5 de enero de 2015

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No sólo extrañaba ya su presencia, su perfume y su delicada forma de apaciguar mis días, incendiándolos de risas, o por lo menos, de ganas de vivir, sino que también extrañaba al individuo en el que me transformaba a su lado, núcleo liviano y desentendido. Ella estaba lejos claro, y yo me quedé allá sin querer, en aquella fortuita dimensión paralela.
Aquí es otra historia, se vive desencajado, fuera de lugar. Las paredes resultan más anchas y las voces se pierden en la indiferencia. Yo camino para distraerme, para remontar en el vacío de la no-inercia, para no pudrirme en la nostalgia. 
De vez en cuando, entro al baño y observo el reflejo que allí se ve. Miro fijamente a los ojos, portales del pasado, pues es ahí donde nos escondemos los lejanos tontos enamorados. 
Sonrío para mis adentros, con ella en el recuerdo y a mi lado, y por un poco, me siento más distendido. 
Pero no tan lentamente, me embarga la violenta contraparte, el eslabón maldito. La mirada se vuelve dura, y busca perdida un punto donde apoyarse, una interacción donde se encuentren todos con todos, sin disfraces ni artilugios, sin memoria ni prescritos. 
Involuntariamente se me agita el corazón, y desvío la mirada, y pienso en ella, y en mí, y en él, y en los mundos por los cuales ya no quiero moverme. 
Luego, pienso la noche ajena y en los autos que pasan... 

E.R

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