Silente pudiendo no serla,
esta habitación no ha sido rota
por mi voz porque la he dejado
en el olvido.
De mis palabras extravié el
sonido.
Y aún así:
¿De qué serviría aplaudir
si no puedo gritar?
¿De qué sirve golpear las paredes
si no puedo maldecirlas,
o quejarme de su silencio
sepulcral?
No recuerdo ni el tono, ni el
volumen,
ni el timbre de lo que pudo ser
la respuesta a tu pregunta,
o el gatillo de alguna
conversación
donde te pediría que alejaras de
mí
este mutismo, o más bien
la mala memoria de mis cuerdas
vocales.
Que alejaras de mis manos el
aplauso, o de mis puños el odio
con el que he eclipsado
la inquietud verbal de estar
quieto.
Pero ahora, con la boca cerrada,
recuerdo el vuelo de aquellas
palabras que se disparaban
por entre mis labios hacia tu
oído,
por debajo de mi lengua,
de forma veloz y a veces torpe,
con miedo de ser atrapadas por
las cerraduras calladas de mi cuerpo.
Chicha Ruidosa
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