El mar lo tenía para mi sólo, para mi egoísta y simplista deleite. El viento golpeteaba suavemente mis segundos, como una fría pero tierna caricia. Mi memoria, sin oponer resistencia alguna, se prestó entusiasta al vuelo, y me dejó sin estado alguno, vacío.
¿Por dónde empezábamos si no existe ni el 0 ni el 1?
El mar, sin entender la quietud, permanecía en perfecta e incesante búsqueda de los ciclos. Pero era un hacer sin conciencia, algo así como un mecanismo irrefutable de subsistir. Yo por mi parte, entendía de pura coincidencia, semejante (i)lógica, y sin tanto sesudo trabajo, me percataba de los no-indicios de posibles fugas de luz.
Pues claro que nada se iba a entender con palabras, si las conclusiones carecen de trascendencia.
En resumido para los inquietos busca-sentidos: "era yo el mar-persona".
E.
T.
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