Desde el primer segundo en que dejó de verlo quiso regresar a buscarlo. Andaría en su camino diciendo que allí, al final, seguía vivo. Vivo como siempre lo estuvo, sentado esta vez y charlando en un comedor.
Aunque solo alcanzó a distinguir su tronco y su gran cabeza, eso bastaba para sentirse seguro de su existencia completa. Se hallaba conversando como siempre, comiendo y bebiendo vino, más tranquilo que antes. Y ahora que no podía verlo, se contentaba con la certeza de que vivía, allá o en otra parte.
Cuánto tiempo pasaría hasta un nuevo encuentro. Ni si quiera sabía si alguna otra vez volvería a escuchar su voz. Pero iba a estar allí, de todas formas.
Sentado o bailando, siendo imagen latente.
De repente un caudal oscuro nos sorprende desde las paredes que parecían albergarnos. Es rojizo y espeso. Pero se siente bien ahora que nos impacta. La piel se refresca en esta inmersión. La mente parece estar siendo barrida, aseada.
De pronto, la imagen del primer encuentro vuelve a ser otra, la misma, pero más lúcida y brillante. A veces más aburrida y borrosa, pero al fin y al cabo es. Y escribiendo como a veces, jadeando está él, o asaltado por el sueño. Permitiendo la existencia de figuras ambiguas.
Porque si no se halla entre letras estaría entonces dormido, con lo ojos pesadamente cerrados, encontrando a su abuelo, distinguiendo su cabeza y sus ojos apacibles por sobre la copa de vino.
Luego el idiota volvería a jadear.
jvv
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