N.G.
21 de noviembre de 2014
Yo fui futbolista
El club se llamaba Independiente, Juventud Independiente. En la cancha con "pelones" y hoyos del club, que estaba cercada por una barata reja de alambre y que contaba con dos precarios camarines construidos con madera llena de huecos donde la euforia y el nerviosismo pintaban nuestros zapatos con "pepas", gesticulé mis primeras jugadas con el balón despellejado que a veces se quedaba pegado en el barro y ahogaba un grito de gol. Sí claro, teníamos una indumentaria "albi roja" insigne del equipo. La polera, que amablemente lavaban unas señoras en la semana, me llegaba hasta las rodillas y las medias con "papas" casi hasta los testículos, por lo que tenía que arremangármelas durante los 90 minutos de cada encuentro, si es que no me sacaban antes. Alrededor de la cancha vendían cervezas y completos, la gente se acomodaba a ver los partidos y a gritar diversos improperios que adornaban el suceso predilecto de los fines de semana en el pueblo, era como si nos transportáramos a otro planeta donde solo existía el juego, o eso veía con mis humildes ojos infantiles. Si el equipo visitante convertía la gente se transformaba en el verdugo oficial del equipo, esto potenciado por el alcohol y otras sustancias estimulantes claramente. A veces se armaban riñas con los aficionados del equipo forastero que terminaban en cuchillazos y botellas de cerveza cristal rotas, pues el amor a los colores de Independiente eran rigurosamente inquebrantables. Yo sólo observaba, asustadizo. Intente de 7 pero luego me afirmé definitivamente en la retaguardia del once titular, mientras arriba, un niño que usaba la 9 y que adormecía en sus flacas canillas llenas de cicatrices y costras condiciones extraordinarias para el fútbol, comandaba los ataques que casi siempre terminaban en hermosos goles que nos hacían estirar los brazos al cielo, en un grito de gol aún más potente que el de Alexis en el Arsenal. Supe que a este mago del fútbol una vez le falsificaron la firma y no pudo volver a jugar con nosotros, por lo que nuestro rendimiento se vino abajo. El joven delantero no tenía más de 12 años. Yo fui creciendo y me largué del pueblo gracias a mis padres en busca de una mejor educación en un mejor colegio de la región, nunca volví a ver la camiseta de Independiente ni menos a aquel pendejo que jugaba igual al Ronaldo de Brasil, aunque supe tiempo después que varios compañeros del club tuvieron hijos, se volvieron drogadictos o simplemente no terminaron sus estudios. Hoy quizás nuestro 9, a quién yo miraba con una ilimitada admiración celosa de cabro chico, se refugia en el extremo del campo y se dispone con cervezas y otras cosas a disfrutar de un sueño interminable que tuvimos todos, y que cada domingo, cuando el pitazo del vecino que era árbitro retumbaba y daba inicio al fulminante latir de nuestros corazones, se hacía realidad.
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