bien porque, en un acto casi instintivo, apagó la radio y bajó la ventana, a lo mejor descubría porque estaban tan felices, pero lo único que escuchó fue el ruido de una bocina, a cada instante más fuerte, giró su cabeza hacia el parabrisas y vio un auto en dirección contraria a unos cuatro metros, y fue ahí, en ese segundo eterno, cuando supo que había llegado el momento que temió, e inconscientemente anheló, por mucho tiempo, pero ya no más. Sabía que no se iba a morir, que ya estaba muerto, que nunca vivió. “ahora podré mirar la luna un poco más de cerca”, pensó.
Mandu
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