8 de agosto de 2015

Pantano

Iba tropezando de vuelta a mi casa,
pateando lenguas de agua,
aplastando masas de algo que solían ser
de mis pies las plantas cansadas,
remotas en su hartazgo de recorrer veranos.

Luego sentí murmurar mi espalda,
pesada y arqueada por no ser yo,
que cuando cree estar erguida
solo está acostada. Dormida.
Ausente siempre y demasiado
distanciada de mi pecho.

Andando, de pronto me detengo
en lo que veo y un rumor de decepción
refresca mi cuello,
por más envuelto que esté.
El cuerpo por más habitado.

A toda velocidad (y fuera de mis pasos)
mi voluntad empieza a temblar.
Ya no importa si todo mi silencio se apoya en mi mano
o si ningún ojo se ha cerrado todavía.
Afuera está volviendo a llover.

Finalmente, llegadas mis cargas y yo,
me dispongo a caer sobre el colchón,
a caer muerto junto a mis huesos,
como si mi nombre rescatara en su símbolo
alguna sangre viva que no se detendrá.

Y ella cree no detenerse, no poder descansar.
Pero yo siento que me estoy empantanando
y alejando de vértigos que quise tener.
Afuera sigue lloviendo.


jvv

No hay comentarios: