17 de abril de 2015

Mañanas

Cuando dan las siete en punto de la mañana, suena el tenue despertador. Se escuchan dos quejidos y un lamento antes que se encienda la lámpara de la mesa. Un poco menos de 10 segundos tarda el hombre en levantarse de la cama, e ir a la cocina para calentar el agua que cebará el primer mate del día.
Mientras hierve el agua, el hombre vuelve a su pieza para desnudarse, y con frío vestir sus ropas del día anterior. Muchas veces éstas huelen mal, pero a él ya no le importa, finge creer que su colonia barata logra ocultar su desinterés humano.
Aún en calcetines, el hombre se sienta silencioso a tomar un breve desayuno, un sobrio pan y un azaroso engaño a la barriga. Cuando repentinamente bosteza, lo hace mirando hacia afuera, como si algo buscase a través del intermediario vidrio. Pero nada mucho ve en aquella sucia ventana que sólo deja mostrarle la brillosa oscuridad mañanera.
Son en esos momentos cando el hombre se queda, esperando que detrás de la rendija, algo pase: el vuelo de un pájaro aún adormecido, la puntualidad de las primeras auroras, o cualquier bendita intromisión.

Pero nada, las mañanas son casi idénticas unas de otras.

Entonces entra al baño, cepilla sus dientes, y sólo si se acuerda lava de su cara los rastros de un interrumpido sueño. Antes de salir, permanece observándose frente al espejo fijamente a los ojos, como si con el peso de su mirada pudiese hacer hablar a quién atrás se esconde.

Pero nada, las mañanas son casi idénticas unas de otras.

Entonces el hombre ata sus cordones, recoge su mochila y sale presuroso de su casa. En el camino saca su chauchero, cuenta las monedas para el pasaje y coloca los ciento cincuenta pesos en su bolsillo izquierdo. Si la mañana llueve, camina con rápidas pisadas y la mirada gaucha, pero si no, un espino y pensativo aire lo hacen andar. Mientras espera la micro, mira la hora y calcula cuánto se demorará, mira también los cielos y piensa sobre el clima. Al subirse saluda al chofer, paga y a veces, da las gracias. Luego busca un lugar donde pueda sentirse cómodo para dar rienda suelta a sus infinitas mediaciones, por lo general un esquinado asiento al fondo de la micro.

He ahí el flujo de la dispersión. Y entonces no puedo yo contar la historia de los días y de las noches de este hombre de rutinarias mañanas.


Zacarías Flores

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