Posados en la copa de un árbol muerto,
Revolotean y figuran ser ceniza que dejó el otoño,
O un puñado de plumas que despojó un cisne negro.
Se miran incrédulos y no poseen escrúpulos
Para molestar a aquel árbol muerto.
Viles canallas, son epitafios de carne y plumas
Posados en las alturas de un árbol que fue y será frondoso.
El aire los agita. Tambaleándose
Se entrecruzan con el viento y parecen
Bailarinas mancas o gladiolos marchitos
Desprovistos de piedad con aquel esquelético abedul.
Un torbellino los eleva al vuelo,
Pero es efímero el tiempo de su andanza y
Vuelven graznando o como riendo al follaje lapidario que
Les sirve de aposento y fetiche mortuorio.
Tristes pájaros, grotescos hasta la médula
Son la única rosa que nos deja el invierno,
La savia de ese abedul sombrío y pálido,
La belleza metafísica del musgo.
Hi
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