Edgar Borges
27 de junio de 2014
El vuelo de Caín
La última mañana del año 1899, Rafael se levantó de su cama dispuesto a volar. Vistió el traje y la sonrisa serena de un audaz piloto, salió al jardín, miró a los cielos y suspiró, él sabía que pronto alcanzaría el gran sueño sagrado de los mortales; luego bajó la cabeza a la altura de los hombres y ató las cuerdas del globo a la motocicleta. Sin despedirse de su hogar, subió a su poderoso vehículo de dos ruedas con alas y se echó a volar por el mundo. En su ruta fue dejando caer los papeles de su tardía confesión: “Mi verdadero nombre es Caín, pues, hace siete días asesiné a mi hermano menor y dejé su cuerpo en la calle 11 de la avenida norte. A él, denle cristina sepultura; a mí ni me busquen porque jamás me encontrarán”.
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