11 de agosto de 2014

El mudo

Silente pudiendo no serla,
esta habitación no ha sido rota por mi voz porque la he dejado
en el olvido.
De mis palabras extravié el sonido.
Y aún así:
¿De qué serviría aplaudir
si no puedo gritar?
¿De qué sirve golpear las paredes
si no puedo maldecirlas,
o quejarme de su silencio sepulcral?

No recuerdo ni el tono, ni el volumen,
ni el timbre de lo que pudo ser
la respuesta a tu pregunta,
o el gatillo de alguna conversación
donde te pediría que alejaras de mí
este mutismo, o más bien
la mala memoria de mis cuerdas vocales.
Que alejaras de mis manos el aplauso, o de mis puños el odio
con el que he eclipsado
la inquietud verbal de estar quieto.

Pero ahora, con la boca cerrada,
recuerdo el vuelo de aquellas palabras que se disparaban
por entre mis labios hacia tu oído,
por debajo de mi lengua,
de forma veloz y a veces torpe,
con miedo de ser atrapadas por las cerraduras calladas de mi cuerpo.


Chicha Ruidosa

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