27 de agosto de 2015

Más allá del pulso

Ayer hablé por teléfono con mi mamá. Hablamos durante varios minutos, veintinueve si mal no recuerdo. Le pregunté cómo seguían sus dolores de cabeza. Ella me contestó que había ido al doctor en la semana, y que éste le dijo que era posible que el café le estuviera provocando tales jaquecas. Cafés y estrés.
Ella me dijo que los dolores le venían por lo general los fines de semana, cuando ya sin preocupaciones del trabajo, no tomaba café. También me dijo que en cierta medida sí estaba un poco adicta al café, pero que ahora pretendía disminuir sus dosis.
Me sorprendió sólo un poco. Me la imaginé de inmediato con su taza de café matutina.
Le dije que por qué no dejaba de consumir café y listo.
Pero me respondió que no quería, que por qué tendría que cortar con algo que a ella le gusta. Dijo que para ella, es placentero tomarse un café, y no iba a restringir ni coartar su deleite.

"Y yo que he olvidado tales sensaciones. Fue pasando el tiempo y dejé de disfrutar lo que en algún momento de mi vida disfruté. No sé cómo fue pasando, o quizás siempre lo supe, pero sólo ahora me vengo a dar cuenta. Obsesión de apartar al hombre del humano. La mente es poderosa, y ya casi totalmente obra: reproduce asco y en asco se convierte la inmaculada suciedad. Hambre de carne que se convirtió en recuerdos de esclavo, en ignorancias pasadas. La cosecha trae tantos frutos como plagas. Y yo en rata me he convertido, rata del rehuido social y del miedo civilizado. Mis manos ya no saben tocar y sólo tiemblan cuando olfateo lo que hoy es mi comida. Alimentos desechados del orden, recuerdos húmedos de vergüenza, o venganza.
Mi mamá me hizo pensar sobre el placer.
Y traté de acordarme hace cuanto no disfruto algo.
Algo que se escape a la simple supervivencia."


Anónimo


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